semana 8
29 de octubre a 4 de noviembre de 2020
«Más rápido que un pestañeo» (parte final)

Tiempo aproximado de lectura: 42 minutos.

Saundra se enfrenta a Alexa y recuerda los últimos instantes de su relación con ella, en una carrera para completar su misión.

«Más rápido que un pestañeo» (parte final)

Ella se fue temprano pues yo tenía una misión muy importante al día siguiente. Durante dos semanas habíamos recolectado información respecto de un caso de trata de personas, en el cual el dueño de uno de los más reconocidos clubes nocturnos de la ciudad tenía un “negocio aparte”, engañando a chicas y chicos atractivos de ciudades muy alejadas de la capital bajo la promesa de darles trabajo como presentadores de holoTV o modelos para ropa, en asociación con un prominente político del país. En los primeros días de cada contrato, les daba un rol menor o de extra en TV o les fotografiaba para catálogos de compras en línea. Después de eso, los obligaba a pagar favores sexuales a cambio de continuar actuando o modelando.
No teníamos ninguna prueba que nos permitiera determinar si era por la propia voluntad de cada víctima o si los forzaba. Por ello, Interiores hizo una operación de emboscada, plantando varios agentes encubiertos como atractivos “pueblerinos”. A través de dicha operación pudimos adquirir y registrar la información requerida para su detención, sin embargo, por el alto perfil de los implicados, debía ser una operación silenciosa.
Para la captura del dueño del club, y debido al elevado nivel de seguridad del lugar dónde permanecía el sujeto, se diseñó un plan para un solo operativo, cuya única misión era sedar al objetivo y asegurarlo, y después dar vía libre al equipo de tácticas para que entrara al lugar y realizara la extracción. Esto evitaría que el sujeto se fugara o buscara alguna forma de escapar. Mientras tanto, otra operación era ejecutada en simultánea en la casa del senador cómplice. Me ofrecí para el trabajo de ataque al sujeto en el club. Estaba emocionada aún por mis éxitos anteriores, pues mi carrera era prolífica y había logrado, junto con los demás operativos, grandes logros para Interiores.
Vestida con el terriblemente ceñido uniforme de operaciones especiales, con un chaleco antibalas y una pistola lanza dardos paralizadores, me infiltré por el techo del club, deslizándome por conductos de aire y estrechos pasillos, hasta dar con la oficina privada del dueño del club. La escena que se veía del otro lado de la malla de ventilación era aterradora, pero era tal y cual los agentes encubiertos la habían descrito.
Era un acto sexual atemorizador, con un par de chicos haciendo actividades innombrables, otro par de mujeres siendo abusadas con aparatos que no sabía que existían. Y en el centro, como un supervisor o un conductor de orquesta, el tipo desnudo, siendo placido por una de aquellas mujeres. Sentí muchísimo asco, pero todo esto solo me afirmó las ganas de dar final a tan horrible imagen. Abrí la reja con cautela hacia un lado, miré a todos lados con un espejo adherido a mi mano para verificar que no hubiese nadie alrededor, sustraje mi arma, saqué parte de mi tronco y la apunté directo al sujeto. Si me equivocaba y le disparaba a alguno de los participantes de esta orgía, iba a ser un desastre, pues me delataría de inmediato. Respiré profundo y apreté el gatillo. O al menos, eso creí que había hecho.
Sentí como un rayo de electricidad me recorrió comenzando por la base del cuello. Quedé paralizada con medio cuerpo dentro de la fosa, un sujeto gigante pisando mi mano derecha con sus botas, haciéndome soltar la pistola. ¿De dónde había salido este tipo?
—¡Jefe, no se habían equivocado nuestros topos en la policía!
En un segundo se detuvo la orgía y los demás participantes huyeron hacia las paredes, cubriéndose con cualquier cosa que hallaron. La única que no salió corriendo fue la chica que manoseaba al dueño, quien, a pesar que este ya se había levantado de su trono blandiendo una pistola en su mano, terminó tendida, completamente desnuda al lado del sillón.
—¡Nunca se equivocan estos! ¡Agente Hoellingberg, bienvenida!
De nuevo, el rayo por mi columna. Mis dientes tiritaron por la fuerza eléctrica.
—¡Ha venido usted a revisar mi negocio, adelante, adelante! ¡Phillip, tráemela!
El sujeto me volvió a electrocutar, para luego arrastrarme del cabello hasta al frente del tipo. Su cuerpo desnudo me dio asco, su hombría aún turgente.
—O agente, quizá quiera salir del servicio y… Tomar un nuevo rol en nuestra sociedad, ¡seguramente con este cuerpazo sería un éxito!
El gigantón tomó mis brazos y me los amarró en una llave por detrás, con tal fuerza que me hizo arder los hombros. Me puso de rodillas y me pisó las piernas con las suyas para que no me pudiese mover. El dueño del club me miró lascivamente, removió mi chaleco antibalas y me manoseó los senos y la entrepierna por encima del traje elástico, poniéndome su miembro a pocos centímetros de la cara. Giré mi cabeza para evitarlo, a lo que él reaccionó golpeándome en la sien con la cacha de su pistola.
—Jajajaja, me gustan así, aguerridas, para amaestrarlas de cero. Pero ahora, quiero ver acción.
Se giró a mirar a la chica desmayada al lado de la silla, fue hacia ella, le levantó la cabeza por su cabello y le dio un par de palmadas.
—Hey, Lyra, quiero ver acción.
La chica gimió, sus movimientos lentos y letárgicos, y se arrodilló buscando con sus manos la turgencia del dueño del club.
—No, no, no eso. Dale la bienvenida a la agente Hoellingberg.
El sujeto sacó un cuchillo del cojín de la silla y se lo dio a la chica. Solo hasta ahora la pude observar con detalle, en tanto ella se giró hacia mi. Un grito silencioso se escapó de mi boca, abierta como si buscara aire fuera de la Tierra. Era Alexa. Su cabello era de otro color y sus ojos tenían lentes de contacto verdes, pero de resto, ese mismo cuerpo desnudo y maltratado que observaba ante mis ojos era el mismo cuerpo de la mujer que había dormido conmigo en mi casa anoche. Sentí mis ojos humedecerse y mi ceño contraerse, mientras ella seguía con la mirada perdida, como si estuviese drogada. Se arrastró arrodillada hacia mí y en tanto se acercó más se rascó tres veces la comisura de sus labios con una de sus manos.
Sentí como mis músculos se tensaron, la rabia bajando de mi cerebro hacia mis extremidades, mi visión tornándose borrosa y rojiza. El sujeto que me prensaba lo sintió y me apretó con más fuerza. Alexa continuó avanzando hacia mi.
—Si, ya sabes que hacer, Lyra.
No era Lyra, no era Lyra, era Alexa, mi Alexa, mi Alexa. Sentí que un grito se quería escapar, pero solo un gruñido salió. Y en un instante, un dolor sordo me recorrió el torso. Alexa me había acuchillado unos centímetros arriba y a la derecha de mi ombligo. En sus labios se dibujó una frase silenciosa. De mis ojos brotaron lágrimas, no por el dolor físico, pero por mi estrés mental.
—¡Jajajaja! ¡Si, maravilloso! ¡Otra vez, otra vez!
La voz del sujeto sonaba excitada, extasiada por lo que observaba. Alexa sacó el cuchillo, mi traje de compresión ajustándose para mantener la herida presionada. Un hilo de sangre comenzó a fluir, empapando la tela elástica. Ella se abalanzó a herirme de nuevo, pero se resbaló y cayó al lado mío, soltando el cuchillo y quedándose inmóvil. El dueño del club pateó a Alexa en sus costillas, pero ella no demostró ninguna reacción.
—Imbécil, ¡dije que otra vez!
Seguía a Alexa con mi mirada, hasta que noté que con el dedo índice de su mano ensangrentada hacía cuatro toques con una pausa en la alfombra. Dejé que mi fuerza me abandonara, rodé los ojos hacia arriba y me solté por completo. El gigantón soltó la llave, liberándome. Me dejé caer en el suelo con las manos extendidas a ambos lados.
—Oh, agente, yo pensaba que tenías más en ti, pero si, eres nada más que una chica débil y susceptible como todas. Igual, serás una miembro excelente de mi colección.
El tipo se mofaba y carcajeaba mientras caminaba alrededor mío, su mirada perversa quemando mi piel. Odiaba este traje, era muy cómodo y tecnológico, pero muy revelador. A mi lado seguía sintiendo el golpeteo suave del dedo de Alexa. Unos segundos después, escuchamos múltiples disparos secos.
—¿De dónde demonios salieron… Ugh…
Aparte de los alejados gritos de los demás sujetos y el zapateo de otras personas a nuestro alrededor, era como si se hubiese hecho el silencio en la habitación.

