semana 6
15 a 21 de octubre de 2.020
«Más rápido que un pestañeo» (parte 3)

Tiempo aproximado de lectura: 32 minutos.

Saundra descubre más acerca de los Shawn y de su próxima y peligrosa misión.

«Más rápido que un pestañeo» (parte 3)

Dedicado a mi querida sobrina Manu. ¡Feliz cumpleaños! ¡Te quiero un montón!

Ocurrió en una misión que tuve en la embajada de Nueva Sajonia en la capital de Harim Hosan, Dulya. Nos habían enviado a mi jefe y a mi a dicha embajada como una cohorte de seguridad para proteger a la embajadora, Kat Hutchinson, en una importante pero acalorada reunión con el Gobierno de dicho país, en la que se elaboraría un nuevo convenio de colaboración y amnistía entre los dos países.
Aunque ese motivo era real y válido, se nos había encargado aprovechar la ocasión para recabar información que nos permitiera confirmar una horrible malversación de recursos por parte de la oficina de la embajadora, además de otros peligrosos tratos que ella estaba haciendo con grupos al margen de la ley. Teníamos una serie de pistas que nos apuntaban en su dirección, pero no habíamos logrado una confirmación oficial.
Se nos acababa el tiempo, la fecha de la reunión se acercaba y con ella, se nos iba el tiempo entre los dedos. Mi jefe comenzaba a perder su paciencia. Él quería una admisión de culpabilidad, resolver el caso, sin tener que enviar agentes encubiertos después. Este era el momento correcto, él quería legitimar y justificar el trabajo de Asuntos Interiores.
Un par de días antes de la reunión estaba en la cafetería de la embajada, tomando una taza de café, intentando recabar más pistas en las conversaciones de los empleados en la cafetería o esperando captar señales en Rouben acerca de los múltiples micrófonos plantados en la oficina de la embajadora, cuando alguien se dirigió a mi directamente. Era una mujer de mediana edad, sus ojos se notaban agotados y ojerosos, su cabello pobremente recogido en una maltrecha cola, con unas gafas gruesas que hacían que sus ojos se vieran vidriosos.
—Buenas tardes.
—Buenas tardes.
Su voz se me hizo conocida, como la de un amigo que uno no escucha desde hace años. La señora se sentó al frente mío en la misma mesa de la cafetería.
—Espero que no le moleste que me siente aquí, agente Hoellingberg.
—No, en absoluto.
Mis ojos seguían simulando estar pegados de un libro que tenía. Levanté la mirada un poco y noté su tarjeta de identificación. Decía un nombre cualquiera, enviada oficial de Harim Hosan en la Embajada de Nueva Sajonia. No pensé nada especial acerca de ello, seguí enfocada en mi ausente lectura y en intentar escuchar información de las charlas a mi alrededor. Si era una oficial de este país, no me serviría en nada para mi investigación.
—¿Qué tal le ha parecido mi país, agente?
No quería sonar grosera, pero la señora iba a interferir con mi trabajo.
—Muy bonito, aunque antes de la guerra yo vine con mis padres. Ahora bien, disculpe…
Ya estaba casi de pie para retirarme, cuando sentí el tacto de su mano en mi muñeca. Ya reconocía este calor y suavidad de antes. Mi cuerpo se congeló inmediatamente, deteniéndome y dejando que la gravedad me empujara de regreso a la silla. Mi voz se tornó en un suspiro.
—¿A…Alexa?
Se rascó tres veces con el dedo medio en la comisura de sus labios. Ese era un signo que solo los agentes de Asuntos Interiores conocíamos y significaba que ella estaba trabajando como una agente encubierta. El trabajo de maquillaje era impecable. Su voz bajó a un registro casi imperceptible que tuve que complementar con la lectura de sus labios.
—Saundra, puedo sentir tu instinto de asesinato desde la entrada. Todo mundo está prevenido de tu presencia en la embajada y no vas a lograr nada si sigues actuando así.
—Pero…
—Hay formas mejores de lograr tu cometido. Habla con la gente, gánate su confianza, no luzcas como si sospecharas de todos a tu alrededor y los quisieras matar.
Alexa se levantó de la silla despacio, dejándome congelada en la silla, con la mirada al vacío. Ella tenía la razón. Cuando salí de mi estupor, me giré en su dirección y ya había desaparecido tan silenciosa como había llegado.

—Saundra, ¿me estás prestando atención?
—Si, doctor Assaud.
—No pareciera, tus ojos se fueron al vacío por un instante.
—Perdón, tuve un pensamiento que me distrajo, nada importante.
—Continuamos.
No podía explicar exactamente el doctor como podía observarme, su cuerpo seguía yaciendo pacíficamente en aquel cofre, los Shawn rodeándome sin moverse un milímetro.

