Tiempo aproximado de lectura: 35 minutos.
Saundra salta a la acción, ejecutando el plan del doctor y de los Shawn.
«Más rápido que un pestañeo» (parte 4)
Resultado de nuestra investigación, nos dimos cuenta que no había sido la embajadora quien estaba haciendo aquellos tratos peligrosos y robando dinero de las arcas de Nueva Sajonia, pero uno de los cónsules de la embajada, escudándose detrás de las acciones de su jefa. Fue rápidamente terminado de su cargo y ajusticiado, en un operativo que hicimos al día siguiente a aquella reunión.
Un mes después, la investigación de Alexa en Harim Hosan había terminado y atrás habían quedado sus grandes lentes y su intencional poca atractiva apariencia. Nunca supe cual había sido el motivo de su trabajo encubierto, pues es poco usual que se cuele información entre casos en Interiores. Después de aquel encuentro en el baño, no tuvimos ninguna comunicación. Aún así todos los días pensaba en ella, sus labios y el calor de su cuerpo, para después sentirme apenada, pues por más que lo pensaba no sabía que se había apoderado de mi en ese momento. Si nos hubieran descubierto hubiera sido un desastre de tamaño monumental, una crisis a nivel global. Nunca consideré que mis acciones hubiesen sido tan peligrosas, y tampoco esperaba que aquel sentimiento impulsivo tuviera algún impacto en Alexa. En mi corazón sentía que lo había echado todo a perder.
No volví a saber nada de ella hasta el día que la vi de nuevo en la oficina. Quería que la tierra me tragara, pero al final fue ella quien tomó la iniciativa y se acercó a hablarme.
—¿Un café, agente Hoellingberg?
Era la misma mujer que había visto años atrás en mi bienvenida. Asentí, mi mente perdida, mi corazón latiendo a mil por hora y mis manos sudando. El camino a la cafetería fue un calvario, no sabía si disculparme, no sabía si simplemente hablar casualmente. Preferí el silencio, mientras mi estómago se revolcaba y mi garganta se armaba en un nudo. Una vez llegamos, preparamos un par de tazas de café en una máquina y nos sentamos en una mesa. Yo la seguía a ella por inercia, aun cavilando acerca de como reaccionar. Escuché su dulce voz, tan baja como era posible.
—Así que… ¿Me estrujas contra la pared de un baño en Harim Hosan, te robas un beso como de dos minutos, me hablas seduciéndome, y ahora que me tienes en frente es como si te hubieran cortado la lengua?
Me ahogué con mi propia saliva, tosí como quien el río se lleva y traga agua de este. Ella soltó una risita. Me sentí igual que cuando ella se burlaba en mi cena de bienvenida, como si tuviera unas espinas que quería arrancar de mi piel desde ese entonces. Susurré con un poco de rabia.
—Oh si, ¿y entonces qué fue esa mirada furtiva y apenada que tenías justo después del beso que me robé?
Clavó sus ojos en los míos. Sentía que eran tan profundos que me iba a hundir en ellos. Me fue imposible de esquivar sus dagas.
—Simple, me gustó mucho lo que sentí.
Ella me estaba dando vueltas en la palma de su mano, como cuando alguien revuelve el vino de su copa. Escuché el latir de mi corazón en mis oídos y se me subió el calor a la cabeza. Se levantó súbitamente de la mesa, dejando atrás una taza medio vacía y una nota adhesiva verde doblada en cuatro. La seguí con mi mirada. Antes de retirarse más lejos, se giró hacía mi y apuntó hacia el papelito.
—Nos vemos hoy por la noche, a las siete en el lobby. Si no puedes, llámame. Tu invitas hoy.
Continuó alejándose, hasta que recordó algo y se tornó hacia mi. Posó su dedo índice en sus labios y me envió un beso silencioso a través del aire. Me levanté por inercia como para agarrarlo.
—Allí estaré.
Ese día fue una eternidad, pues no lograba concentrarme en nada. La anticipación por una primera cita con Alexa me tenía bastante emocionada. Me encontré mirando mi reloj todo el tiempo, mientras Rouben me asechaba preocupado acerca de dichos síntomas extraños, las palmas de mis manos sudaban, mi corazón sufría de arritmias, dejaba salir risitas por ninguna razón y me subía un poco de fiebre. Él me sugería que fuera a casa a descansar, pero no podía hacerlo, hoy era un día muy importante. Después de no saber que era el amor, después de tantos años de dedicarme a mis estudios y mi trabajo sin pensar en mi misma, sentía que estaba dando un paso adelante. No sabía si era acertado o no, pero al menos progresaba y de la mano de una mujer fabulosa.
Viajaba a doscientos treinta por hora en un túnel subterráneo privado, dedicado solo a agentes del servicio público e investigadores de los Ministerios públicos. Me sentía sucia y pegajosa, ansiaba meterme al baño y darme una buena ducha. Además, quería ejecutar el plan tan pronto como fuese posible, ya que el doctor Assaud lo tenía todo fríamente calculado. Para mi era una serie de pasos sin sentido, más idealistas que posibles, con decenas de cosas que podían salir mal y otras decenas muy mal. Todo se balanceaba en mi capacidad de engañar a Rouben. Sin embargo, era más fácil decirlo que hacerlo, él siempre estaba allí, adosado en mi cuerpo.
