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Una investigadora tiene encargado recabar información acerca del destino de uno de los científicos más famosos del mundo.
«Más rápido que un pestañeo» (parte 1)
Este día me levanté con más resaca de lo normal.
Han pasado ya tres meses desde la última investigación que he hecho, y aunque mi nombre está aún en la nómina del Ministerio, esta pasividad me tiene a punto de perder la cabeza.
Me levanté de mi sofá, aún con la ropa puesta, esquivando las latas, cajas de comida y botellas regadas por mi sala. Me desvestí dejando mis prendas regadas por el piso mientras caminaba hacia la habitación. Si me muriera sabrían exactamente dónde encontrar el cadáver.
Miré la cama, aún bien limpia y tendida. Ya hace varios meses que no uso mi habitación para dormir. No desde que ella se fue.
Me metí en el baño. ¿Qué hora era? Por la posición de los rayos de sol que quemaban las cortinas de mi habitación podrían ser las diez u once de la mañana.
—¡Rouben!—, grité a las paredes.
—¿Me llamaste, Saundra?
—¿Algún mensaje?
—No, ningún mensaje.
—¿Qué hora es?
—Son las diez y cuarenta y dos de la mañana. Hoy está haciendo bonito día, pero el pH de la atmósfera estará un poco fuerte.
—Gracias, Rouben.
—¿Vas a tomar una ducha o ajusto la temperatura de la tina?
Lo pensé bien. Hoy con seguridad no tendré nada que hacer.
—Prende la tina.
—Entendido.
Me senté al borde de la cama, el tacto de las sábanas recorrió mi piel. Sobre, o bajo, estas mismas sábanas pasamos muchos bonitos momentos. Cerré mis ojos y la recordé. Sentí su calor, su tacto, sus besos y como ella sabía exactamente que hacer para extasiarme, aunque dentro de mi siguiera existiendo un vacío que ella no pudo llenar.
—La tina está lista, Saundra.
—Gracias.
—¿Música?
—Ponme bossa nova.
—¿La misma playlist?
—La misma.
Rouben es mi asistente inteligente. Es un “regalo” del Ministerio y no es algo que todos posean. Todo en mi casa, en mi teléfono y en mi oficina está conectado a él. Él ve por mis ojos y algunos implantes que tengo en mi cuerpo. A veces siento que intrusa un poco en mis asuntos, pero ya me acostumbré y le hice saber cuales eran sus límites. Desde que comencé a trabajar en el Ministerio hace cinco años me obligaron a usarlo, pero ahora es tan conveniente que no pienso volver hacia atrás.
Me sumergí en la tina, mientras sonaba de fondo un saxofón emocionado. El agua estaba perfectamente calculada, ni mucha ni poca, un poquito caliente, perfecta para estar unos buenos minutos sumergida. Cerré mis ojos y medité.
Estudié diez años de mi vida en los cuarteles generales de la Central Republicana de Investigación. Me quemé las pestañas aprendiendo perfiles criminales, modos de operación criminal e inquisición de testigos. Cuando me gradué, debido a mi excelencia, me encargaron al departamento de investigación de la capital y junto con mis compañeros, resolví unos trescientos casos, incluso diez u once que estaban congelados.
De repente, diez años después, me llamaron del Ministerio y me obligaron a trasladarme a esta ciudad de mierda. Hace dos años que llevo viviendo acá y por más que lo intento no logro acostumbrarme. La lluvia ácida no se detiene jamás y los días soleados como estos son más bien extraños. La gente anda llena de ira en la calle y los cortes de energía por sectores son frecuentes. Tener un automóvil es inútil porque no hay por donde transitar. De hecho, mi carro debe estar ya vandalizado en el parqueadero, al cual no sería buena idea ir porque es un riesgo y me obligaría a andar con mi arma de fuego.
Desde que me mudé acá mi vida no ha sido si no una cadena de miseria detrás de problemas. Varios meses después de llegar acá, conseguí una novia, Alexa. Decir que fue el primer verdadero amor de mi vida no es suficiente. Nos la llevábamos muy bien siempre y ella era simplemente perfecta para mi. Sin embargo todo cambió entre las dos el día de mi accidente hace unos meses.
