semana 4
1 a 7 de octubre de 2.020
«Más rápido que un pestañeo» (parte 2)

Tiempo aproximado de lectura: 33 minutos.

Saundra continúa su investigación, esta vez del otro lado del espejo.

«Más rápido que un pestañeo» (parte 2)

Dedicado a mi hermana y a mi mejor amigo, Jhon, en sus cumpleaños. Los quiero muchísimo.

Cuando el Ministerio me ofreció este trabajo, yo estaba sumergida en un caso bastante importante, un asesinato múltiple que había quedado congelado desde hace unos veintiséis años. Dos semanas después, mis compañeros y yo le dimos un giro al caso. Descubrimos que no era un solo móvil el culpable, si no un antiguo grupo delictivo que ya nos tenía con el hierro al rojo. En una operación con la armada nacional nos deshicimos del grupo y ajusticiamos a todos los cabecillas.
Extendí mi carta de renuncia y acepté la propuesta del Ministerio al día siguiente.

El Ministerio me ayudó con todo, me ubicaron un apartamento y trasladaron mis pertenencias. Me hacían sentir como una estrella de rock. Ellos compraron un espacio en casi todos los sistemas noticiosos nacionales y publicaron vídeos en los que hablaban de mis acciones “heroicas” en la capital, a pesar que en múltiples ocasiones les pedí que también le dieran crédito a mis compañeros.

Cinco días después de mi mudanza hicieron una rueda de prensa, mal llamada fiesta de bienvenida en un famoso recinto de reuniones. “Bienvenida al Ministerio, Investigadora Saundra Hoellingberg. La mejor detective de Nueva Sajonia”. Cuando yo ingresé en el salón me acosaron corresponsales de unos veinte medios noticiosos para capturar mi imagen en la entrada, como si fuera una actriz famosa. Me estaba comenzando a creer la mentira.
La conferencia fue dirigida por mi nuevo jefe, quien hacía alarde de mis exageradas por él capacidades detectivescas y daba unos datos bastante maquillados, mientras yo me aguantaba por dentro las ganas de corregirlo.
Y en el fondo de dicho pandemonio, crucé mi mirada con ella. Ella estaba apoyada contra una de las paredes, una copa de vino blanco en su mano, un vestido de cóctel color beis que acentuaba todas sus curvas. Estaba sola. No vi ningún anillo en sus manos. Cuando notó que la observaba, se sonrió y levantó su copa en forma de brindis. En una grabación que me hicieron pude notar exactamente el momento en el cual la vi. Aún me enrojezco cuando recuerdo la cara de imbécil que estaba haciendo allí.

Cuando la rueda de prensa se acabó y los medios se fueron, me obligaron a tener conversaciones de protocolo con muchos políticos. Durante todo este tiempo la busqué con la mirada. Una vez tuve la oportunidad de excusarme, me dirigí a ella como una flecha. De cerca observé su hermoso cabello rojizo ondulado al cuello, ojos azul claro, casi blancos, labios rojos y carnosos. Su nariz era menuda y en punta. Mentón en uve. Hombros delgados, contextura delgada, senos generosos, silueta contorneada, caderas menudas, piernas esbeltas. Si fuera una actriz, sería una sensación. Ella me abordó desde antes que yo llegara.

—Genial fiesta. Felicitaciones, agente Hoellingberg.
—Muchas gracias… Y tu nombre…
—Uy, perdón por mis modales, ya estoy un poco ebria. Sabrina Agnes.
Su sonrisa era encantadora. Su voz dulce y melodiosa. Me extendió la mano. Se la apreté con suavidad. Sus manos se sentían como una seda muy fina. Sentí que mi corazón se saltó un par de latidos.
—Mucho gusto, Sabrina. ¿Y trabajas en?
—Me decepcionas agente…
Su expresión me dejó congelada. La miré detenidamente mientras ella depositaba la copa sobre la mesa. Su voz se tornó fría y cortante.
—¿Alguien te dice algo y no asumes que sea falso? ¿No investigas más a fondo y comes entero? ¿Alguien te coquetea a quinientos metros de distancia en medio de una rueda de prensa y caes rendida a los pies?
—¿Perdón?
—Agente Alexa Helbund, Asuntos Internacionales.
Y así conocí a Alexa, mi única novia, el amor de mi vida. Ella burlándose de mi y yo odiándola por atrevida. Yo era la estrella en esta ocasión. Afortunadamente, todo cambió en la primera oportunidad que tuvimos que trabajar juntas.