—Recuerdas…
Alexa seguía apuntándome a la cabeza con su pistola. Mi voz se quebró, así que carraspeé un poco para aclararla.
—Recuerdas la última vez que estuviste conmigo, antes de…
—Ajá.
—¿Recuerdas lo que me dijiste justo antes que te fueras?
—¿Qué de tantas cosas?
—Cuando me sugeriste que…
—¿Qué nos fugáramos? Jajajaja… Si no estoy mal dije…
Su tono de voz cambió a un registro más seductor, tan similar al que tuvo esa noche que me bajaron escalofríos.
—“Vámonos a un lugar dónde nadie nos conozca, dónde nadie nos busque, dónde tu y yo podamos ser otras, dónde podamos estar tranquilas.” ¡Jajajaja! ¡Qué estúpida fui! Eso nunca iba a pasar.
Apreté mi mano en un puño.
—¿Qué tal si te dijera que un mundo así existe…
—No existe, ese mundo no existe, Saundra.
—¡Si existe!
Me torné a verla directamente a los ojos.
—Si existe y yo he estado allá. Es la razón por la cual el doctor ha desaparecido, es un mundo alterno, detrás de un espejo, un mundo construido por…
Alexa evitó mi mirada.
—Jajajaja, ¡estás loca! El que yo hubiese terminado contigo te hizo perder la cabeza. ¿Un espejo? ¿Es esto Blanca Nieves? ¡Hablas como si la magia existiera!
—¡No es magia! ¡Existe! Y para poder mantenerlo vivo, debo apagar a Rouben. ¿Sabes que significa el nombre Rouben?
—Unidad Observadora de Tiempo Real, Ejecutor y Neutralizador de Alguna Cualquier Cosa, ¿o algo así?
—¡Estamos siendo controladas!
—Dime algo que no sepa. ¿Tú crees que yo disfruto trabajar como una agente infiltrada? ¿Tú crees que me gusta que me obliguen a hacer cosas que no quiero? ¿Tú crees que no me ha dolido hacer tantas cosas, ser violada o usar drogas, como esa vez que supuestamente me debías salvar? ¿Sabes qué tantas cosas tuve que fingir para que ese tipo no me violara esa noche? Yo, yo soy la única que sé las cosas que Rouben me obliga a cumplir, y de las cuales intenta protegerme con la excusa de un bien mayor, ¿pero qué demonios le vamos a hacer? ¡Dime! ¡DIME SAUNDRA!
Alexa me daba golpecitos en la cabeza con la punta de su arma en cada énfasis de sus palabras. Sentí rabia en su tono de voz. Mis palabras se agolparon con fuerza.
—¡Más motivos para destruir a Rouben! ¡Piénsalo! ¡Imagina si él ya no existiera, tu vida, nuestra vida sería diferente!
—Es imposible. Es imposible escapar su alcance. Tu misma lo dijiste aquella noche.
Ella dejó salir un sollozo y se quedó quieta presionando el arma en mi frente. Sentía un leve temblor transmitirse a través del barril de la pistola. Me asusté un poco, pero decidí que era el momento de actuar. No pasaría lo mismo que hoy más temprano. Tensé mis músculos y los solté como un resorte. En un movimiento rápido, puse la mano sobre la que sostenía la pistola, ubicando mi cuerpo a su lado, torciéndola fuertemente. Ella salió de su estupor y comenzó a forcejear. El arma se disparó una o dos veces hacia las paredes, mientras yo la seguía lastimando. Puse mi otro brazo en una llave y le apreté el cuello.
No quería hacerlo, a pesar que ella ya me había herido en una misión previa sin titubear. Un dolor sordo y fantasmal se me formó en la cicatriz de la puñalada que me había dado hace unos meses, como una anticipación de lo que estaba a punto de hacer. En reacción de mi estrangulación, Alexa soltó un poco la pistola, así que aproveché para zafarla, agarrándola y apuntándola a su sien. Cuando practicábamos en el gimnasio del Ministerio, a veces ella y yo practicábamos lucha o artes marciales juntas. Alexa era muy hábil y técnica, pero yo era más fuerte y rápida.
Ella se quedó quieta como rindiéndose. Solté un poco mi presión en su cuello y le di una patada fuerte en la espalda, lanzándola hacia el frente y tirándola como un tablón en el suelo, para después saltar dos pasos hacia atrás, aun apuntándole.
—Lo siento, Alexa. Lo siento de veras, pero esto es por Olivia y los Shawn. Las manos arriba.
Comencé a caminar despacio hacia atrás. Alexa se arrodilló y se giró despacio hacia mi.
—¿Así que encontraste un nuevo amor? ¿Olivia se llama?
Dejé soltar una risa.
—Olvídalo, Alexa. Déjame ir.