El doctor modificó el nivel de acceso de mi copia de Rouben a 1-Seraphim, algo que solo es otorgado a personas de alto nivel, científicos notables y una manotada de políticos y hombres de negocio, dándome pase libre a una cantidad inusitada de nuevas capacidades. Rouben no se enteraría de dicha modificación, me dijo él. Con esto, ahora podía entrar a sistemas privados del gobierno, con algunas limitaciones. Podía extraer y cambiar información, pero siempre iba a quedar un registro de mis acciones. Me advirtió que solo lo podía usar en casos muy específicos, en casos dónde fuera de vida o muerte. Adicional a esto, ya tendría acceso autorizado a muchas localizaciones, laboratorios y espacios secretos. Esto era necesario para poder cumplir nuestro cometido.
Llamé a mi jefe. Curiosamente, me contestó de inmediato.
—Ese Hache, ¿encontraste algo?
—Nada, Pollux… El apartamento está vacío, no hay rastro de humanidad allá. Solo hallé unos conjuntos de ropa que posiblemente pertenecían al doctor. De resto todo estaba limpio, sospechosamente muy limpio. No habían marcas, ni huellas dactilares en los lugares usuales, de hecho, parecía que nadie viviera allá. Solo había un computador, pero estaba bloqueado.
—Tenemos que extraer la información de este con Forenses. ¿Lo traes contigo?
—No, no lo sustraje. No creo que sea pertinente por ahora, Rouben verificó que tiene nivel 1-Seraphim. Inaccesible para nosotros.
No mentía.
—Me extraña, Ese Hache. ¿Desde cuándo pensando en niveles de acceso en computadores?
Carraspeé.
—Fue la recomendación de Rouben. De cualquier forma, voy para la oficina, Pollux. Necesito recopilar más información.
—Uy, ¡un milagro!
—No le cuentes a ninguna de las bolas de grasa. No quiero sorpresitas esperándome en el escritorio.
—Será una fiesta para todos.
Colgó. Él sabía como hacer enojar con facilidad.
Regresé a casa, haciendo que el automóvil me esperara abajo. Eran las tres y quince de la tarde ya. Era claro que el tiempo transcurría diferente del “otro lado del espejo”. ¿Cuántas horas habían pasado para mi en ese otro mundo? ¿Ocho, nueve? Me sentía agotada, pero si lo que el doctor me decía era cierto, estábamos sobre el tiempo para resolver nuestro problema con Rouben.
Me desvestí en el pasillo, soltando la funda de mi arma sobre la alfombra. Solo hasta entonces recordé que había perdido mi pistola. ¿Dónde demonios estaría? Deje ir el pensamiento y continué. Tomé una ducha, me lavé a conciencia y cepillé mis dientes, además de peinarme como pude. Sustraje el uniforme de mi armario, un poco empolvado por el desuso. Le di un par de palmadas aquí y allá, y me vestí. No me quedaba muy bien ya, la pasividad me había hecho ganar un par de kilos, especialmente en las caderas y cintura. No me maquillé pues nunca lo hice para ir a trabajar. No quise tomar ni comer nada. Igual, no tenía nada más que licor en casa.
Regresé rápidamente al automóvil. Las coordenadas de llegada ya estaban precargadas, un trayecto de unos escasos quince minutos por el mismo sistema de túneles. Durante el trayecto, revisaba de nuevo la nota mental del plan. Cruzaba mis dedos para que Rouben no se enterara de lo que iba a pasar.
Una vez en el edificio del Ministerio, miraba impaciente a todos lados. Hacía tantos meses que no me pasaba por allí que no sabía si Alexa estaría en su cubículo. Hasta dónde llegaba mi conocimiento era aún agente de Interiores. No quería buscarla en los sistemas, ni abusar de las nuevas habilidades que me había regalado el doctor. La amaba aún, pero si me había abandonado, era justo. No quería asecharla.
Me dirigí sin pensar a mi cubículo. Desde la distancia ya sabía que iba a ser un desastre. Encima de la mesa habían cinco cajas de regalo, casi todas del tamaño y forma de una botella de licor, un ramo de flores y una caja de chocolates. Suspiré con fuerza, las retiré todas y las puse en el suelo al lado del bote de basura. No leí ninguna de las tarjetas, ni supe de quien eran, eran la menor de mis preocupaciones. Sabía que detrás de las columnas, debajo de las otras mesas, estarían mis compañeros contemplándome, preguntándose si miré sus regalos, si tuve alguna preferencia dentro de aquellos presentes.
Mi buzón de entrada estaba lleno de sobres, recibos de compras que había registrado como gastos empresariales, misivas no muy importantes, boletines del Ministerio, cosas que posiblemente pudieron haber enviado al correo electrónico. Las arrojé al bote de basura. Sin embargo, debajo de todos estos artículos, quedó una pequeña nota verde doblada en cuatro. La abrí. Estaba escrita en una caligrafía que se me hizo desconocida.