—Saundra…
Salté del susto. Estaba profundamente concentrada en la música y en mis cavilaciones.
—Disculpa molestarte, pero hay alguien a la puerta.
—¿Quién es?
—Es un sujeto con identidad cifrada. Posiblemente sea de parte del Ministerio.
Desde mi baño pude escuchar el golpeteo del sujeto en la puerta. Rouben transmitió la imagen de la puerta a un monitor en mi baño. La cara del sujeto estaba claramente distorsionada por la identidad cifrada.
—Agente Hoellingberg. Tengo correspondencia oficial. Abra por favor.
¿Correspondencia? ¿Por qué no la enviaron por Rouben?
—Rouben, ¿qué sabes tu de esto?
—No tengo registros de esto. Posiblemente sean datos cifrados.
Suspiré con fuerza.
—Dile al sujeto que ya voy.
—Entendido.
Salí de la tina, me puse una bata de baño encima y avancé descalza hasta la puerta. Una vez llegué a la puerta, Rouben removió todos los cerrojos menos uno y bajó el volumen de la música. Revisé la pantalla del otro lado. La cara del sujeto seguía cifrada.
—¿Quién es?
—Vengo del Ministerio. Tiene una correspondencia oficial que lleva tres días en su escritorio. No ha vuelto a aparecer en la oficina y…
—¿Para que voy a ir a la oficina si me tienen como pieza de adorno allí?
El tipo recitó la misma frase que he escuchado en los últimos meses.
—Si tiene alguna queja, puede ir a…
—Si, por supuesto. Identificación a la mirilla por favor.
El sujeto me mostró su identificación y su placa. Parecía en orden.
—Confirmado en la base de datos, esta persona es un agente auxiliar del Ministerio. Es seguro abrir la puerta.
Removí a mano el último cerrojo y abrí la puerta.
El tipo tenía alrededor de treinta años. Contextura delgada, ojos azul claro, cejas despobladas, más bien retocadas; cabello corto castaño. Tenía una pequeña cortada en la barbilla, probablemente ocasionada al afeitarse. Vestía traje azul oscuro, camisa blanca, zapatos ligeramente desgastados de color negro. La corbata estaba ligeramente desajustada. Cicatriz en el lóbulo de la oreja izquierdo, probablemente de una modificación corporal en la juventud. Dientes un poco amarillos, posiblemente consumidor de café o fumador empedernido. No lo reconocía. Probablemente un novato. Se le notaba ligeramente angustiado, aunque no paraba de verme el pecho y las piernas. Simulaba no observarme, pero titubeaba con su mirada frecuentemente, fijándose en el lugar en donde se cerraba la bata.
—Esta es la correspondencia.
—Gracias.
—Agente…
Su voz se le notaba extrañamente nerviosa, temblorosa. Pude notar que los poros de su frente se abrían. Llevaba puesta una fragancia un poco barata y bastante agria. Pude detectar un dejo de cigarrillo.
—¿Dígame?
—No sería mala idea que se asomara de vez en cuando a la oficina.
Su voz se quebró un poco.
—Ya ve… hay personas allí que la extrañamos y que…
Su sudor comenzaba a salir. Con su olor pude teorizar que al sujeto probablemente le gustaba mucho la cebolla y el ajo.
—Sería bueno que fuera.
—Lo pensaré. Gracias agente.
Me giré para cerrar la puerta, observando la línea de vista del agente con el rabillo del ojo. Claramente miró mis nalgas. La cerré de un golpe, activando uno de los cerrojos. Rouben activó todos los demás. Esta es otra de las razones por las cuales no quisiera regresar a la oficina. Son como jóvenes puberales, malcriados y con las hormonas alborotadas. No pueden oler una mujer porque se les suben los calores.
Observé el sobre. Estaba debidamente cerrado y no marcado. Siempre se me hizo extraño que el Ministerio enviara esta documentación todavía en papel. La única forma de abrirlo era rasgándolo. Así se aseguraban que nadie lo hubiera abierto previamente. Como siempre, era un mensaje cifrado, una serie larga de letras y números sin lógica aparente. A vista de cualquier otra persona, hubiera parecido que la impresora no tuvo un buen día hoy. Me senté en el sofá, cerré los ojos y me concentré. La rutina de descifrado estaba guardada en mi mente, gracias a Rouben. Abrí los ojos de nuevo y allí estaba el mensaje.