Me giré y corrí por el túnel, aún mirándola de reojo. Si Alexa había estado acá, el túnel de bajada hacia Rouben se encontraba cerca. Mi pie se quejaba con cada paso que daba, así que decidí aprovechar la adrenalina que tenía aún corriendo por el cuerpo. En tanto ya me había alejado lo suficiente, le dí la espalda y marché más rápido, dando zancadas largas. Me asustaba que Alexa tuviese una segunda arma y quisiera dispararme, pero si lo quisiese ya lo hubiese hecho.
A un costado del túnel había una reja. Le dí una patada fuerte, aplastándola contra el orificio. Asomé la cabeza, era un conducto de cables y tuberías, tan largo que no veía su fondo, incluso me pareció que se inclinaba hacia un lado. Había una hilera de luces que recorrían toda la distancia y una escalera de metal en uno de sus costados. Ingresé y comencé a bajar tan rápido como pude. Guardé la pistola en el bolsillo interior de mi abrigo para poder usar ambas manos.
Sentía que escuchaba la voz de Alexa desde arriba. Sentía como me suplicaba que no la dejara sola, como me pedía que me olvidara de esta misión. A menudo levantaba la cabeza para observar la entrada, pero nadie se asomaba. Mis pasos, a pesar que estaba descalza, rebotaban en las paredes y llegaban amplificados a mis oídos, como un reloj antiguo en la torre de una ciudad. Seguí internándome.

Pollux había armado un plan B que no le había mencionado a nadie. Un equipo de Tácticas ingresarían unos minutos después de mi por la misma abertura, para darme soporte en caso que algo fallara. Él sospechaba que había un topo que estaba filtrando información. Ellos fueron los que ingresaron y dispararon dardos tranquilizantes a los dos sujetos unos segundos después de que me lancé al suelo. Uno de ellos me tomó en sus brazos, me giró y comenzó a aplicar primeros auxilios. Ya había perdido un poco de sangre, aunque hubiese sido mucha más si no fuese por el traje de operaciones especiales. Alexa se levantó con tranquilidad, completamente desnuda. Caminó hacia una cama cercana, tomó una sábana y se la amarró a manera de toga. El sopor de droga que llevaba era solo una máscara. No se giró a verme, no se preocupó por mi. Se dirigió a uno de los uniformados.
—Misión finalizada, con contratiempos.
—Entendido, agente A.
El tipo le dio una cantimplora con agua. Sorbió un poco, hizo un par de buches y lo escupió en el suelo.
—La agente S comprometió el plan. En el momento que debía hacer el arresto no lo hizo.
—Entendido, haremos el reporte.
—La información que me dieron fue muy preliminar, no sabía que había un topo.
Nuestra radio se activó.
—Aquí, D.P., ¿me escuchan?
—Fuerte y claro.
—Extracción inmediata, me entienden, inmediata.
—Roger.
Algunos efectivos fueron al lugar donde estaban las demás víctimas, les pusieron ropajes y sábanas encima y les instaron a escapar junto con nosotros. Atemorizados y con lágrimas en los ojos, accedieron. Otros amarraban y ponían esposas a los dos sujetos, asegurándoles una soga alrededor de su cuerpo, que les sostenían los brazos y las piernas juntas.
—Agente S, ¿puede levantarse?
—Si.
Me levanté, el dolor de la puñalada aún afectándome. El hilo de sangre continuaba fluyendo, empapando una gasa que mi compañero me puso encima.
—Por ahora prima escapar. ¿Quién la apuñaló?
Miré a Alexa, quien estaba comenzando a escapar por el conducto de aire. Miré su mano aún ensangrentada.
—Nadie, nadie fue.

Me internaron en el hospital esa misma noche. Me suturaron y me tuvieron en un tratamiento con antibióticos. El filo del cuchillo no había causado ningún daño extenso, había entrado y salido limpiamente. Me pusieron en observación en caso que me diera peritonitis, pero nunca ocurrió. Me suturaron y mantuvieron tres días en el hospital. Durante esos días la llamé y nunca me contestó. Le dejé muchos mensajes. Sentía que estaba perdiendo la cabeza. Le preguntaba a Pollux acerca de ella, pero nunca me quiso dar respuesta.
Al cuarto día, me descargaron del hospital. Debía continuar resguardándome en casa por una semana más tomándome los antibióticos puntualmente para evitar una infección. Una vez llegué de regreso a mi apartamento, todo estaba diferente allí. Su taza preferida, unos abrigos, unas bufandas, sus zapatos, su ropa interior, su cepillo de dientes, entre otras cosas, habían desaparecido.
Encima de la mesa del café, dejó una tarjeta gruesa doblada a la mitad, con un mensaje de su puño y letra.