El profesor me explicó muchísimas cosas, algunas que aún no puedo comprender. Su trasfondo es científico, el mío es de investigación criminal, así que me es difícil entender todo lo que me dijo. Por lo que capté, dentro de la Academia de Ciencias, el doctor junto con varios de sus pares, investigaban los efectos ópticos que permitirían hacer invisible cualquier objeto y su consiguiente aplicación para el ejército. Crearon muchos materiales con propiedades únicas, pero ninguno era perfecto, si permitían invisibilidad visual no evitaban que un radar los detectara, y viceversa.
Hace aproximadamente un mes al día de hoy, y muy entrado en la noche, el doctor modificó levemente la estructura de uno de los materiales más prometedores, resultando en una sustancia de un color negro profundo, maleable y fluida, muy similar a un líquido. Asustado, pues nunca en sus años de carrera había observado tal cambio, tomó el contenedor donde había creado la sustancia, lo tapó herméticamente y lo guardó en un congelador del laboratorio. Quizás si se congelaba podría manipularla más fácil.
Al día siguiente, el doctor retiró la muestra del congelador para su análisis pero el contenedor estaba vacío. Preocupado, les enseñó el contenedor a sus compañeros. Lo analizaron con varios dispositivos, pero no podían encontrar nada dentro de este. Había desaparecido. Sus demás compañeros perdieron el interés rápidamente.
Esta situación comenzó a enloquecer al doctor. Recreó la sustancia de nuevo y la analizó a profundidad. Encontró que absorbía la luz completamente y se adhería a cualquier superficie, no era reflectante y ligeramente viscosa. Independientemente de cualquier esfuerzo por conservarla, se esfumaba completamente un par de horas después. No pasaría mucho tiempo para que su obsesión se desatara fuertemente, cuando un día el doctor quiso probar la conductividad de esta sustancia. Aplicó un poco de voltaje a la mezcla usando dos sondas y encontró que no conducía. Adicionó voltaje lentamente hasta que en cierto punto, la sustancia comenzó a cambiar de color hasta que se tornó de un blanco metálico y extremamente brillante, similar a esmalte.

—En este momento, exclamé ¡Eureka!, así como Arquímedes hizo hace tantos años. Nadie me respondió, eran las tres de la mañana y estaba solo en el laboratorio.

El doctor analizó de nuevo la sustancia con sus aparatos. Ahora la sustancia no absorbía la luz, pero en cambio emanaba un brillo blanco increíblemente puro. Decidió extraer un poco de la sustancia usando una pipeta. Al insertarla sintió una fuerza extraña que la empujaba hacia dentro de la mezcla. La dejó ir un poco, hasta que la pipeta se hundió mucho más de lo que tenía de profundo el contenedor. Fue tal la sorpresa que por instinto soltó el instrumento, el cual se hundió completamente en el líquido, el doctor observándole incrédulo desde arriba. En la imagen que se veía en la superficie podía ver la pipeta caer en línea vertical alejándose de la superficie, hasta que se perdió de vista. No era una imagen, era como la vista desde una ventana.

—Me tiré al suelo y lloré un poco. Lo que había encontrado era un portal a otro mundo, a otro universo. Tiré una nota adhesiva enrollada, un cubo de azúcar, un tubo de ensayo. Tiré una canica. Los veía seguir cayendo en línea recta, la gravedad aparentemente afectándoles de forma similar a la Tierra.

El profesor decidió mantener el secreto de dicha sustancia de sus compañeros. Creó una cantidad de esta en el laboratorio y se la llevó para su apartamento. Calculó que no tendría más de dos horas antes de que se evaporara. Una vez llegó, la esparció en un espejo que tenía en su habitación, eventualmente cubriendo toda su superficie y la conectó a una fuente de energía. Esta reaccionó de nuevo y se volvió blanca, emitiendo la misma potente luz. Puso el espejo de pie, comprobando que no se regara el compuesto, tomó un lazo, lo amarró en un extremo de una pata de su cama y el otro de su cintura, respiró profundo y metió la cabeza en el espejo como si fuera un lago. Esperó sentir algún tipo de resistencia al ingreso como quien sumerge su cabeza en una piscina, sin embargo, solo sintió un choque eléctrico, como si se electrocutara. Instintivamente cerró los ojos en tanto sintió la corriente eléctrica y tan pronto cesó esta sensación, los abrió. La brillante luz lo cegó inicialmente y sintió bastante frío.
Efectivamente, había un espacio del otro lado. Giró su cabeza en todas direcciones, pero todo era blanco. Se abrumó en un principio, pero se resistió a reaccionar. Intentó observar si los objetos que había lanzado días atrás estaban en algún lugar, pero no los halló. Luego, incapaz de aguantar más la respiración, soltó el aire de sus pulmones e intentó aspirar, pero no había aire en el “otro lado”. Era un vacío. Se asustó y sacó la cabeza a la fuerza, tosiendo y aspirando con miedo. Se desamarró con rapidez, corrió al baño y se observó. No tenía rastro de la sustancia en su cuerpo, en su nariz o garganta. Tal era su obsesión con tal descubrimiento que no había pensado en los riesgos de experimentar consigo mismo.