GOBIERNO DE NUEVA SAJONIA
MINISTERIO DE ASUNTOS INTERIORES
MEDICINA CRIMINAL
CONFIDENCIAL/3-THRONE
7 DE ABRIL DE 2.145
INVESTIGACIÓN DE LA DESAPARICIÓN DEL DR. IBRAHIM ASSAUD. ACCESO NO RESTRINGIDO HASTA EL NIVEL 3. INFORMACIÓN ADICIONAL DESCARGADA A ROUBEN.
Fin del mensaje. Un poco críptico, si, pero siempre ha sido así. Rasgué el papel y metí los pedacitos en una de las botellas que me rodeaban.
—Rouben. Archivos.
—Validando.
Mientras Rouben descargaba y descifraba los archivos del caso fui al baño, abrí el tapón de la tina, vaciando el agua. Dejé caer la bata al suelo, tomé una toalla y me sequé el cuerpo con rapidez. Me dirigí al armario y saqué un conjunto de interiores sencillos, una camisa azul de manga corta y unos pantalones negros de ejercicio. Me asomé hacia afuera de la habitación y vi el reguero de cosas que había dejado. Me dio un poco de pena conmigo misma. Ya espero el chisme que se armará en la oficina cuando este novato les cuente lo que vio en mi apartamento, de que color y estilo eran mis bragas y sostenes, las marcas de vino y cerveza de las botellas desperdigadas por el piso. Ya espero varios “regalos” de hombres desesperados en mi escritorio. En fin, en algún punto tendré que organizar y limpiar.
—Saundra, ya tengo todo. Lo he descargado todo en una nota.
—Adelante.
La nota describía el caso. Doctor Ibrahim Assaud. Nacido en Dulya, Harim Hosan. Inmigró a N.S. a los seis años. Cabello cano y corto, un poco escaso en la coronilla, piel ligeramente morena, arrugas notorias en la cara, especialmente la frente; cicatriz profunda en la ceja izquierda, un metro y sesenta de altura, un poco jorobado. Con un muñón en el dedo anular de la mano izquierda. Camina con un cierto cojeo de la pierna izquierda. Referencia de esto, sufrió un accidente en un laboratorio que le afectó todo el lado izquierdo del cuerpo. Setenta y siete años de edad. Investigador jefe de la Academia Neosajona de Ciencias. Especializado en óptica. La última investigación que llevaba trata de transportación inalámbrica de partículas elementales. Contratado por la Academia para continuar su investigación y uso comercial de su tecnología. Sujeto con acceso nivel 1-Seraphim. Oficina principal, Academia Neosajona de Ciencias Edificio Gamma. Laboratorios anexos, Edificios Alpha y Upsilon. Visto por última vez ingresando al laboratorio en Upsilon. Se registró en el sistema por el día. Automóvil aparcado en su apartamento. Sin hijos, sin parientes, sin pareja. Posibles enemigos, algunos científicos que se consideran competencia. Posibles enemigos a nivel estado, Unión Djvorika y Harim Hosan.
Así que básicamente este tipo se esfumó en el aire. Entró al edificio Upsilon y no volvió a salir y su automóvil está aún en su apartamento.
—¡Rouben!
—¿Si, Saundra?
—Pídeme un automóvil y un permiso de investigación para el apartamento del Dr. Assaud.
—Procesando.
Caminé hasta el lugar dónde había tirado mi abrigo cuando me desnudé unos minutos antes. Extraje de un bolsillo de este la identificación y la placa de investigadora. Miré alrededor para buscar mi arma. No estaba en ningún lugar. ¿Había llegado yo tan ebria anoche?
Regresé a mi habitación y saqué una arma de repuesto de la caja fuerte, además de un cortavientos deportivo de color violeta. Verifiqué que el arma estuviera cargada y me la colgué de una funda debajo del cortavientos. Me senté en el borde de la cama y me calcé unos zapatos deportivos. Mi atuendo iba en contra de la normativa del Ministerio, pero opiné que era mejor ir disfrazada de civil.
—¿Rouben, cómo va lo que te pedí?