ARCHIVO B-32-2145-00000023. DALE UN VISTAZO. —A
Después que ella me terminó, Alexa nunca me contactó. Si esta nota la había escrito ella, era con un buen motivo. Sin embargo, esta no era su tipo de letra usual. ¿Qué demonios era ese archivo? Tenía mucha curiosidad, pero mi objetivo era otro.
Ingresé al sistema del Ministerio. Eran increíbles las nuevas capacidades que yo tenía, información que antes no tenía accesible, se presentaba a mis ojos sin pedirlo. Rouben continuaba sin notar nada extraño, o al menos así parecía. El objetivo de mi búsqueda en este momento era obtener el plano arquitectónico del laboratorio Upsilon, además de copias de cualquier grabación de video que existiera.
Una vez la información descargó a mi computador, la revisé con detalle. Los “edificios griegos”, como le decimos en el argot de investigadores del Ministerio, eran una serie de construcciones que servían como nexos de diferentes academias en la ciudad. Estaban dispersos por el plano de la ciudad en diferentes localizaciones y mientras unos eran estructuras monolíticas, otros eran solo nomenclaturas para pequeñas casetas de alta seguridad que protegían túneles o laboratorios secretos bajo tierra. Los más prominentes eran el edificio Alpha y el Upsilon, edificaciones de casi doscientos pisos sobre la Tierra, además de treinta o más bajo esta. Los planos de estos lugares eran desbordantes, y aunque no tenía acceso todavía respecto de los detalles minutos del uso del espacio, solo necesitaba un poco de información. Upsilon, en su parte más inferior e interna tenía una serie de conductos que llevaban a una red de túneles, y de estos túneles uno que descendía hasta fuera del plano.
Analicé la mejor forma de llegar allí. Debía obtener acceso a Upsilon, sin ser detectada ni registrada en los sistemas de seguridad, tomar un ascensor de servicio hasta la última planta subterránea y luego flanquear una serie de puntos de control automatizados, obtener una máscara de oxígeno, para poder acceder a una compuerta de alta presión que conduce a los túneles, y una vez en el túnel más inferior, descender de alguna forma hasta llegar al panel central de control de Rouben, ingresar las claves de desactivación que el doctor me regaló y apagarlo de una buena vez, para destruir su almacenamiento después. Sin dudarlo, esto era una misión imposible.
Según los planos, eran aproximadamente doce kilómetros de túneles en descenso. De solo pensarlo, mis piernas comenzaron a doler. ¿Había una forma mejor de hacerlo? ¿Era esta la mejor forma de hacerlo?
Revisé las grabaciones a las que tenía acceso en mi mente. La última vez que el doctor Ibrahim fue visto, ingresaba al edificio Upsilon por una de las compuertas de seguridad del primer piso. Repetí el video múltiples veces. Era bastante conveniente que las piezas encajaran de esa manera, incluso me pareció demasiado conveniente. Revisé si podía encontrar más grabaciones similares en el sistema, pero esta era la única. Era como si el doctor se hubiese desvanecido en vapor una vez ingresó al edificio. El video correspondiente al otro lado de la compuerta la muestra abriéndose y cerrándose, pero nadie ingresando, como si un fantasma la hubiera activado.
Tuve una corazonada. Tomé el papel verde doblado. Archivo B-32-2145-00000023. Después de múltiples rondas de descifrado, no podía creer lo que veían mis ojos.
GOBIERNO DE NUEVA SAJONIA
MINISTERIO DE ASUNTOS INTERIORES
OFICINA DEL MINISTRO
SECRETO/1-SERAPHIM
27 DE MARZO DE 2.145
SE ORDENA UTILIZACIÓN EXCLUSIVA DEL RECURSO SAUNDRA HOELLINGBERG PARA INVESTIGACIONES ACERCA DE LA DESAPARICIÓN DEL DOCTOR IBRAHIM ASSAUD. ORDENADO DIRECTAMENTE POR EL MINISTRO.
Si hoy era diez de abril… ¡Dos semanas atrás! Veintisiete de marzo. Veintisiete de marzo. Volví a observar el video del doctor Assaud. Estaba fechado con veintisiete de marzo. ¿Cómo demonios sabía el ministro que el doctor iba a desaparecer ese mismo día? Me levanté de golpe, hice un puño y le di un golpe seco a la mesa, cerrando dicho archivo. La A de la firma no era Alexa… ¿Era Assaud?
—Hijo de puta. ¡Hijo de su gran puta!
Las fichas por fin hicieron clic en mi cabeza. ¡Maldita sea, doctor, maldita sea! ¿Desde hace cuándo estaba todo tan perfectamente calculado? Le di otro golpe a la mesa. Suspiré con fuerza, apretando mis dientes. El eco de mi rabia rebotaba de pared en pared. ¡Con razón decía él que solo podía ser yo, ya lo tenía planificado! ¡Me estaba usando como cabeza de turco! Colgué mi cabeza de mis hombros, mis puños cerrados sobre la mesa.
—¿Qué pasa, Ese Hache? ¿Qué fue ese grito?