Cuando estaba alimentada de energía, la sustancia no se disipaba. Tres días seguidos siguió jugueteando con el espejo, sumergiendo su cabeza, sus manos, brazos y por último medio cuerpo. Comenzó a usar un respirador de buceo para poder resistir más tiempo. Todo cambió en una ocasión en la que probó gritar, pues recibió una respuesta.

—Yo grité ¡Hola! No hubo ningún eco. Las ondas de mi saludo se fueron hacia el infinito. Sin embargo, alrededor de un minuto después escuché una respuesta. Era un gorjeo al principio, después un zumbido y por último un claro saludo.
—¡Hola!
Los Shawn que me rodeaban saludaron todos al mismo tiempo, en un coro que hizo vibrar el suelo.
—Los días siguientes, en nuestras conversaciones, descubrí que ellos siempre habían vivido solos en este mundo paralelo, una sola conciencia, un universo aparentemente vacío. Me preguntaron acerca de nuestro mundo, de las cosas que habían en nuestro universo. Su inteligencia me pareció increíble, adquirían y absorbían los detalles que yo les daba, adaptaban su forma de hablar, descubrían por si mismos palabras de mi lenguaje. Descubrieron a través de mi mente y del tanque de buceo que nosotros necesitábamos aire para vivir y con su increíble poder de manipulación de su universo, copiaron la fórmula del aire de la Tierra y de repente pude comenzar a respirar sin necesidad del equipamiento.
Hizo una pequeña pausa. Yo me giré a ver a los Shawn a mi alrededor. Seguían en su misma posición pues no se cansaban de estar de pie.
—Día tras día, pasaba más tiempo en mis investigaciones de este mundo. Pasaba largas horas sin comer pero por mi saciedad intelectual nunca sentía hambre. Les pregunté si tenían nombres o como se identificaban el uno al otro. Yo no les podía ver, solo escuchar sus voces, que eran prácticamente iguales. Ellos me dijeron que no tenían tal cosa y que para comunicarse entre ellos lo hacían con el poder de propia energía, como si estuvieran conectados entre sí. Esto me fascinó. Es lo que se ha hablado en cuentos de ciencia ficción. Pensé rápidamente y el acrónimo Shaw se vino a mi mente, por Super Humans from Another World, Súper Humanos de Otro Mundo. Lo ajusté levemente a Shawn para que fuera más como un nombre.
La voz del profesor se notó muy emocionada cuando me contó esto. El uso de ese acrónimo me pareció terrible. La comunidad científica es muy mala nombrando cosas.
—Una vez pensé en ello y lo dije en voz alta, por alguna razón, comenzaron a llamarme dios. Muchas veces les he corregido que me llamen Ibrahim o doctor, pero insisten con elevarme al nivel de una deidad. Un día después les llevé un tomo de una enciclopedia, pasándoles hoja tras hoja evitando que se me soltara de la mano. En una de las páginas vieron una ciudad en el libro y la copiaron frente a mis ojos. Y así poco a poco fuimos acondicionando el pueblo hasta lo que has visto hoy.