—El permiso está en trámite. Pensé que sería mejor solicitar el automóvil hasta después de…
—No, te ordené que pidieras el automóvil. Pídelo sin esperar.
—Pero si el permiso no es aprob…
—No, te ordené que pidieras el automóvil.
—Si, Saundra.
A veces Rouben impone ciertos “pensamientos inteligentes”, que van contra la forma en la cual trabajo. Sé que de mi apartamento hasta el del doctor, a esta hora de un jueves, demoraré unas dos horas. Para cuando haya llegado allá, el permiso estará listo.
Me hice una cola en el pelo y me miré rápidamente en el espejo del baño. Se veían unas sombrías ojeras y algunas arrugas en los bordes de mis ojos. Me los friccioné suavemente y después me cepillé los dientes. Justo cuando terminé, Rouben me interrumpió.
—El automóvil llegará en cinco minutos. Te sugiero que bajes ya.
—Entendido. Gracias.
Vivo en un piso ciento setenta y cuatro. Dicen que el siglo pasado, los edificios normalmente no tenían más de cien pisos. ¿Y dónde vivía el resto de la humanidad? Me dirigí a la puerta, Rouben desbloqueó los cerrojos, y salí al pasillo. En un par de minutos ingresé al ascensor, llegué al vestíbulo y salí a esperar el automóvil.
Un minuto después este aparcaba al frente de mi edificio. La puerta se abrió e ingresé en él.
—Bienvenida, agente S.H.
—Gracias. Voy en asuntos oficiales.
El automóvil era completamente automático. No había volantes, no había controles de ningún tipo, solo cuatro cómodos asientos que se miraban de frente, como la parte de atrás de una limusina. A diferencia del cacharro que tengo en el parqueadero, este es un lujo.
—Recibido destino por parte de Rouben. En camino.
Hace varias décadas se habló de automóviles voladores, incluso comenzaron a construir guías para las vías aéreas. Sin embargo, los humanos seguimos siendo torpes y la cantidad de accidentes que ocurrieron en las primeras fases fue muy alta. Debido a ello se prohibió el uso y venta de automóviles voladores. Ahora con la nueva tecnología de inteligencia artificial, ha vuelto el concepto del automóvil volador, pero esta vez controlado por IA. Todavía hay muchos detractores, como todo en la vida. Sin embargo, prefiero cualquier cosa que mejore la situación que esperar a quedarme estancada en el tráfico.
—Llegaremos en una hora y cuarenta y siete minutos.
—Gracias.
Cerré mis ojos. Seguí revisando mentalmente la información del caso. Había mucha información a la que no podía acceder, especialmente detalles acerca de la investigación del doctor, resultados y la razón del interés del Gobierno detrás de esto. Sobre los posibles motivos de su desaparición había secuestro, espionaje internacional, envidia entre científicos o defección a otro país.
—Saundra. Saundra, despierta, estamos a punto de llegar.
Abrí mis ojos de golpe. Mi visión estaba todavía rodeada de un halo. Pestañeé varias veces. Seguramente me quedé dormida leyendo la información del caso. La adrenalina de volver a hacer trabajo de campo ya se había vaciado de mi cuerpo y el sopor etílico regresaba. Respiré profundamente mientras me masajeaba con los dedos los párpados. El panorama era bastante diferente en este lugar. Era un barrio bastante retirado del centro de la ciudad, los edificios aquí no superaban los veinte pisos y el tráfico era inexistente. Dos minutos después el automóvil se detuvo. Me bajé despacio. Una vez la puerta se cerró, el automóvil se aparcó solo en un lugar cercano.
Edificio Helmstone. Dieciocho pisos.
—Rouben. ¿La autorización?
—No ha llegado aún. Hay mucha cinta roja detrás de ello.
—Llama a Pollux. Pídele que acelere el proceso.
—Ya lo hice. Respondió que, y cito, no puedes pedirle favores cada vez que se te antoja.
Fitch Pollux. Mi estúpido jefe, la cabeza del departamento de investigación especial del Ministerio de Asuntos Interiores. Al tipo lo hemos agarrado más de una vez pajeándose en su oficina viendo quien sabe que cosas ilegales. Es una inútil estatua al que le debemos cierta pleitesía, y cuando algo sale mal, siempre apunta a cualquier dirección.