Me giré a verlo. Pollux me miraba ligeramente preocupado, aunque cuando observó mis ojos instintivamente dio un paso hacia atrás.
—Dios santo, ¿a quién vas a matar?
Me hervía la sangre. Traté de respirar, pero solo podía agarrar unos pequeños sorbos de aire.
—Necesito ir a Upsilon. ¡Ya!
—¿Por qué? ¿Encontraste algo?
Aclaré mi garganta.
—Mira esto.
Le mostré el video de la compuerta del edificio. En simultánea, le mostré el video desde el otro lado.
—Alguien, o algo, estuvo jugando con las grabaciones. Esto no tiene ningún sentido. Debo investigar directamente.
Pollux reconoció mis inflexiones y la tensión en mi hablar.
—Pediré los permisos e iremos.
Respire profundo.
—Voy sola, Pollux. Se me encargó esto, así que lo sacaré adelante.
Mi jefe siguió observándome preocupado.
—Ese Hache, ¡no se qué demonios te pasa!
—No me pasa nada, es solo que se que esta rata, este doctor, quiere jugar al gato y al ratón conmigo.
Al escuchar esto, Pollux soltó una carcajada.
—Conseguiré el permiso. Si necesitas apoyo, llámame.
Comencé a caminar de salida.
—¡Rouben!
—Si, Saundra.
—A Upsilon, de inmediato.
—El automóvil ya está esperándonos.
Tomaba el ascensor a la planta baja cuando Pollux me llamó.
—Ese Hache… ¿Cómo decirte esto?
—Escúpelo.
—Por alguna razón ya tenías el permiso.
—Lo sabía.
—¿Qué significa esto?
—Después te lo explico.
Colgué.
—Saundra, ¿te encuentras bien? Estás muy alterada, tu ritmo cardíaco está en desorden.
—Estoy bien, estoy muy enojada.
—No es normal que estés así. Todo el día de hoy has estado con cambios de humor, pero tu periodo no debe llegar esta semana.
—Estoy bien, Rouben.
—Este caso te está afectando. Deberías descansar por hoy.
—Nadie te ha pedido tu opinión.
—¿Qué tal si pido algo de comida y descansamos? Mañana o pasado podrás continuar con tu investigación.
—¿Podrías callarte de una buena vez, Rouben?
—Cambiaré el destino del automóvil.
—Rouben…
La puerta del ascensor se abrió.
—¡¿Podrías callarte?!
Un par de personas que estaban esperando el ascensor se asustaron. Me sonrojé e hice una pequeña venia.
—Perdón.
Rouben dejó de molestarme.
Ingresé corriendo al automóvil. Cerré la puerta a mis espaldas. Me dirigí al computador de abordo.
—Hacia el edificio Upsilon, de inmediato.
—La información que tengo es de regresar al complejo de apart…
—Hacia el edificio Upsilon.
—Información en conflicto.
Rouben ya temía algo. Respiré profundo.
—Prioridad al edificio Upsilon.
—Prioridad aceptada. Entendido. Llegaremos en veintiún minutos.
—¿Por qué estás tan empecinada en ir a Upsilon hoy?
Decidí no volverle a contestar.
—¿No tienes hambre? ¿O sed?
Cerré los ojos.
—Bajo la irracionalidad que estás teniendo, inevitablemente vas a tomar una mala decisión. Estás cansada. Yo solo pienso en tu bienestar. Tus signos vitales están fuera de los parámetros normales…
Había algo que no entendía aún. ¿Porqué tenía permiso para Upsilon, pero me fue necesario solicitar permiso para ir al apartamento del doctor? Si él ya había preparado todo, si el escenario estaba listo para todas mis acciones, ¿por qué decidió dejar ese paso a la suerte? ¿Qué hubiera pasado si me hubieran negado el acceso? No hubiese podido encontrar el espejo, no hubiese podido hablar con él. Incluso, ¿qué tal si jamás se me hubiera pasado por la cabeza ir a su casa? Entre más pensaba, menos tenía sentido el actuar del doctor.
—…tipos de medicina que te pueden ayudar. He enviado una lista de los síntomas que tienes y de los parámetros vitales a tu doctor para que te recete alguna de estas.
Descendí del automóvil.
—Espérame en el parqueadero, por favor.
—Entendido, agente S.H.
Caminé por el vestíbulo del edificio debajo de una bóveda de columnas y arcos hacia la recepción. Una mujer ya entrada en años, de cabello grisáceo, pómulos remarcados, ojos cansados pero aún brillantes y con una bonita sonrisa me atendió. Llevaba el uniforme de la Academia de Ciencias.
—Buenas tardes agente, ¿en qué le puedo colaborar?
—Soy Saundra Hoellingberg, de Asuntos Interiores…
Le estiré mi identificación. Lo revisó desde una distancia.
—Tengo a cargo la investigación de la desaparición del doctor Ibrahim Assaud. Este es mi permiso. Rouben…
Se hizo un silencio incómodo.
—Rouben, vas a mostrar el permiso, ¿sí o no?
—Lo siento, Saundra, pero considero que en el estado en el que estás en este momento, no es conveniente. Ya te lo dije…
Apreté mis ojos y me masajeé el puente de la nariz.