Mi cabeza estaba a estallar. Era demasiada información. Así que los Shawn, una raza o especie o lo que sea de seres poderosos, con la capacidad de modificar su entorno a su gusto, sin cuerpos físicos, han vivido enlatados en su propio mundo, un universo de luz perfecta y ¿por mera casualidad, el doctor Assaud los encontró? ¿De repente se dan cuenta de que existe una humanidad del otro lado y ahora quieren copiarla? ¿Es esto lo que se llama “conquista”?
—Un momento, doctor… Entiendo lo que me cuenta acerca de la creación de este mundo, pero, ¿por qué los Shawn le han copiado la apariencia física?
Se hizo el silencio por un instante.
—Fue mi culpa.
Me giré a ver a todos los Shawn, todos se arrodillaron, incluyendo el que tenía su pistola dirigida a mi sien.
—Una vez los Shawn acondicionaron el espacio y crearon esta hermosa ciudad con mis instrucciones, replicaron el viento, las plantas y el agua, decidí descender por fin a ella. Pedí que crearan un lugar igual a mi apartamento y mantuvieran este portal dentro de este. Ellos extrajeron las imágenes de mi mente de alguna forma y lo recrearon perfectamente, aunque por alguna razón que aún no he podido comprender, todo en este lugar es reflejado. Junto a mi me traje un libro de la Biblia para instruirlos en alguno de los sistemas de valores y creencias que hay en nuestro mundo. En menos de cinco segundos ya habían leído el contenido. No era mi intención, pero creyeron que todo lo que decía en ella eran mis historias como su deidad, una especie de diario. Intenté una y otra vez corregirles sus pensamientos pero no me fue posible. Hice algo que no debí haber hecho.
Los Shawn a mi alrededor llevaron sus extrañas extremidades a una posición similar a la de una persona cuando usualmente ora. Algo en mí supo que habían cerrado sus ojos, a pesar que seguían siendo imposibles de distinguir sus rasgos faciales.
—Desde ese día empezaron a ser más y más reverentes hacia mi, incluso a tenerme miedo, un sentimiento que ellos jamás habían demostrado antes. Empezaron a crear imágenes para si mismos, a “mi imagen y semejanza”, a la imagen que había tenido en ese momento, la misma que ves en mis despojos mortales.
Me levanté y observé detalladamente al doctor en su ataúd. La larga y extraña bufanda, el pantalón y camisa, eran perfectamente replicados por los Shawn. Pero…
—Pero, ¿entonces porque la cara de los Shawn no replica la suya? ¿Por qué parece un collage siempre cambiante de partes sin razón?
—Creo que los Shawn no comprenden aún lo que es ser un individuo. Siempre fueron un colectivo, hasta el día que los encontré. Por lo tanto, no saben bien como expresar sus diferencias. Saben, a través de los tomos enciclopédicos que traje, que los humanos difieren en muchos aspectos, pero no tienen idea de como copiar exactamente esos rasgos. Además, siento que lo toman como si fuera personalidad, algo que no han desarrollado aún.

Cerré mis ojos, apoyándome contra el ataúd. Respiré profundamente, apretando mis ojos más y más fuertemente. Abrí los ojos y me giré. El Shawn con la pistola seguía apuntándome directamente, mientras mantenía su postura arrodillado. Solo hasta ahora se me hizo extraño ver un mar del mismo sujeto a mi alrededor, en la misma postura.
—Usted, ¿cómo falleció?
—¡Ah, muy fácil! Los Shawn me mataron.
Mi corazón se aceleró y mis ojos se abrieron por instinto. Los Shawn salieron de su postura y se levantaron todos al tiempo. Todos por alguna razón tenían un arma de fuego en sus manos y la dirigieron a mi.
—¿Qué? Momento, momento.
—Así como lo escuchas, Saundra. Mientras que los Shawn querían ser como yo, yo quería ser como ellos. Les pedí que analizaran como convertirme en uno de ellos. Ansiaba ser un ser omnisciente, omnipresente, poder verlo todo, estar en cualquier parte instantáneamente. A través de los Shawn me volví omnipotente. No sabes como se siente estar tan cerca de Dios.
—Pero, pero…
—Desafortunadamente, no es tan perfecto como quisiera. Si, puedo verlo todo y estar en todos lados, pero estoy limitado a lo que los Shawn han creado con mis instrucciones. El resto es un vacío blanco con infinito potencial, pero el potencial aún está limitado a mi capacidad de instruir a los Shawn. Además, no lo sé todo, solo sé lo que ya sabía antes de venir acá y lo que los Shawn han creado, analizado e inventado, lo que existe de este lado. Soy una deidad incompleta.
—Eso no explica…
—¿Por qué les pedí a los Shawn que me mataran? Saundra, ¿no entiendes?
Pensé por un instante. La respuesta no esperó.
—Era necesario. Era necesario que los Shawn supieran que existe una condición especial en los seres vivos, la muerte. Es algo de lo que se puede leer, pero es un abstracto. ¿Qué es la muerte? ¿Cómo explicas eso a criaturas que han vivido por siempre y nunca lo han conocido? ¿Cesión de las funciones vitales de un ser? Ponte en los zapatos de un Shawn y te darás cuenta que es imposible entender qué significa eso. No pude demostrarles lo que es la creación de la vida, así que eso si lo tuvieron que aprender de forma teórica.
Me sostuve la cabeza con la mano y de nuevo cerré los ojos.
—Además, era un paso necesario en la conversión de lo que soy ahora. Mi cuerpo físico me amarraba, me constreñía. Mis ojos humanos solo daban hasta cierta parte y mi cuerpo se va acabando, las células en mi cuerpo mueren, así que era necesario convertirme en energía pura. Los Shawn pensaron que era la única forma. Así que aquí estoy. Por más geniales y omnipotentes que son ellos tienen una gran limitación. No pueden crear vida.
Me erguí y abrí mis ojos.
—No, no, no… Que pena Doctor, pero…
—¿Los árboles que están afuera? ¿El prado? ¿Las montañas alrededor? Saundra, para ser una investigadora no analizaste nada. ¿Acaso quedaron marcas en tus vestiduras de cuando te revolcaste en el prado? ¿Acaso tomaste alguna de las hojas de algún árbol en tus manos? Son solo imágenes, artículos sin vida. De hecho, no están hechos de células, son solo átomos conectados como un facsímil de la realidad. Lo único con vida real en este mundo eres tú y mi cadáver. Aunque de mi cadáver, es difícil llamarlo con vida.
Me quité por instinto la camisa y la miré. Era cierto. Mi ropa estaba igual, un poco arrugada y maltrecha, pero no estaba sucia. Me la puse de nuevo.