Decidí llamarlo directamente.
—Ese Hache, ¿cómo estás? ¡Qué bueno verte de pie y ganándote la vida!
—No es mi culpa, Pollux. Ustedes fueron los que me dejaron tres meses haciendo nada.
—Pero claro, ¿cómo le voy a encargar trabajo a alguien de la que ni siquiera recuerdo la cara? Otras cosas, si recuerdo minuciosamente.
—Eres una basura, Pollux. Esto es denunciable, ¿lo sabes?
—Perdón, perdón. Ya sé que me vas a pedir.
—¿Y entonces?
—Alguien de más arriba pidió específicamente que estuvieras metida en este caso. El sobre estuvo tres días encima de tu escritorio.
—¿Y si sabías que me esperaba esto, por qué no me llamaste?
—No puedo controlar todo el departamento, es imposible con tantos efectivos en la calle. Tengo más de cuatrocientos casos que debo redirigir.
—¿Y entonces?
—No puedo, Ese Hache, no puedo. ¿Qué motivos tienes para ir a su apartamento?
—El último lugar que visitó fue un edificio de la Academia de Ciencias. Aparentemente no salió del lugar y ya lo han buscado en el interior. Lo más seguro es que antes de llegar allá salió de su apartamento. Necesito recabar información, porque hay mucha cinta negra. No hay registros visuales de su recorrido o como llegó a ese edificio.
Tomó un par de segundos para responder.
—Preguntaré y veré que puedo hacer. Por lo pronto, investiga como tu cosa.
—¿Permiso de director?
—No, investiga como si fuera tu cosa. No menees la placa a diestra y siniestra.
—Cambio y fuera.
—Ese Hache… No…
Finalicé la llamada.
Me acerqué a la entrada del edificio. La puerta automática se abrió. No había una recepción, pero más bien unas puertas de vidrio reforzado, casilleros de correo y una terminal para llamar directamente a los apartamentos. El suelo era algo parecido al mármol y el techo era de yeso pintado con un resane blanco acabado brillante. Observé los botones. Algunos más gastados, otros en mejor estado. El del apartamento 1203 que pertenecía al doctor parecía más brillante que los demás, quizá por falta de uso. Me cubrí el dedo con el cortavientos y presioné el botón. Un timbre sencillo se escuchó. Cinco segundos después volví a presionarlo.
Observé todos los botones. Había uno que tenía la letra C. Lo presioné de la misma manera. Dos segundos después me contestó una voz masculina ronca y golpeada, rondando los sesenta a setenta años de edad.
—¿Qué necesita?
Preparé la voz más sencilla y amable que pude.
—Hola, soy Adele Beatrice. Estoy buscando al doctor Assaud. Me dijeron que esta es su dirección, pero no contesta al timbre.
El señor se quedó pensando un momento.
—¿Qué apartamento?
—Doce cero tres.
El tipo se tomó un tiempo para contestar. Seguramente me podía ver desde su lado.
—No he visto el habitante de este apartamento en varios días. Hasta luego.
—Espere, espere. ¿Recuerda cuándo fue la última vez que lo vio? Yo soy una compañera de dónde trabaja y necesito entregarle algo urgente.
De nuevo un tiempo de espera.
—No, no recuerdo. De hecho, en ese apartamento no vive un señor Ibrahim. No la puedo ayudar. Por favor retírese.
Él mismo cayó en su propia trampa.
—Espere, ¿cómo sabe que el doctor Assaud se llama Ibrahim?
Sentía como su voz titubeaba un poco.
—¿Pues quién no lo conoce? Es uno de los científicos más famosos del mundo.
Ciertamente, el tipo tenía la razón. A Assaud lo conocen como el padre de las modificaciones corporales para recuperar la visión. La tecnología que él diseñó es usada por casi todos los que nacieron con dificultades visuales.
—Saundra, permiso obtenido.
Respiré profundo. Metí mi mano en el bolsillo del pantalón deportivo y saqué mi placa. No sabía dónde estaba la cámara que estaba este sujeto mirando así que la ondeé en varias direcciones.
—Esta es la agente Hoellingberg de Asuntos Interiores. Tengo un permiso para investigar el apartamento 1203, donde habita el Dr. Ibrahim Assaud.