—¿Pasa algo, agente?
—Hoy Rouben se está comportando muy mal.
La recepcionista se sonrió y tecleó algo en su computador.
—Desde que nos volvimos tan dependientes de la tecnología, todo se fue al infierno. ¿Puede permitirme su identificación de nuevo?
Hice una mueca que parecía como la risa triste de un payaso. Se la entregué. Continuó tecleando algo en su computador.
—Encontré el registro del permiso. Ya nos había sido notificado desde hace dos semanas.
—¿Oh si?
Me retornó la identificación y me entregó otra.
—Conserve esto siempre visible. Bienvenida. Debe dirigirse al piso B7, allí la recibirán en Investigación y Desarrollo.
—Muchas gracias.
Pellizqué mi chaqueta con la nueva identificación, guardé la mía en la solapa del abrigo y continué hacia una puerta de vidrio que encerraba el ascensor. Sentí como al pasar por el vidrio, mi cuerpo fue analizado de pies a cabeza, como un pequeño temblor acompañado de un chasquido en mis oídos. Una vez adentro, presioné los botones para el subsuelo siete. En menos de un minuto, había llegado a mi destino. Al frente, encerrada en vidrios esmerilados de techo a suelo, una pequeña mesa de recepción. La recepcionista se levantó de su asiento al verme.
—Agente Hoellingberg, bienvenida.
—Gracias.
—La guiaré hasta la oficina del doctor Assaud. Allí le espera un escolta que la acompañará durante su visita. Espero que no le incomode y atienda todas sus recomendaciones y advertencias.
—Claro que si, muchas gracias.
Pasamos por una abertura que surgió de la nada en la ventana que estaba detrás de la recepción. Jamás había visto tecnología como esta en mi vida. Conducía a un largo pero iluminado túnel que terminaba en una compuerta que se me hizo conocida.
—Esta compuerta…
—¿Si?
—Aquí fue visto el doctor Assaud por última vez, ¿no cierto?
—No, agente, creo que está equivocada. El doctor Assaud fue visto por sus compañeros.
—Pero el registro de video…
—¡Ah! Me disculpará, pero no estoy autorizada para comentar nada más.
La recepcionista agitó su mano sobre una pantalla en la compuerta, a lo cual se abrió de lado y lado con un rápido golpeteo. Del otro lado, vimos un largo pasillo aparentemente de cristal, brillantemente iluminado, con unas bandas amarillas en las paredes y que a un par de pasos al frente se abría hacia la izquierda. La recepcionista continuó caminando. Este pasillo era visible en la segunda grabación que observé, cuando la puerta se abrió y se cerró pero no se veía nadie ingresar. Intenté mirar al lugar dónde estaría ubicada la cámara, pero no vi ningún dispositivo. ¿Cómo demonios funcionaba este edificio? La chica giró a la izquierda y la seguí.
Continuamos caminando por una serie de pasajes, girando las esquinas de vez en cuando, como en un laberinto. Recorría el mapa mental que vi anteriormente. Después de unos cuatro giros, vimos a alguien al frente de una puerta, un tipo de mi misma altura, vistiendo una bata larga de color blanco encima de una camisa verde manzana con un corbatín verde oscuro y pantalones negros, como si fuera un estereotipo de un científico sacado directamente de una película. Su cabello negro, bien peinado hacia atrás, bigote poblado y gafas gruesas complementaban el cuadro.
—Ah, doctor Belleville, gracias por aceptar servir de guía con tanta premura.
—No hay lío, Celestine.
Su tono de voz era increíblemente pretencioso, al nivel que me hizo dar un poco de escalofríos.
—Esta es la agente Saundra Hoellingberg, de Interiores. Está a cargo de la investigación por el doctor Assaud.
—Mucho gusto.
Le estiré la mano, pero el tipo no se inmutó.
—Claro, claro, pobre Ibrahim. De veras que no sabemos dónde se halla. Si puedo ser de ayuda, con mucho gusto.
—Ya sabes el protocolo.
—Claro, claro.
La recepcionista abrió la puerta agitando la mano. A un lado pude leer una placa con el nombre del doctor.
—Adelante agente.
—Gracias, Celestine.
La chica se retiró por dónde habíamos llegado. La habitación se iluminó en tanto ingresé a ella. El doctor Belleville siguió detrás mío. Estaba incólume. Habían dos pilas de papeles en una mesa de trabajo, muy similar a la de la sala de su apartamento, incluyendo un bolígrafo encima de una de ellas. En la esquina más cercana a nosotros un perchero bastante moderno con una bufanda larga, igual a la que su cadáver y los Shawn tenían puesta. En el escritorio estaba el computador del profesor, propiamente bloqueado, una bandeja de correos de entrada y de salida, encima de la de entrada, una pequeña caja de color rojo, tal como el doctor me había advertido. Me estiré a tomarla.
—Agente, le recomendaría que deje la escena del crimen quieta.
—¿Perdón?
—¿Acaso no le enseñaron en su escuela? No alterar las escenas del crimen.