—Si no hay más preguntas, es hora de hablar de mi petición. Para lograr uno de mis cometidos, necesito de tu ayuda.
—Espere, hay más, hay más…
—Adelante.
Me senté de nuevo, ignorando las miles de armas de fuego que apuntaban en mi dirección. Intenté en pensar en algo más que preguntar, pero mi mente estaba tan sobrecargada que no veía un espacio vacío que llenar. Después de un largo instante, concedí victoria.
—No puedo pensar en nada más. Estoy tan cansada.
—Lo sé. Déjame que te diga que es lo que deseo, lo que deseamos los Shawn y yo.
Puse mis manos en mis piernas y me dejé hundir en la silla. Mi fuerza desaparecía.
—Los Shawn quieren ir a la Tierra.
Mis manos se volvieron puños. Mi corazón se alborotó.
—No, Doctor, no.
—Ellos quieren conocer acerca de la condición humana, de la vida al otro lado, de las diferentes formas en que la vida es creada, de los animales, las plantas, de la inventiva humana, las creaciones, todo lo que nos hace humanos. Ellos quieren aprenderlo para aplicarlo aquí, en su universo. Sin embargo, mi conocimiento es muy limitado. Ellos tienen una capacidad sin límites, así que ¿cómo negarles esa posibilidad?
Mis puños comenzaron a golpetear mis piernas.
—Su visión idealista del mundo humano me enferma. Si, somos capaces de muchas cosas positivas, pero a la vez, somos tan crueles, infames, mezquinos.
Por alguna razón, la imagen del compañero de Asuntos Interiores que vi esta mañana se vino a mi cabeza. Lo recordé como se comía con sus ojos mi cuerpo, lo imaginé saboreando sus labios con dicha imagen. Sentí mucho asco.
—Somos egoístas, nos importa nada destruir nuestro mundo, volverlo un desastre, explotar la naturaleza y otros de nuestros congéneres. ¿Usted quiere que ellos aprendan de esto?
—Si.
Sentí como mi visión se tornó roja. Cerré mis ojos y grité.
—¿Por qué?
Unas pequeñas gotas de sudor y lágrimas comenzaron a fluir de mi frente y de mis ojos. Mis dedos dolían de estar constreñidos en puños.
—Porque tal es la condición humana. Quiero que los Shawn hagan su propia imagen de que es bien y de que es mal tomando a la humanidad como ejemplo.

De repente algo se revolcó en mi cerebro. El doctor tenía toda la razón. Yo ya estaba rota, mi mente destruida por el cansancio, por lo absurdo de este propósito, por lo imposible que era toda esta experiencia. Estaba llorando. Me tiré al suelo y comencé además a reír, una mezcla de tristeza y felicidad. De mi pecho comenzó a manar un dolor que se extendió por todo mi cuerpo. Sentía un nudo apretado que me cortaba la respiración.
—En serio… ¿Por qué yo? ¿Por qué yo?
—¿Nos ayudarás?
Escuché como algo en mi cabeza se quebró.
—Mátenme.
—¿Perdón?
Sentí como el nudo de mi pecho se desamarró y de él emergió un grito feral que rebotó por todas las paredes. Mi cuerpo saltó como un resorte liberado.
—¡Mátenme!
Me acerqué a uno de los Shawn y puse mi cabeza directamente contra su arma.
—¡Halen el disparador! ¡Acaben con esto de una buena vez!
Mi garganta ardía. Me la había desgarrado. Comencé a andar entre los demás Shawn apuntando cada una de sus armas contra mis sienes.
—¡Háganlo! ¡Doctor, ordene que lo hagan! ¡No más! ¡Estoy enloqueciendo!
Al ver que no lo hacían, intenté arrebatárselas a varios de los que estaban a mi alrededor pero era inútil, se movían mucho más rápido que yo o simplemente se esfumaban en el aire. La futilidad de mis acciones hizo que la energía me abandonara del todo y me tendí en el suelo. Mi cabeza no daba para más.