—Momento, momento. ¿Qué pasa?
—Le ordeno que me dé acceso al apartamento. Tengo el permiso acá. Si no me da acceso en sesenta segundos, lo tomaré en desacato de una orden oficial.
Su tono de voz cambió súbitamente. La pereza que exudaba se convirtió en adrenalina.
—Si, si, ya subo, ya subo. Calma.
Metí la mano en la funda debajo de mi cortavientos y agarré fuertemente mi arma.
Detrás del vidrio de acceso, surgió un tipo canoso, piel blanca, arrugas notables en la frente, las orejas y los pómulos. Ojeras considerables. Alrededor de setenta u ochenta años. Vestía un traje enterizo de color marrón, manchado con grasa o polvo oscuro en la parte del frente. Tenia varios bolsillos, algunos rellenos hasta casi reventar.
—Soy el conserje de este edificio, Mark Buster. ¿Puedo ver la identificación?
—Claro que si.
Se la enseñé desde el otro lado de la puerta de vidrio. Tenía los dientes torcidos, aunque de un color normal, la cara arrugada pero bien afeitada. La piel había perdido la lozanía y se formaba una papada, aunque no era especialmente gordo.
—¿Y el permiso?
—Rouben.
De mi oreja izquierda surgió un haz de luz que proyectó en una pared del otro lado del vidrio el contenido del permiso. Yo no había leído el permiso aún, pero confié que mencionara suficientes detalles para que esta persona me diera acceso.
El tipo se acercó a la pared dónde se proyectó y leyó minuciosamente el contenido. Se giro hacia mi.
—Sígame.
La puerta se abrió al frente de mí. Mantuve mi mano en la funda.
—Agente Hoellingberg, estoy desarmado.
—Prefiero estar segura.
—Agente, tengo setenta y ocho años. El mayor crimen que podría hacer es olvidar el cumpleaños de mi esposa o robarme un paquete de fritos de la tienda.
—Prefiero estar segura.
—Está bien.
El tipo se dio media vuelta e ingresó en el edificio. Del otro lado de la puerta, el piso era bastante brillante y estaba bien iluminado. El pasillo finalizaba en dos elevadores. El tipo activó manualmente uno de los elevadores, que se abrió de par en par. Me hizo una venia para que entrara. Yo le rechacé el gesto y le indiqué que entrara primero. Entró y activó el piso doce. Entré.
—No he visto al doctor en seis días aproximadamente, desde el viernes de la semana pasada.
—Entiendo.
—Ese día terminé mi turno y me fui a descansar. Mi reemplazo quizá si lo haya visto. Lo llamaré.
—Le agradezco, señor Buster.
El ascensor se detuvo en el piso destino. La puerta se abrió y el señor se bajó. Lo seguí detrás. Continuó directo por el pasillo, hasta una puerta a la izquierda. Estaba claramente señalizada. El tipo sacó una tarjeta de acceso, y puso luego otra encima.
—Ponga su identificación encima por favor.
La puse y la puerta se desbloqueó.
—Espero que no le moleste que espere aquí afuera.
—Para nada.
El señor retrocedió y se apoyó en la pared del frente. Tomé mi pistola, la desenfundé y la mantuve a la altura de mi pecho. Abrí la puerta despacio, apuntando hacia adentro. Entré rápidamente, cerrando la puerta a mis espaldas. Nunca en mis doce años de experiencia había visto una escena como esta.
—¡Rouben!
—¿Si, Saundra?
—Captura todo esto.
—Entendido.
La sala del apartamento estaba vacía, a exceptuar una silla mecedora y dos mesas. No había un comedor. El espacio estaba impoluto, los suelos y las molduras estaban limpias. Me adentré un poco más. Hacia la derecha había un pasillo que abría a unas habitaciones. La cocina estaba vacía, no habían platos, no había refrigerador. Parecía que no hubiera sido usada nunca. Las paredes de todo este espacio eran de color azul marino, el techo era blanco, el suelo era de un vinilo parecido a la madera. Todo parecía supremamente artificial, como uno de esos juegos de realidad virtual. Estaba todo limpio hasta el extremo.