Su tono condescendiente me estaba sacando de mis cabales.
—¿Y es que acaso es esta una escena del crimen? Comencemos, ¿qué sabe usted?
Sentí como se puso a la defensiva.
—Pues… Uno debe asumir todo…
—Esta es una zona bastante segura, Belleville. Pasé por dos escáneres, una puerta que emergió de la nada en unos cristales, estoy siendo observada por cientos de cámaras de seguridad. No cree que si un crimen hubiera ocurrido acá, ¿habría registro de video?
Sus ojos comenzaron a esquivarme.
—¿O es que… Usted tiene relación con el crimen?
—No, no…
—Dígame… ¿Celos o envidia? Si, usted sentía envidia del excelente trabajo del doctor Ibrahim y usted quería eliminarlo del cuadro para robarse todo el crédito, ¿o me equivoco?
El tipo dio un paso hacia atrás como para escudarse, aunque después su vanidad le hizo sacar pecho.
—¡JA! Si algo, el insulso de Ibrahim me tenía envidia a mi.
—¿Ah, si?
—Modificando mis fórmulas y recetas a su antojo, creyendo en cosas que no existen, ¡estaba loco, lunático!
—¿En qué sentido?
—¡JA! Dizque sustancias que se evaporan en el aire… ¡Perdió la cabeza! ¡Decía que podía ver al infinito en una sustancia! ¿Qué tipo de…
El tipo frenó en seco, se dio media vuelta y aclaró su garganta.
—No es de su incumbencia.
—Belleville, yo no le digo como hacer su ciencia, usted no me diga como hacer mi investigación.
Se giró de nuevo como para responderme, pero se encontró con mi mirada. Su cara se puso roja como un tomate por la ira.
Tomé la cajita roja. Tenía escrito “Para S” en su cubierta. No sabía si reírme o enojarme. Mi músculos se tensaron y la adrenalina comenzó a fluir por mis venas. Sentí como mi corazón se aceleró.
—Saundra, ¿qué ocurre?
Rouben lo notó casi de inmediato. Abrí la caja. En menos de lo que dura un pestañeo, se apagaron todas las luces hasta dónde mis ojos podían ver.
—¡Qué diantres!
El tipo soltó un expletivo tan refinado que sentí ganas de reírme. Tomé la bufanda y la arrojé en el lugar dónde el científico estaría, junto con la tarjeta de identificación que me habían dado.
—¡Aaaaaa! ¡Quítenmelo!
Corrí, empujándolo un poco hacia un lado. Escuché un golpe seco y un gruñido.
—¡Agente! ¡Agente! ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Celestine!
Ninguna alerta se activó.
—¡Rouben!
No me respondió, como estaba planificado. Respiré con tranquilidad, aunque tenía menos de diez minutos para llegar a los túneles. Activé mi visión nocturna, una de las pocas funcionalidades que no requería la existencia de Rouben. Corría por los pasillos, en la ruta que me grabé esa mañana. En la lejanía podía escuchar pasos apurados, gritos, puertas abriéndose y golpes repetidos. Al dar la vuelta a una esquina, escuché unos pasos que se acercaban a mi corriendo. Eran dos sujetos más, asumí que eran científicos. Aguanté la respiración y me oculté tras la pared.
—¿Qué pasa el día de hoy?
—No sé, este edificio cada vez está cayéndose a pedazos.
—¿Dónde está el ascensor de emergencia?
—¡No lo recuerdo!
Mi objetivo era aquel mismo elevador. Les observé detenidamente.
—¡Aquí está!
Uno de ellos presionó con suavidad una esquina de un panel eléctrico de la pared, como si fuera un botón. Con un gran chasquido y un sonido como un pistón desinflándose, la compuerta se abrió.
—¡Entra, entra!
Los dos sujetos entraron, una tenue luz roja cubriéndoles. Después de un par de segundos, la luz desapareció, haciéndose más pequeña y elevándose hacia arriba. Era mi turno.
Corrí hacia la abertura y después de comprobar que dicho conducto seguía hacia abajo, entré y me abracé a un grueso cable que había a un lado. El cable cedió un poco a mi peso con un golpeteo. El cable bajaba con cautela, probablemente aún transportando a los tipos que se habían subido en el elevador previamente. Solté mi abrazo un poco y descendí a una mayor velocidad. La fricción calentaba mi uniforme, pero no era intolerable. De algo servían estas ropas especiales. Continué mirando hacia abajo, con el suelo vertiginosamente acercándose. Apreté mi abrazo y la velocidad disminuyó, aunque el calor de la fricción aumentaba. Sentí que ardía un poco. Si no estaba mal, esto era el subsuelo treinta y cinco.
Miré a todos lados de este pequeño recinto. La compuerta de entrada estaba cerca de mi tacto. Le dí un golpe seco, pero se negó a ceder. Me incorporé, tensé mis piernas y le di un golpe certero a la esquina. Con un crujido y un sonido metálico, se abrió a un lado. La empujé con las manos el resto de su movimiento.