La noche de la reunión, me presenté debidamente uniformada al igual que mi jefe en el salón de la embajada. Los enviados de Harim Hosan, incluyendo su ministro de Defensa y de Relaciones Exteriores, estaban a un lado de la mesa, mientras que de la otra estaban los encargados de la embajada y mi jefe y yo, uno a cada lado de la embajadora. Ella ya tenía todo su libreto y documento de intenciones en sus manos. Dentro de los enviados de Harim Hosan veía a Alexa haciendo su trabajo de infiltración. Era imposible para mi no tener mi mirada fija en ella, y ella lo sabía.
La reunión fue larga y agotadora. Era un sutil juego de ajedrez entre los dos bandos con oposición de lado y lado. Fichas que cambiarían el sentido de la historia, que reescribirían la narrativa de hoy en adelante. Jugaban con vidas humanas y con recursos naturales, como si fueran meros peones que mover de un lado al otro, que sacrificar. En ese momento no lo comprendí, pues no pensaba más que en Alexa. Después de cuatro horas muy tensas, un nuevo acuerdo se armó entre las partes. Sacrificios de lado y lado fueron pactados en pos de una paz más duradera, pues nadie quería una repetición de la guerra de hace unos años. Se firmó ese día, veinticuatro de febrero de dos mil ciento cuarenta y tres.
La tensión desapareció en tanto la reunión se convirtió en una disimulada fiesta de celebración. Recordé mi fiesta de bienvenida a Interiores. Sentí que quería ver a Alexa. La busqué por todos lados, pero me era imposible reconocerla entre el mar de gente. Me excusé con mi jefe y con la embajadora, y me retiré al lavatorio. Miré mis manos mientras las enjuagaba, me observé al espejo, friccioné un poco mis ojos y peiné con mis dedos mi flequillo.
—Hola, agente Hoellingberg.
Me giré como una peonza. Era aquella mujer, de pelo ligeramente desordenado y ojos vidriosos detrás de aquel horrible marco de gafas que le hacía ver cansada, aquella que me había regañado días atrás en la cafetería de la embajada. Perdí el control de mi cuerpo. Me abalancé contra ella como si estuviera poseída y la arrinconé contra la pared. Sin pensar, me agaché a su nivel y la besé. Sus lentes se desencajaron, su aliento se acompasó con el mío y sus gruesos labios se fusionaron con los míos. Quizá llevada por la emoción, me abrazó fuertemente, clavando sus uñas en mi uniforme militar. Unos segundos después, con mi corazón en la garganta, nos separamos. La miré directamente en sus ojos, sus mejillas sonrojadas y acaloradas. Esquivaba mi mirada, como una colegiala que había sido atrapada haciendo algo indebido. Su expresión me tomó por sorpresa. Acaricié su mentón y mejillas con el lado del dedo índice de mi mano. Le volví a dar un beso. Como un rayo, su expresión cambió, se aclaró la garganta, arregló rápidamente los lentes y me empujó para separarnos. Mi respiración aún estaba acelerada. Se giró dándome la espalda, justo en el momento que otras dos mujeres ingresaron al cuarto de baño. Yo me torné por reacción y me dirigí a otro lavabo. Mi cara ardía mientras me lavaba las manos de nuevo. Nunca olvidaré el recuerdo de aquel momento.