—¿Hay alguien aquí? Soy la agente Hoellingberg de Asuntos Interiores. Estoy armada, así que preséntense con tranquilidad y las manos arriba.
El eco me respondió. Me dirigí a la silla. Era una silla mecedora como del siglo anterior, sólida y de madera, con cojines gruesos y abullonados pero con la tela en perfecto estado. Miré al suelo, no habían marcas de contacto o desgaste con la silla. Miré una de las mesas. Tenía una pila de papeles al parecer todos en blanco. Evité tocarla para no alterar la escena. Había un bolígrafo de color negro puesto encima de la pila. La otra mesa estaba incólume, solo con un par de rayas en la superficie, posiblemente del uso, pero no se notaban otros detalles.
Las ventanas de la sala estaban debidamente cerradas con un velo y una cortina gruesa que dejaban entrar un poco de luz al interior.
Repetí mi alerta de nuevo. No hubo respuesta.
Me dirigí a la cocina. Mi observación inicial era correcta, estaba sin usar. Abrí los gabinetes y cajones cubriéndome las yemas de los dedos con el cortavientos. El fogón estaba limpio, el espacio dónde debería estar el refrigerador estaba vacío. Las mesas estaban en perfecto estado, y las paredes no tenían ningún tipo de grima. El techo estaba perfecto.
Salí y caminé hacia el corredor. Todas las puertas a exceptuar una a la izquierda estaban entreabiertas. La primera puerta a la derecha contenía el baño. Y allí quizá el primer bastión de humanidad en este lugar. Un vaso transparente con un cepillo de dientes un poco usado pero limpio y una barra de dentífrico a medio usar. Algunos cabellos cortos de color cano en el lavabo. La ducha estaba perfectamente seca. Parecía no había sido usada en al menos un día. Dentro de la ducha, un jabón y un bote de champú, de marcas muy populares y económicas. Los vidrios de la ducha y espejo del lavabo estaban brillantes, al igual que las paredes y baldosas.
Salí del baño e ingresé en la habitación opuesta, cuya puerta estaba cerrada. La abrí con cuidado. Estaba completamente vacía, cortinas bloqueando un poco la luz. El suelo estaba limpio, al igual que las paredes. Un armario era el único contenido de la habitación. Lo abrí con cuidado, comprobando que estaba vacío en su interior.
Regresé al pasillo cerrando la puerta de la habitación detrás de mi e ingresé a la última habitación. Di dos pasos adentro y me detuve por instinto. La habitación continuaba hacia la derecha. Había una cama sencilla, debidamente tendida y organizada, sobre una base muy simple. Había un armario empotrado en la pared, una pequeña mesa con un computador portátil cerrado encima, varios cables conectados de este y a su lado izquierdo un espejo de pie.
Ingresé dando largos pasos, casi en la punta de los pies. Abrí el armario. Adentro había colgadas de ganchos ocho camisas color azul claro, todas iguales. Igualmente un grupo homogéneo de ocho pantalones color café claro. Sobre el suelo del armario yacían ocho pares de zapatos color negro, iguales unos con otros, perfectamente alineados. En uno de los cajones, ocho pares de medias largas color azul oscuro y doblados ocho calzoncillos color negro. Revisé las demás estanterías y cajones adentro y no encontré nada más. Revisé debajo de la cama, pero el suelo estaba inmaculado.
Revisé la mesa dónde estaba el computador, parecía que había sido recién comprado y en perfecto estado, como si fuera un objeto de adorno. Los cables conectados de este cruzaban el suelo y se conectaban a varias ranuras en la pared.
Me paré de frente al espejo de pie y mi cuerpo convulsionó. Grité por instinto.
—¡ROUBEN!
—¿Qué pasa, Saundra?
Era un espejo, pero no tenía mi reflejo. Tartamudeé mientras observaba este artefacto.
—Este… Este espejo… Yo… No estoy… ¡No me veo en el espejo!
Podía ver el reflejo de las paredes, de la cama, de las cortinas de dicha habitación. Pero yo no estaba allí. Si movía mi cabeza podía ver que el reflejo se movía acorde. Rouben se tomó un tiempo para responderme.
—No se a que te refieres, Saundra.
—¿Cómo no? Es obvio, no veo mi reflejo en el espejo. Veo todo lo demás, pero no mi reflejo.