Del otro lado, el pasillo que se abría a lado y lado era bastante similar al del piso en el que había estado anteriormente. Salí con rapidez. El túnel al que debía acceder ahora estaba bastante cerca. Ya no escuchaba más ruidos a la distancia, lo cual me tranquilizó. Aún así, me di a la fuga. Afortunadamente, el calzado del uniforme es polivalente, cómodo y útil para estas actividades, además de amortiguar notablemente el sonido de los pasos.
En una de las puertas alrededor, debía identificar el cuarto de conserjería. Conté las puertas desde la que emergí. Si mis cálculos no fallaban, seria la puerta número dieciséis. Me detuve al frente de esta e intenté abrirla. Estaba bastante dura, probablemente pues no había energía para activar los motores que normalmente la abrirían. Me apoyé contra esta y la deslicé lentamente usando las yemas de mis dedos y las palmas de mi mano. Accidentalmente un par de mis uñas se partió. No le presté atención. Centímetro a centímetro se fue abriendo.
De repente escuché un sonido fuerte, como el zumbido de miles de abejas. Mi tiempo se terminaba. Cuando se abrió un espacio suficientemente grande, metí mi brazo y empujé con fuerza. Sentía como mis huesos y músculos se resentían. La puerta se abría con dificultad y mi respiración se agitaba.
Después de unos minutos más, la abertura era suficiente para deslizar mi cuerpo hacia adentro. Me arrojé hacia adentro como pude, trastabillándome un poco, con un golpe duro hacia el suelo. La puerta se cerró detrás mío, no sin antes agarrando mi pie derecho y aplastando mi tobillo con fuerza.
Mis ojos se encharcaron, mis manos se tornaron puños. Intenté girar mi pierna para liberarla, el dolor recorriendo mi cuerpo como un incendio sin control. Sentía como se amarraba mi garganta, formando un grito que debía contener. Me senté como pude, apoyándome contra la compuerta, tratando de abrirla al menos un par de centímetros en esta precaria posición. La puerta no cedía. Pujé y empujé, moviendo sangre a mis piernas con cada movimiento, utilizando mi pierna como una palanca, hasta que pude arrastrar mi apéndice hacia adentro. Mi zapato quedó afuera, la puerta certeramente cerrada.
El nudo se desató.
—¡MALDITA SEA! ¡MALDITA SEA!
El grito recorrió la habitación, botando por cada pared de dicha conserjería como una pelota elástica disparada. Friccioné mi pie con fuerza, masajeándole con rapidez. Miré alrededor, en búsqueda de algún tipo de botiquín médico dentro de las múltiples estanterías que llenaban el espacio. Mi vista estaba nublada por mis lágrimas además del tinte rojo de mi propia ira, que hacían que todo pulsara al compás de mi acelerado ritmo cardíaco. Respiré con profundidad, grandes bocanadas de aire entrando en mis pulmones, enfriando lentamente mi sangre. No lo hallé.
Sin embargo, en una pared al frente identifiqué la rejilla por la que debía proseguir. Me dirigí hacia esta lentamente, cada paso enviando un choque eléctrico por todo mi cuerpo. Podía sentir mi pulso pasar por toda mi pierna, en los latidos que la imagen de mis ojos hacían visibles, en los crujidos que mi tímpano generaba al apretar mi mandíbula. Mis lágrimas seguían fluyendo. Una vez estuve más cerca, me apoyé como pude en mi pierna maltrecha y le di una patada seca a la malla, doblándola como un papel hacia el otro lado. Me arrodillé, ignorando todos los mensajes que mi cuerpo me enviaba y me interné en este espacio.
Era un estrecho conducto, dónde a duras penas cabía mi cuerpo acurrucado. Me arrastré a través de este, dando empujones con mis brazos y mi única pierna buena. Era mi rabia más fuerte que el dolor. Después de gatear por un par de minutos, observé mi destino, otra reja de esas, en esta ocasión, apuntando hacia abajo. Del otro lado pude ver un túnel que se abría, el siguiente de mis destinos. Abrí el conducto de un codazo, arrojando el pedazo de metal hasta el fondo, con un estruendo una vez este golpeó el suelo. Me tiré de caída hacia abajo, cayendo contra mi espalda, que crujió por el impacto.
Me incorporé y miré a mi alrededor. El techo y las paredes de este túnel circular estaban adornadas con cientos de cables de diferentes grosores, tuberías y largas barras de metal. Me desorienté de inmediato. Cerré mis ojos, me arrodillé e intenté recordar el diagrama arquitectónico que había visto previamente. Las líneas se confundían, izquierda era lo mismo que derecha, mis recuerdos fundiéndose, volviéndose humo en mi mente. Respiré profundo de nuevo. El aire en estos túneles olía a moho, a un ático que no se ha ventilado en años, un sótano húmedo y polvoriento que se ha inundado varias veces en el pasado. Detrás de mis párpados, veía una luz roja centelleante formarse detrás de mis párpados, el sentimiento de mi dolor incrementando. La adrenalina me abandonaba. Me puse de pie como un resorte, mi pierna quejándose con un rayo que intentaba paralizarme.