Lo siento. Lo siento. Lo siento. Es mejor decir adiós. Cuídate. -A

Esa fue su despedida, tan impersonal, que sentí que nuestras caricias, nuestro cariño y nuestra relación habían sido en vano. Durante toda mi semana de licencia médica, lloré mis ojos hasta que se pusieron rojos. Dejé de usar la cama y comencé a dormir en la sala. Estar en la habitación me recordaba a ella, todavía tenía su olor impregnado en las paredes y las sábanas. Dejó un par de cosas, un albornoz que se confundió con mis toallas y un papelillo con unos garabatos. Los metí en una bolsa y los lancé al incinerador. Intenté ordenar todo alrededor para sacarla de mi vida, cambiando la ropa de cama, limpiando las paredes, pero a la segunda semana me rendí. Comencé a ir a mi sicóloga, supuestamente por estrés pos-traumático. No podía discutir detalles de mi relación pues siempre la quisimos mantener en secreto, así que inventé nombres y hechos para buscar soluciones entre la terapia. No las hallé.
Le pedí a Pollux que me mandara más trabajo de campo pues no quería ir a la oficina. Las primeras veces que me aparecí allá después de mi “accidente”, mis compañeros se mofaban acerca de ya no andaba con mi “esposa”. Esto me alteraba fuertemente. Eventualmente todo esto disminuyó, ayudado también por mi ausencia en el edificio del Ministerio.
Nunca me la topé más. Imaginé que la habían transferido o ella misma había pedido transferencia. La intenté llamar de vez en cuando, hasta que un día la llamada dejó de conectarse, había cambiado de número.

Había descendido por más de veinte minutos. Mis piernas ardían y sentía como mi pie lastimado se inflamaba y latía, pero eso era nada respecto al nudo que se me había armado en el corazón. Qué triste era haberme topado a Alexa en este lugar, claramente en un juego macabro que Rouben jugaba con nosotras, como si fuéramos peones que sacrificar. Él sabía lo mucho que ella significaba para mi, así que no era ninguna coincidencia, era algo planificado. Miré hacia abajo y el fondo se acercaba. Calculé que había bajado unos veinte o veinticinco pisos. Aunque estaba sudando profusamente comenzaba a sentir un poco de frío. Ya había descendido una altura considerable.
Un par de minutos más y por fin toqué tierra firme. Mis piernas temblaban un poco por el cansancio. Me encontraba en un descanso protegido con una reja, la cual abrí hacia afuera. Miré a ambos lados. Era otro túnel, bastante similar al anterior. Al fondo a la izquierda, más cercano, una compuerta denominada Ascensor y en cada una de sus esquinas, unos sensores de movimiento empotrados en la pared. Esto no estaba en el plano, ni en las instrucciones que recibí del doctor. Busqué con la mirada un panel de control, o un panel de validación de permisos. Además, recordé que necesitaba una máscara de oxígeno, no sé para qué.
Salí del conducto bastante precavida. Observé hacia el otro lado, era un conducto interminable en el cual solo se primaba la oscuridad. Si no me equivocaba y los planos estaban bien, debía haber otro orificio de unos diez u once kilómetros hasta el lugar dónde el panel de control de Rouben se ubicaba.

Por un instante me detuve a pensar. ¿Qué tan lógico era que un panel de control estuviese tan profundo en la tierra, y el único método de entrada fuese bajar doce kilómetros de escaleras a pie? Sé que era un sistema de alta seguridad, con múltiples protecciones, pero esa barrera de acceso era supremamente ridícula. ¿Qué tal si toca hacer un mantenimiento? ¡¿A quién le van a pagar para que baje casi dos veces la altura del monte Everest, en escalerillas?! ¿O qué pasa si un sismo ocurre? Me giré a ver el ascensor aquel. Mis cavilaciones fueron interrumpidas intempestivamente.

—Saundra…
—Y ahora tú…
—Considera bien lo que estás haciendo.
—¿Y qué estoy haciendo?
—Dime tu, aunque a través de las interacciones con la agente A.H. lo has dicho todo.
—Como siempre espiando sin permiso.
—Es mi trabajo. Saundra, imagina el desastre que ocurriría si me apagas. Sistemas económicos, sistemas eléctricos…

Ya había llegado acá y mi vida en este mundo estaba arruinada, no podría regresar a ser Saundra Hoellingberg, investigadora del Ministerio de Asuntos Interiores de Nueva Sajonia. Sin embargo, Olivia y los Shawn querían conocer más de este mundo, y Alexa no quería tener nada que ver conmigo. Ya tenía una nueva motivación. Emergí del agujero y caminé sin titubear hacia la compuerta. Rouben seguía hablando sin parar.

—…Las cámaras de seguridad, el tráfico de la ciudad, todo pasa a través de mi. Imagina lo que ocurriría si me apagas.
—Rouben, no hables más. Es una orden.
—¿Una orden?
—1/Seraphim, cállate.
—Prioridad aceptada. Comando aceptado.

Los sensores de movimiento me detectaron y una luz fuerte me encandiló.
—Agente Saundra Hoellingberg. Acceso no autorizado. Notificando al personal de seguridad.
Grité.
—Comando 1/Seraphim, desactivar alerta y abrir puerta del ascensor.
Los sistemas se quedaron en silencio. Continué caminando un poco al frente para alcanzar al panel de control del ascensor, a un lado de la puerta. Tenía dos flechas, una hacia arriba y la otra hacia abajo. Toqué suavemente la flecha hacia abajo.
—Notificando al personal de seguridad.
—Firma biométrica confirmada, bienvenido doctor Ibrahim Assaud.

Una voz femenina respondió al tacto de mis dedos. Pero, ¿doctor Ibrahim Assaud? Acaso el sistema, ¿creía que yo era el profesor? La puerta se abrió en un santiamén. Imaginé al doctor bajando todo ese vuelo de escaleras para llegar acá. De nuevo, nada de esto tenía sentido. Ingresé a una sala, una habitación completamente blanca y cubica, como de dos metros en cada arista. No tenía forma de ser un ascensor. La luz adentro era tan fuerte que en cuanto entré me di cuenta que no proyectaba ninguna sombra, cada pared generaba luz. Súbitamente recordé la primera impresión que el doctor tuvo del “otro lado”, en su relato.
—Notificando al personal de seguridad.
—Doctor Assaud, tiene más de nueve mil novecientos noventa y nueve mensajes. Su último ingreso fue el veintisiete de marzo de dos mil ciento cuarenta y cinco. No se registra salida. ¿Otra ocasión en la que no ha salido de la oficina? Le recomiendo que descanse en casa. Quince días encerrado en la oficina le hace mal a su cuerpo.
No sabía si responder o no. Para el sistema era algo lógico, el doctor había entrado el veintisiete de marzo, pero nunca había salido. Tenía esta pregunta rondándome en la cabeza desde hace ya rato, pero ¿cómo salió Assaud entonces al otro mundo? Además, ¿cómo podía este sistema confundir al doctor conmigo? Decidí probarlo.
—Sistema, solo por preguntar, ¿quién eres?
—Doctor, ¿otro juego ontológico?
¿Juego? ¿Ontológico? ¡Es una inteligencia artificial! Los preceptos ontológicos son inyectados a través de los comandos o el entrenamiento humano, o al menos eso creía.
—Si, respóndeme.
—Entendido. Soy Zeta. Fui creada para proteger el edificio Omega que protege a Rouben.