Me desperté asustada en la habitación principal del apartamento aquel. Estaba en la cama, bajo las cobijas y en las mismas fachas, aunque conservaba mi abrigo deportivo y zapatillas. Todo indicaba que aún estaba en el otro mundo, a pesar que la luz del sol estaba todavía quemando las cortinas, o quizá los Shawn no sabían que era día y noche o no le veían sentido. ¿Cuánto había dormido? Me levanté despacio y noté que la puerta de la habitación estaba cerrada. Miré en el espejo o portal o lo que fuese y noté que aún no tenía reflejo. Si esto era en realidad la visión del otro apartamento, podía ver que hora era aproximadamente en el otro lado. No parecía haber ningún cambio, como si el tiempo corriese de forma diferente allí. En aquel momento, escuché que alguien tocaba a la puerta del apartamento. Salí de la habitación y me paré al frente de la entrada sin abrirla.
—Shawn tiene un mensaje de parte de Dios. Hemos respetado tu privacidad y Él está evitando observarte. Sin embargo, Él necesita hablar contigo. Cuando quieras, abre la puerta.
Era hora de confrontarlo, pues no quería darle más largas a esto. Abrí la puerta y de nuevo mi corazón se quiso salir. Al frente mío en aquella terraza, había un mar de Shawn. Esta vez no tenían ningún arma en la mano, solo estaban allí mirándome. En el techo de los edificios aledaños, en las ventanas de estos, en la calle, todo estaba lleno de Shawn. Del cielo salió el mismo vozarrón que había escuchado antes.
—Saundra, buenos días.
—No quiero tener que ver con esto. Quiero regresar al otro mundo.
—Entonces has decidido no ayudarnos, sin si quiera escuchar que es lo que queremos que hagas.
—Esto es imposible de comprender para mi. Esta mañana me levanté con resaca, como cualquier humano que ha bebido mucho el día anterior, y ahora unas horas después me entero que hay todo un universo al otro lado de un espejo. Sinceramente, aún creo que estoy en un sueño, como si todo fuera irreal. Doctor, juro que no los molestaré, no revelaré nada de su proyecto, yo solo quiero irme y no tener nada que ver con esto.
—Ya veo. Es una lástima.
—¿Entonces reactivará el espejo para yo volver?
—Es una lástima porque los Shawn se han abierto bastante a tu presencia.

En cuanto él dijo esto, noté que uno de los Shawn al frente mío había transformado súbitamente su apariencia. Me acerqué a este, quien me seguía observando fijamente. Era una copia mía. Le miré de pies a cabeza y tenía mi misma ropa, mis mismas zapatillas, sus rasgos de la cara aún eran borrosos, pero se acercaban más a los míos, incluyendo mi tono de piel y enmarañado cabello. Extendí mi mano hacia este, y a diferencia de otros Shawn, quienes me esquivaban, se dejó tocar. Sentí un poco de mareo por dicha experiencia, la piel era a todas vistas igual a la humana, pero su tacto era frío y la textura errada, más lisa de lo usual, como una serpiente. Levanté un poco su camiseta por el frente y noté que tenía mi misma cicatriz profunda en su vientre. Acaricié suavemente la herida, sus comisuras perfectamente replicadas, pero sensación equivocada. Me alejé del Shawn, a lo que este hizo una venia con las palmas en forma de devoción. Me dio un poco de miedo.
—¿Por qué hizo esto, doctor?
Escuché una risotada como un trueno.
—¡Yo no hice nada! Los Shawn lo hicieron por si mismos. Ellos te cargaron, llevaron a la habitación y cuidaron de ti cuando te desmayaste.
Miré al Shawn que previamente había tocado.
—Yo no soy tu Dios, ¿me entiendes?
—Shawn entiende, no eres nuestra Diosa. Pero queremos saber más de ti y de tu mundo, Saundra.
Se me hizo extraño tener otra conversación inteligente con un Shawn después de tanto tiempo. Levanté la cabeza al cielo.
—No me hace gracia que haya manipulado a los Shawn.
—Te lo juro, Saundra. ¡No hice nada, no les he pedido nada!
Me volví a ver al Shawn.
—¿Por qué yo?
—Eres el único otro humano que hemos visto y analizado. Eres tan similar a Dios y a la vez tan diferente, y por eso queremos que nos enseñes.
Levanté mi mano por inercia y le acaricié el mentón. Aquel rasgo borroso y alocado que no tenía forma antes se hizo definido en mis dedos. Un mentón ligeramente cuadrado y grueso, muy diferente al mío. Mi pecho comenzó a saltar desbocado, mis ojos y pupilas se dilataron, encorvé mis cejas por reacción. Continué. Pasé mi dedo por sus labios, que se afirmaron con mi tacto. Unos labios medianamente carnosos y prominentes, con unos dientes ordenados y blanquecinos. Pasé por su oreja derecha y se formaron unas un poco en punta pero chicas. Su nariz terminó siendo delgada y recta, ligeramente redonda. Sus ojos tomaron un color rojizo profundo, inexistente en mi mundo pero que me parecieron totalmente naturales, con unas pequeñas ojeras y pestañas largas. Sus mejillas, no muy pronunciadas con un tono rosado y pequeñas pecas que le hacían lucir vivaz. Por último, sus cejas terminaron sutilmente gruesas pero con una bonita curva al alejarse del centro.
No era yo. No era Saundra Hoellingberg. Podía estar vestida igual que yo, tener la misma contextura y heridas, pero por fin esta criatura era otra persona, era individual.
—Olivia.
Se me escapó aquel nombre de la boca. ¿De dónde en mi mente salió? No tengo idea.
—Olivia.
El Shawn, o más bien Olivia, me hizo una venia profunda. Su cara expresaba tranquilidad y felicidad. Repitió su nombre como grabándolo en su frente. Los demás se acercaron a Olivia, dejándome de lado. Enunciaban su nombre en voz baja como si fuera un mantra. Sentí algo gigante acumularse en mi pecho. Era obvio que no había creado vida, pues ya existía, sin embargo el remolino de emociones que me llenaba al moldear de alguna forma aquel ser me encharcó los ojos. Miré al cielo.