Tomé una de las direcciones a las que se dirigía el túnel aleatoriamente. Si me equivocaba y no encontraba la siguiente abertura, aún tenía margen de tiempo para tomar la salida opuesta. Caminé con rapidez, cojeando levemente. El desequilibrio de mis pies, uno calzado y el otro no, me comenzó a enfurecer. Me descalcé y tiré con rabia el zapato contra una de las paredes, haciendo un eco sordo que rebotó y rebotó, amplificándose. Caminé con mayor rapidez, dando largas zancadas, ignorando mi pie. El túnel se extendía por muchos metros.
En medio de mi carrera, se hizo la luz. Largas filas de luces lineares se encendieron en el techo del recinto. Me deslumbró, obligándome a apeñuscar los ojos. Apagué rápidamente la visión nocturna y abrí los ojos con cautela.
—Oh, cariño. Es una pena.
Estaba enloqueciendo. Mi mente comenzaba a jugar con mi visión.
—No esperabas verme, ¿no cierto?
Mis piernas cedieron. Mis ojos se salían de sus cuencas. Mi corazón rebotaba fuera de mi pecho.
Al frente mío, había una mujer. En sus manos tenía un arma de fuego apuntada directo a mi cabeza. Su cabello rojizo y ondulado estaba amarrado en una cola corta en la parte de atrás. Sus ojos azules claros y penetrantes estaban curvados de una forma amenazante, al igual que sus bien cuidadas cejas. Sus gruesos labios estaban adornados con un color carmesí perfecto, su cara maquillada naturalmente. Su cuerpo estaba cubierto con un uniforme único, ceñido a su cuerpo, relegado solo a las operaciones especiales de los equipos antidisturbios y de infiltración. Sus turgentes pechos y contorneado torso, cubiertos con un ajustado escudo antibalas. Sus esbeltas piernas protegidas bajo la tela. Mi garganta estaba siendo oprimida y la voz, por más que intentaba, se ahogó en un hilo delgado.
—Tenía mucha razón Rouben en avisarme. ¿Quién se iba a imaginar que Saundra Nova Hoellingberg, la mejor investigadora de toda Nueva Sajonia, fuese una terrorista?
La mujer se arrodilló en frente mío, poniendo el frío barril de su arma en mi frente. Mis lágrimas comenzaron a fluir. Mi mente se puso en blanco. ¿Cuántas veces atrás había yo entrelazado mis labios con los de ella? ¿Cuántas veces había recorrido su piel con mi boca, sus curvas con mis manos, chocado mi piel con su piel? Si esto no era retribución divina, del Dios que fuese, entonces no sé que es.
—Tan cerca, pero a la vez tan lejos de tu cometido, Saundra. De veras que es una pena. ¿Cuál era tu plan? ¿Seguir empujando con tus manos desnudas hacia afuera, sola, como siempre lo has estado?
Llevábamos un poco menos de un año de estar juntas. Era un secreto. A los ojos de los demás miembros del Ministerio, nos habíamos vuelto buenas amigas y almorzábamos siempre juntas cuando no estábamos en alguna misión. A menudo Alexa desaparecía por varias semanas. Tenía sentido, era una excelente espía y una maestra del trabajo encubierto. Nunca ahondé en sus investigaciones, no eran de mi incumbencia, así como ella nunca metía sus narices en las mías. Sin embargo, me daba mucha alegría cada vez que regresaba con bien. Sabía que su trabajo no era fácil, de hecho era bastante peligroso. En cualquier momento podía desaparecer de mi vida sin rastro alguno y por ello atesoraba cada momento que estaba con ella.
Poco a poco fue dejando partes de ella en mi apartamento, pues eran más las noches que pasaba junto a mi que en su propio habitáculo. Una buena noche, ya exhaustas y ella refugiándose en mi abrazo, tuvimos una conversación que nunca olvidaré.
—Por ti dejaría mi vida atrás. Vámonos.
Su voz temblaba un poco. Parecía que era algo que había cavilado muchas ocasiones en el pasado.
—¿Qué dices?
Se giró y me miró a los ojos. Bajo la cubierta de la oscuridad y la poca luz blanquecina que entraba por las cortinas, parecía que sus pupilas brillaran.
—Fuguémonos. Vámonos a un lugar dónde nadie nos conozca, dónde nadie nos vaya a buscar, dónde tu y yo podamos ser otras personas, dónde podamos estar tranquilas.
Dejé escapar el aire por mi nariz, como un quejido silencioso. Le di un beso.
—Sabes muy bien que es imposible. Rouben, el Ministerio, el mundo no nos dejaría.
Ella miró a otro lado.
—Debe haber alguna manera…
—Claro que si debe haber una manera. Pero debemos buscarla con tranquilidad.
—Sabes que si renunciamos…
—No nos dejarían. No nos dejarían.
Ella clavó su cara entre mis pechos.
—Lo sé.
—Lo sé.
La abracé fuertemente y besé su coronilla. Esa fue la última vez que estuvimos así juntas. Unos minutos después se levantó, tomó una ducha, se vistió y se fue.
La fuerza de mis manos me abandonó, mi cabeza se descolgó. ¿Qué era lo que estaba haciendo en este lugar?
—Alexa…