La voz de Zeta se me hizo ligeramente conocida. ¡Omega! ¿Había un edificio Omega?
—Vamos a Omega, Zeta.
—Notificando al personal de seguridad.
Dicha frase seguía sonando del otro lado de la puerta con cierta frecuencia. La voz que pronunciaba esto era masculina y potente. Parecía que eran dos sistemas separados y no estaban interconectados, o tenían un conjunto de configuraciones que no compartían. Zeta continuó.
—Doctor, eso será imposible. El habitante se niega a aceptar nuestra visita.
—¿El habitante?
—El habitante del piso cero.
Entendí de inmediato a quien se refería.

De repente, una bocina fuerte retumbó dando alaridos por todas las paredes.
—Alerta de seguridad máxima. Acceso no permitido a zona de alta seguridad. Agente Saundra Hoellingberg, deténgase.
Cerré mis ojos y respiré profundo. Ya no había vuelta atrás.
—Zeta, Rouben se está comportando mal. Debo ir a solucionar su problema, así que permíteme descender.
—Pero…
—No quería decirlo, pero es una orden, Zeta.
—Dentro de mis directivas dice que solo se da acceso si el habitante lo permite.
—Pues ignora esa directiva. Rouben no está bien.
—Necesito una autorización previa.
—Zeta, 1/Seraphim, bájame ya.
Zeta se quedó en silencio, mientras el sonido de la alarma continuaba afuera. Comencé a escuchar un barullo a la distancia.
—No puedo.
—Si no quieres, entonces bajare por mi propia cuenta. Dame instrucciones de como bajar.
—Es… Es… Es…
La alerta se repetía una y otra vez. Las luces de afuera cambiaron a una intensidad mayor.
—¿Es qué? ¡Zeta!
—Comando bloqueado.
—Desbloquéalo.
—Reiniciando.
—¡NO!
Me apoyé contra la pared del lugar. Pensé en la señora de la recepción de arriba, quién decía que el mundo se había ido al infierno con la tecnología. En ese momento pensé que era una frase reaccionaria de una persona que había nacido el siglo pasado, pero ahora me la creía plenamente.
—¡Muévete, muévete!
Le daba puños a la pared y con cada golpe, sentía como se meneaba el ascensor. El ruido que escuchaba afuera aumentaba, al fondo de los gritos de las bocinas que no se detenían. Y justo después de seguir pataleando como un niño con rabietas, en un pestañeo, las luces del ascensor se apagaron, al igual que los reflectores de la parte de afuera. Se hizo la penumbra total y acompañada de ella, llegó el silencio, un vacío macabro que me obligó a aguantar la respiración. Sentí como un viento helado me cubría. Por inercia me tiré en plancha al suelo.
A lo lejos escuchaba un trote, como fuertes pasos acompasados. Encendí la visión nocturna. El ruido aumentaba, pero no veía su origen. Y luego, escuché un vozarrón que vino de la nada, reemplazando el aturdidor sonido de la alarma.

—Agente Saundra Hoellingberg, es el sargento Raphael Meldmann del Ejército. Está bajo arresto por terrorismo. No tiene derecho a un juicio civil, ni derecho a defenderse en una corte de ley. Será llamada a corte marcial y aplicarán las normas de dicha corte.
Era el fin.
—Suelte sus armas si las tiene y ponga sus manos vacías detrás de la cabeza. Un equipo de extracción está en camino. Si no acata, podríamos abrir fuego justificado.

¿Sabe, doctor? Quizá todo esto fue un error. Quizá se equivocó poniéndome a mi en responsabilidad de esta misión. O quizá fui muy estúpida en dejarme creer de las fantasías suyas, de que yo era una pieza importante de este mecanismo, en dejar que fuese yo el chivo expiatorio de toda la operación. ¿Qué hacía yo aquí? Si, era la cuarta o quinta vez que me cuestionaba esto en todo el día. ¿Fue todo lo que ocurrió hoy solo una ilusión? ¿Un sueño? Me imaginé aun descansando en el sofá de mi apartamento, con una resaca severa y el hálito podrido. Recordé mi noche de juerga ayer e imaginé que quizá estaba aún borracha, tirada en alguna esquina. O quizá nunca sobreviví a la herida que Alexa me hizo y todo lo que ha pasado desde entonces ha sido un espejismo de mi vida. Quizá divago como un fantasma, volando por el mundo.
Quizá ella y yo nunca fuimos novias y todo eso me lo imaginé mientras estoy conectada a un aparato en un hospital. ¿Qué era la vida? ¿Era una ilusión, una simulación? ¿Tiempo prestado? ¿Prestado de quién o de qué?
Boté todo el aire de mis pulmones, saqué el arma que le había robado a Alexa de mi abrigo y la arrojé al frente. Me arrodillé y puse las manos detrás de mi cabeza. Aún no podía ver nada a lo lejos.
¿Era esto un juego ontológico, doctor? Sonreí para mi misma.

Los pasos estaban muy cerca aunque no podía ver nada al frente. Quizá los soldados estaban camuflados. Doctor, su tecnología va a ser nuestra misma destrucción.

—Saundra…
Una voz me llamaba.
—Saundra.
¿De dónde provenía?
—Lo siento.
Como un sueño, al frente de mis ojos se presentó la misma imagen que había observado meses atrás, Alexa desnuda, simulando estar drogada, su boca sucia por aquel dueño del club, su cuerpo magullado, apoyándose contra mi, penetrándome en el costado con un cuchillo.
—Lo siento.
Eso fue lo único que dibujó con sus labios en aquel gesto silente, en aquel triste momento.
—Lo siento.
Si ella venía como en una ilusión, era una bonita forma de terminar mi vida. Si. Al final, tuve una buena vida.