Tenía miedo de pestañear y que esto fuera una ilusión. Mantuve mis ojos abiertos.
—Saundra, no detecto nada fuera de lo normal. Es un espejo común y corriente.
Di un paso hacia atrás, cerrando mis ojos. Me friccioné los párpados y tomé un respiro profundo. Unos segundos después volví a abrirlos. Allí estaba aquel espejo, mirándome. Excepto que yo no me podía ver en él.
—Rouben, ¿estás seguro?
—No detecto ninguna anormalidad en el espejo.
—¿Qué ves?
—A través de mis sensores detecto el reflejo de la habitación que te rodea y tu imagen también.
Acerqué mi cara al espejo. Definitivamente no aparecía mi imagen. Soplé para generar vaho en su superficie, causando que el vidrio se empañara. Pareciera que fuese otra habitación que se abría al otro lado del espejo. Pestañeé de nuevo en la misma posición. Cerré uno de mis ojos. Lo abrí y cerré el otro. No había ninguna anormalidad, excepto por el hecho que yo no estaba en el reflejo. Dudé si jamás en mi vida había tenido reflejo.
Salí corriendo de la habitación hacia el baño. Di la puerta casi a tirar y me observé en el espejo del lavabo. Allí si podía verme. Respiré bastante aliviada. ¿Qué demonios estaba ocurriendo en este lugar? Me toqué la frente, el flequillo del cabello en la frente, los pómulos. Eran reales y existían. ¿Qué pasaba con ese espejo de la habitación y por qué Rouben no detectaba ninguna anomalía?
Regresé a la habitación con un poco de temor. Me paré al frente del espejo. Aún no podía ver mi reflejo. ¿Era este un espejo especial? Recordé que el doctor es un especialista en óptica, ¿quizá había inventado algo así?
Cubriendo las yemas de mis dedos con el abrigo, abrí la pantalla de la computadora portátil. Esta se encendió en una pantalla negra con un sencillo mensaje de texto en blanco en la esquina que decía “Destino Configurado. Sistema Listo.” ¿Qué significaba este mensaje? Presioné algunas de las teclas con mis uñas. El sistema parecía no reaccionar.
—Rouben. Analiza este computador y sus conexiones.
—No puedo. Es material 1-Seraphim y me está prohibido el acceso.
—Descríbeme a que tienes acceso.
—Claro que si, voy a enumerar.
Mientras esperaba que Rouben me respondiera volví a pararme al frente del espejo. Estaba embobaba con mi reflejo, o más bien mi falta de reflejo. Tocaba la punta de mi nariz, mis cejas, hacía una mueca, pero nada de ello se reflejaba. Ya me estaba causando bastante gracia y solté una risita.
—Saundra…
Puse la mano en frente de mis ojos. Ya me causaba curiosidad, más que temor. Mi mano se movió por inercia y toqué la superficie del espejo.
Todo se tornó oscuro por un instante. Cerré mis ojos fuertemente por instinto. Sentí como pasó electricidad por mis dedos y mis músculos, un escalofrío que me hizo temblar un poco y el sonido como de un trueno. Di un paso hacia atrás y abrí mis ojos.
Estaba en el mismo lugar, pero a la vez no era el mismo. Caía la noche ya. El espejo ya no estaba del lado izquierdo del computador, estaba a su derecha. De hecho, toda la habitación estaba invertida, la ventana y la puerta estaban del lugar opuesto. Por inercia me mandé la mano al pecho, la funda de mi arma estaba del otro lado. Sostenía mi pistola con lo que yo sentía era mi mano izquierda, pero en mi mente era la derecha. Comencé a hiperventilar. Puse mi mano en mi vientre. Aquella cicatriz estaba en el lado izquierdo ya. Pensé en Alexa.
Puse mi mano derecha en mi frente. ¿O era acaso la mano izquierda? Comencé a emanar un pegajoso sudor que me hizo sentir sucia. Lágrimas comenzaron a acumularse en mis ojos. Aún no podía ver mi reflejo en el espejo. A través de mis lágrimas observé la pantalla del computador. El texto estaba invertido. “Sin conexión. Destino inalcanzable.”
—¡ROUBEN!
Solo el eco me respondió.
-¡ROUBEN!