—¿Qué tengo que hacer?
—Espera, espera, Saundra… ¿Qué diantres hiciste?
Sonreí mientras las lágrimas bajaban por mi rostro.
—No sé… No sé.
Sentí como el viento me revoloteó el cabello, un viento cálido y tranquilo. Me envolvía la paz.
—Esto es muy anormal. De mi conocimiento de los Shawn, jamás había experimentado esto. ¡Es un hito! ¡Nacimiento de la personalidad! ¡Eureka!
Su voz se levantó en júbilo y podía sentir la emoción en sus inflexiones. Me limpié las lágrimas.
—Doctor, ¿qué tengo que hacer?
Su júbilo se detuvo. La seriedad lo frenó.
—Debes destruir a Rouben.
Escuchar ese nombre me detuvo el corazón.
—¿Perdón?
—Si Rouben aún existe, si ese maldito sistema de vigilancia está activo todo el tiempo, será totalmente imposible que al menos un Shawn pueda visitar la Tierra. Cada cabello está contado, células analizadas, cualquier divergencia de la normal será detectada y este mundo peligrará.
—Pero… Es un sistema cerrado, en una base de máxima seguridad, en la capital, enterrado kilómetros de la superficie. ¿Cómo lo haré?
—¿Olvidas que yo fui uno de sus creadores?
Tenía la razón.
—Por los detalles no te preocupes. Los Shawn no quieren alterar radicalmente el funcionamiento de la Tierra, solo aprender de nosotros.
Me giré a ver a Olivia, aún rodeada de múltiples Shawn quienes admiraban en su propia extraña manera su rostro. Ella se giró hacia mi y asintió clara y serenamente.
—Entendido. ¿Cómo desactivo a Rouben?
—No, no lo desactivarás. Literalmente lo destruirás.

Toqué la superficie del espejo. El mismo rayo atravesó mi cuerpo forzándome a cerrar los ojos. Mi pecho se comprimió un poco. En menos de lo que dura un pestañeo, estaba de regreso en el mundo real. ¿Qué era real o qué era ficticio? No lo sabía. Digamos más bien, regresé a la Tierra. Sentía el aire pesado y contaminado, a diferencia del aire puro del otro mundo, forzándome a toser con fuerza.
—¿Estás bien, Saundra?
Dicha voz me asustó. Mi corazón se aceleró. Debía actuar lo mejor posible.
—Si, Rouben, estoy bien. Creo que respiré algo de polvo.
—No detecto nada extraño en el ambiente. Quizá el frío de la habitación te haya afectado un poco. Tu temperatura es un poco más baja de lo normal y tus niveles de oxígeno están ligeramente cambiados. Quizá deberíamos llamar a un médico.
Me sentí asqueada. Estas frases que él soltaba de vez en cuando y que en otro tiempo parecían que se preocupaba o estaba cuidando de mí, en realidad eran algo mucho más siniestro. El doctor no se había equivocado, Rouben no había notado nada extraño durante mi viaje al otro mundo. Miré de nuevo al espejo. No me causaba miedo ya.
—No, Rouben, estoy bien. En esta casa definitivamente no hay nada, vámonos. Detén la grabación y bórrala.
—Entendido. Llamaré al automóvil para que nos espere en la entrada.
Sabía que mis comandos no harían nada y que de todas formas la grabación quedaría almacenada en no se dónde. Abrí la puerta del apartamento y la cerré detrás. Como si supiera que no era buena idea esperar, el conserje se había marchado del pasillo.

Era hora de matar a Rouben.

Las personas, lugares y eventos descritas en esta historia son ficticias, y cualquier similitud con cualquier lugar real, persona real, viva o fallecida, sus vidas y eventos es solamente coincidencia.