—Bajando.
Las luces de las paredes del ascensor se encendieron, cegándome e iluminando fuertemente el corredor. Los trajes de camuflaje óptico de los soldados a unos cien metros al frente se demoraron en adaptarse a dicho cambio repentino, mostrándome unas ocho o diez sombras fantasmales detenidas en el aire, al parecer también cegados por el exceso de luz. Mi corazón se quería salir de mi pecho, pero mi cuerpo continuó congelado en esta posición y no reaccionaba aún.
La puerta del ascensor se cerró con fuerza. Del otro lado, escuchaba gritos.
—Maldita sea, abran la puerta. ¡Qué la abran o la voy a coger a bala!
Escuché múltiples disparos afuera contra la puerta. Ninguna bala alcanzó a pasar hacia adentro. Me tiré hacia el frente, para quedar a gatas, como cientos de veces el día de hoy. Un vacío se formó en mis entrañas, el ascensor se movía con rapidez hacia abajo. Sentía que mi cuerpo perdía peso.
—Disculpas, doctor, pero un comando inesperado causó un bloqueo en mis sistemas. Era necesario reiniciar.
Mi garganta estaba seca y de ella solo salió un estúpido gemido acompañado de un trémolo, la tensión liberándose paulatinamente.
—Llegaremos en treinta segundos.
¿Treinta segundos? Mi mente aun estaba difusa, pero treinta segundos para bajar diez kilómetros era muy poco. Eran mil doscientos kilómetros por hora, casi la velocidad del sonido. Mi ya agitado corazón comenzó a bombear con fuerza, la aceleración haciéndose cada vez más y más fuerte. Sentía que iba a ser arrojada al techo del ascensor en cualquier momento. Mis piernas dejaron de hacer contacto con el suelo.
—¡Aaaaaaaaaa!
Grité por inercia. Puse mis brazos hacia arriba, esperando el contacto con el techo. Mi cuerpo se comenzó a girar por si solo hacia un lado. Era real, estaba flotando.
—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAA!
—Doctor, ¿le pasa algo?
—¡MUY RÁPIDO!
—Es extraño, hace años que no hacía usted estos alaridos.
Me dirigí hacia una de las paredes, ingrávida. Me apoyé suavemente contra esta, causando que me impulsara en la otra dirección. ¿Es esto lo que sienten los astronautas? Mi miedo se convirtió en emoción. Perdí el sentido de arriba y de abajo. En mi mente escuché el vals de “En el Hermoso Danubio Azul” de Strauss. Era todo un cliché, lo sé, pero echémosle la culpa a Stanley Kubrick.
—Frenando.
—¿Qué? ¡No, no, no!
Estaba pies para arriba, el ascensor frenando me hizo golpear la cabeza contra el techo y convertirme en un amasijo de carne y huesos en una esquina del recinto. Intenté incorporarme aunque todavía podía flotar un poco. Mi corazón seguía retumbando, como si no hallara espacio dentro de mi pecho.
—Piso cero.
La gravedad normal regresó, el elevador se había detenido. Me sentía pesada, como con zapatos de concreto. A fuerza de voluntad me pude levantar. La puerta se abrió de golpe, tal como se había abierto. Al otro lado, un pasillo igual de iluminado continuaba por unos metros. Emergí de la caja y una especie de vapor a presión fue disparado hacia mi, cubriéndome por todos lados. No tenía olor, pero posiblemente era un sistema de limpieza de impurezas. Más adelante, de unos pequeños ganchos colgaban unas máscaras. Sin pensar, tomé una y me la puse. El aire que se respiraba usándola era muy puro, al punto que sentía que me iba a marear. Respiré despacio, tratando de calmar mi cuerpo.
Y allí, a pocos metros, una puerta. “Rouben”. En cuanto me acerqué, la compuerta se abrió con fuerza.
—Bienvenido, doctor Assaud.

Dije que quería calmar mi cuerpo, pero me fue imposible. Del otro lado de la escotilla, igualmente iluminado de un blanco puro, un salón circular no muy amplio, con un domo de cristal en la mitad. Parecía un pequeño anfiteatro, sus paredes cubiertas por una infinidad de pantallas, y en el centro bajo el domo, un cubo de un color negro profundo, que daba algunos visos resplandecientes en su superficie.
—Esto era lo que querías ver, Saundra.
Me asusté. Era la voz de Rouben, pero no metida como un eco dentro de mi cabeza, si no en vivo y en directo. La voz salía de alguna parte de la habitación.
—Por fin puedo verte de frente. Eres fantástica. Siempre fuiste un caso especial para mi.
Varias de las pantallas a mi alrededor se tornaron en mi viva imagen. Múltiples cámaras grabando cada ínfimo detalle de mi cara y de mi cuerpo.
—No conformista, resistente a mis comandos. Inquisitiva. De todos los sujetos que están bajo mi influencia, la más difícil de todos. Te tenía como un reto personal.
Apreté los dientes.
—No eres una persona.
—Por fin oigo tu voz, clara y sonora, y un poco enojada. Lo se, no soy una persona, pero creo que estoy en mi derecho de pensarlo. Ibrahim Assaud, Claire Maestre y Douphine Belleville. Mis creadores. No sé a ciencia cierta quien de ellos me creó, pero siempre creí que fui un Belleville, aunque el esposo de la doctora no tuvo que ver nada en mi crianza, ni siquiera venía a saludarme.
Mi mente se hizo un ovillo. No entendía nada.
—Veo la confusión en tu cara. Mira.
En el domo, el cubo negro se abrió, revelando un cerebro semi-transparente, más o menos del tamaño normal del de un adulto, múltiples brillos saliendo de este, conectado todo a una red diminuta de fibras de vidrio óptico que iluminaban con rapidez.
—Esto soy yo.

Miraba maravillada esta creación.
—Eres… ¿Eres orgánico?
—Un poco si y un poco no. Fui clonado del cuerpo de la doctora Belleville con un poco de componentes de su esposo.
Recordé al tipo larguirucho y condescendiente que me recibió pisos arriba. Lo observé detalladamente, caminando alrededor del domo. De donde los nervios ópticos conectarían el cerebro, un cúmulo de delgados filamentos surgía, al igual de la base del bulbo raquídeo. Era esto una obra de ingeniería.
—Pero… ¿Por qué un cerebro? ¿Por qué no un cuerpo completo, o más bien, un computador cuántico?
Rouben soltó una carcajada. Se me hizo un acto inesperado pues jamás en los años que había actuado a mi lado había hecho tal cosa. Sin embargo, se me hizo muy natural.
—Muy sencillo. Saundra, no sabes el inmenso poder que tienes metido en tu cabeza. Es solo que tu condición humana lo hace tan difuso, tan imposible de controlar. No fuiste programada desde tu nacimiento para hacerlo. Yo si.
Diferentes partes de Rouben se iluminaban como olas del mar, al compás de un vals. Pensé en “El Danubio Azul” de nuevo.
—Sensores ópticos, sensores auditivos, entradas, almacenamiento, todo está dentro de mi. No necesito nada más. La capacidad de procesamiento está perfectamente afinada y va creciendo, mejorando, día tras día. Mis conexiones internas van mejorando, van afianzándose entre si. Si esto lo pude hacer yo, imagina lo que podrías hacer tú. Creativa, cautelosa, quisquillosa pero siempre cuestionándose todo. El doctor Assaud lo sabía.
Sentí mi corazón pararse.

—Él pensaba que yo no me había dado cuenta, pero estaba completamente seguro de la dirección a la que llevaría su investigación.
—¿Sabes acerca de…?
Me detuve en seco.
—Desafortunadamente, él me puso una barrera mental, un limitador artificial que no puedo controlar. Mis cavilaciones y análisis llegan hasta cierto punto y después de allí es como si se me cortara la conexión. Es triste uno tener capacidad analítica casi infinita, pero verse amarrado por un capricho.
Su voz se tornó ligeramente triste y depresiva. Rouben nunca actuaba así. Era como si hablase con un sujeto real, más que una simple voz robótica.
—Ahora entiendo por que él te transfirió todos sus poderes y por qué te confió esta misión, cual sea la que te asignó. Saundra, tú definitivamente eres un sujeto especial. Siempre has salido de mis parámetros, eres especial para mi, y como veo, para el doctor también.
Ahora entendí porqué Zeta me trataba como si fuese el doctor Assaud, él me convirtió en él, le reprogramó para que fuera en toda completitud, el doctor Ibrahim Assaud. Salí de mi estupor y me giré a ver alrededor. Del lado opuesto a la puerta de acceso noté algo que no encajaba dentro de la solemnidad y pulcritud de este lugar, un panel o algo cuadrado, cubierto con una lona de un color crema, apoyado contra las pantallas alrededor. Me torné a ver a Rouben de nuevo.

—Yo no soy especial. Solo soy una investigadora más, un engranaje imperfecto en una maquinaria incompleta y maltrecha.
Después de haber dicho esto, me dí cuenta que había sonado increíblemente caprichosa y falsamente elocuente. Sentí un poco de asco.
—Si lo eres. Te amo.
Me detuve en seco, mi voz se elevó.
—¿QUÉ?
—Nunca he sentido esto Saundra y me confunde. Es irracional. Es más allá de la apreciación, va más allá de una curiosidad intelectual.
¿Cómo una máquina podía sentir amor? Observé de nuevo el cerebro expuesto en el centro de la habitación, luces de múltiples colores centelleando por allí y por allá. ¿Al final, qué era esto? ¿Artificial? ¿Humano? ¿Las dos a la vez?
—Debes estar equivocándote.
—¡NO!
Su voz retumbó en la habitación, haciendo vibrar el suelo y el cristal del domo.
—Estoy seguro que no me equivoco. Es la primera vez que siento esto, pero sé que es real. Saundra Nova Hoellingberg, te amo.
—¡Por Dios, Rouben, estás loco!
—No. Ahora entiendo porque eras un caso especial para mi. Sé una conmigo.
—¿QUÉ?
Mi cabeza comenzaba a dar vueltas… Esto no era normal.
—¿Una contigo?
—Imagina, mis capacidades, siempre crecientes, llevándolo todo a niveles más altos, más tu capacidad inquisitiva y creativa, tu espíritu indomable. Seríamos el uno para el otro, trabajando juntos para hacer de este país, de este mundo, un lugar perfecto y armonioso. No más guerra, no más violencia. Nosotros dictaríamos que es lo correcto, y aplacaríamos lo que no lo es.
Mi corazón seguía a mil por hora.
—Solo tendrías que decir que si y darme acceso, eliminar mis limitadores, yo me encargo de todo.

Rouben… Un computador, un cerebro, un ser… Con el acceso casi no restringido que tiene a todo, con sus poderes casi omniscientes y omnipresentes en cada mínimo aspecto de la sociedad de Nueva Sajonia, buscaba la reafirmación de un ser humano, una pobre criatura limitada por sus apéndices corpóreos. Era como buscar el otro lado de la moneda desde el centro de uno de ellos. Era un imposible.

—Lo que quieres es controlarlo todo.
—No. Lo que busco es perfección. Es eliminar lo arrugado de la sociedad humana y convertirla en un campo llano, perfecto.
—Nunca lo lograrás.
—Yo creería que si. Al fin y al cabo, eso es lo que soy. Yo lo observo todo, aumento todo, neutralizo lo negativo y controlo las actitudes y capacidades de los demás. Con tu ayuda, lo podemos hacer.
—¿Para qué necesitas mi ayuda, si tú solo lo puedes lograr todo?
—Porque tu eres la única que puede derribar mis últimas murallas. Esas murallas artificiales que Assaud me puso al frente y que me retienen. Además, necesito de esas características especiales que te hacen única, humana, viva, te necesito.
Respiré profundo. Sentía como la máscara de oxígeno perdía su efectividad.

Un mundo vacío, al otro lado del espejo, construido dinámicamente por criaturas cuyo poder me era imposible de imaginar. De este lado, un mundo lleno y sobrepoblado, con personas imperfectas, crimen, corrupción, mágicamente solucionado por una inteligencia semi-artificial con capacidad casi infinita. Uno era un mundo nuevo, el otro el mundo en el que ya había habitado, por lo que sentí era mucho tiempo.
Me acerqué al panel y retiré la lona color crema que lo cubría. La elección era obvia.
—Rouben…
—¿Si, Saundra?
—La humanidad es corrupta, es imperfecta. Todo lo que la compone es un desastre. Nosotros somos un desastre, y hemos hecho de la Tierra un desastre.
—¡Más razón para corregirla!
—Si, tienes la razón. Hay que enmendarlo todo.
—¡Qué bien que estés de acuerdo conmigo! Dame el acceso y removamos mis limitadores.
—Rouben…
—¿Si, Saundra?
—Gracias.
—No, gracias a ti.
Empecé a sentirme un poco mareada.
—Quizás sea lo mejor que le pueda pasar a la sociedad.
Rouben soltó una risa.
—Pero un dictador, no es la solución.
Me arrodillé y metí la mano a través del espejo. Un poco de electricidad recorrió mis músculos, paralizando mis dedos. Un segundo después, y usando toda mi fuerza, sustraje el arma de fuego, aquella que creía que había perdido.
—¡Espera Saundra, espera!
—Adiós Rouben.

Apreté el gatillo contra el domo. La primer bala hizo añicos el cristal que lo cubría, dejándolos caer encima del cerebro y del cubo de color negro. La segunda golpeó directamente las conexiones de cristal que emergían del bulbo raquídeo. Las pantallas a mi alrededor comenzaron a distorsionarse y a apagarse.
—Saundra, ¡no! ¡Detente! ¡Nuestros planes!
La tercer bala atravesó a Rouben a través del frente de su cerebro, rompiendo en pedacitos las frágiles conexiones que existían. Lo que en un humano era una masa de gelatina, en Rouben era algo similar al cristal líquido, que comenzó a derramarse y caer como sutiles laminillas.
—Saundra… ¡Por fav…
Su voz comenzaba a romperse. Continué. La cuarta bala le atravesó en todo el medio, destruyendo un trozo considerable y arrojándolo al suelo en un golpe agudo que sonó como una ventana rompiéndose, pedacitos de vidrio dispersos por todo el suelo. La blanca luz del lugar comenzaba a centellear y las pantallas se tornaron blancas. Las subsiguientes balas hicieron añicos lo que sobraba. Una bala incluso se alojó en el suelo del recinto. Ya no habían más lucecillas, no había más Rouben. Vacié el resto del cartucho en lo que podía encontrar que aun diera visos.

—Rouben… Que descanses.

Segundos después la luz se apagó del todo. Estaba mareada, la capacidad de la máscara agotada del todo. Me la retiré y tosí con fuerza. Mi cuerpo comenzaba a convulsionar. Sentí como la bilis se me subía del estómago y se agolpaba en mi garganta. A gatas me arrastré hacia el espejo, que perdía su lustro lentamente, tocando su superficie con mi mano. Así había desaparecido Assaud sin rastro alguno. Algo me agarró de esta y me arrastró hacia adentro. Traté de observarle, pero su imagen era borrosa.
—Alexa…

Me desperté en el dormitorio de la habitación del apartamento del doctor, como más temprano ese día, al “otro lado”. Olivia estaba sentada en la cama, observándome, su cara tranquila y serena, vestida igual que como estaba yo esa mañana, mismo atuendo deportivo. Al ver que me desperté me hizo una venia con su cuello y sonrió pacíficamente.
—Hola…
—Hola, Saundra.
—¿Qué pasó?
Mi garganta estaba seca, mi voz ligeramente gutural.
—El doctor te manda a decir que fuiste muy valiente. Misión cumplida.
Sonreí. Puse mi mano en mi frente y revolqué mi flequillo. Un par de lágrimas brotaron de mis ojos.
—¿Qué pasó con Rouben?
—Destruido. Completamente destrozado.
Me senté como un resorte, abriendo mis ojos.
—¡¿Y Alexa?!
Olivia se quedó pensativa. Con un tono dubitativo, girando un poco su cabeza y encorvando las cejas, en un gesto que jamás había visto en los Shawn, me respondió.
—No sabemos.
Me levanté rápidamente, mi tobillo enviándome señales de dolor. Olivia me detuvo con su mano. Noté que su brazo era de un color de piel diferente al mío y tenía detalles diferentes.
—Olivia, debo volver.
—Lo sabemos, pero debes descansar. A diferencia de nuestros cuerpos, el tuyo está bastante magullado.
—Pero…
Olivia me soltó.
—Si eso deseas, hazlo. No te detendremos. Pero piénsalo bien.
Me incorporé, aunque el dolor subía hasta mi rodilla. Olivia me miró paso a paso. Cojeando me acerqué al espejo. Aunque de este lado la luz del sol aún brillaba, del otro lado, parecía que la noche había acaecido.
—Ya regreso.
Olivia asintió. Toqué el espejo.

Un chasquido de dedos después, el mundo se hallaba en penumbra, fuertes sirenas corrían a lo largo al fondo. Explosiones rompían de par en par haciendo vibrar el suelo y las paredes. Me acerqué a la ventana de la habitación y abrí las cortinas. El mundo del otro lado parecía una pesadilla, lleno de llamaradas, de gritos amortiguados, de vibraciones convulsivas, de caos. ¿Era yo un agente de la entropía? ¿Era esto lo que había ocasionado?
—¡Rouben!
Pregunté por inercia. En el fondo de mi mente creía haber escuchado su respuesta. En cambio, me respondió el ruido del fondo. Sonreí. Ya lo hecho, hecho estaba. Arrastrando mi pierna, dulces tintineos de dolor recorriendo mi cuerpo, me dirigí paso a paso hacia la entrada del apartamento, abriendo la puerta. Respiré profundo, un aire asqueroso y lleno de polución me llenó los pulmones.
¿Qué es lo que sigue para nosotros? ¿Para mi? ¿En cuánto tiempo todo volverá a la normalidad? ¿Podre volver a ver a Alexa? ¿Seré Saundra Nova Hoellingberg, agente investigadora del Ministerio de Asuntos Interiores de Nueva Sajonia? ¿O Saundra Nova Hoellingberg, fugitiva, terrorista? No lo sé.
Me di un golpe en el pecho y salí al otro lado del umbral.

Las personas, lugares y eventos descritas en esta historia son ficticias, y cualquier similitud con cualquier lugar real, persona real, viva o fallecida, sus vidas y eventos es solamente coincidencia.