Abrí mis ojos de golpe. Era ya tarde, con los colores característicos del crepúsculo entrando por las cortinas. Serían las cinco o seis de la tarde ya. Me desperté tirada en el suelo de la habitación del espejo. Estaba precariamente apoyada contra la cama. Intenté levantarme pero mi cabeza aún daba tumbos. Miré hacia el espejo. Mi reflejo aún no existía en él. Me puse de pie lentamente y examiné todo alrededor. Nada había cambiado.

¿Nada había cambiado?
Levanté mi mano derecha para mover el flequillo de mi cara. No era mi mano derecha, era mi mano izquierda. Volví a mover mi cabeza para observar mis alrededores. Era real, aún estaba en el “mundo inverso”.
—¡Mierda, mierda! ¿Por qué? ¡Rouben! ¡ROUBEN!
La voz salió rebotando por todas las paredes hasta regresar a mi.

Salí al pasillo. El baño estaba a la derecha, la habitación a la izquierda. La cocina abría a la derecha ahora, al fondo la sala abría a la izquierda. ¿En qué loca dimensión estaba?
Por instinto me mandé una de las manos al cortavientos. No podía encontrar mi arma de fuego.
Sentí un ligero mareo. Me tanteé todo el cuerpo. En el bolsillo aún estaba mi placa e identificación, pero mi arma no estaba en la funda. Regresé a la habitación y me agaché a mirar por todas partes, debajo de la cama, al lado del espejo, al lado de la mesa del computador. Yo pude haber jurado que antes de desmayarme no la había soltado. ¿Qué había pasado?

Salí de nuevo al pasillo y examiné la habitación del lado. Parecía tal y cual la había visto antes, mismas cortinas y misma vaciedad.
Entré al baño. Activé el interruptor de la luz, pero no se encendió. En aquella penumbra rojiza, observé mis facciones. Sentí que me había desmayado por diez o veinte años.

Era bastante extraño. Si le decía a mi cuerpo que moviera las manos, me enredaba y terminaba usando la mano o la pierna incorrecta. Pero si no lo pensaba, no me confundía. Mi cuerpo por sí mismo lo hacía. Si pensaba en moverme a un lado me equivocaba, pero si no pensaba, lo lograba. Esta desconexión entre mente y cuerpo me causaba un poco de náuseas, que tuve que controlar con mi respiración.
Me preocupaba no tener a Rouben. Muchas de mis rutinas internas eran administradas por él, incluyendo algunas habilidades investigativas, como descifrado, tomar apuntes o memorizar pistas e indicios.
Cerré mis ojos mientras friccionaba mis párpados con las yemas de los dedos. Claramente aún no podía ver a Rouben. Sabía que esta era una posible escena de crimen y no podía cambiar ningún parámetro, pero me moría por un poco de agua. Me aguanté, salí al pasillo y me dirigí a la sala.
Estando allí lo observé todo de nuevo. La pila de papeles, la mesa, la silla mecedora. La cocina en estado prístino. Aproveché para mirar si había dejado caer mi pistola en este lugar.
Alguien me la había sustraído, o se me había quedado en el “otro lado”.

Me acerqué a la puerta del apartamento. Intenté observar al otro lado de la mirilla pero no podía ver nada. Tomé la perilla de la puerta y la giré. Abrí un poco la puerta.

Mi corazón se quiso salir del cuerpo. ¿Qué demonios estaba pasando?
—¡Mierda, mierda, mierda!
Abrí la puerta del todo. Del otro lado del umbral había una pequeña escalerilla y más allá una terraza de pavimento que terminaba en una baranda. El viento me revoloteaba el abrigo y el cabello. Salí y caminé hasta el límite. Me asomé hacia abajo. Vi una calle, algunas lámparas, pero ningún ser vivo. ¿Qué era esta ciudad? No se me parecía a ningún lugar que había conocido. Los edificios que podía ver bordeaban los quince pisos y el aire era menos denso que en la capital o en mi ciudad. Intenté observar algo que pudiera leer, que me regalara la identidad de este lugar, un letrero o publicidad, pero no pude identificar nada desde mi posición. Me giré a ver “el apartamento”.

Podía sentir mi corazón en la garganta. El apartamento no era tal por fuera. Era una caja monolítica de, al parecer, algún metal pintado de blanco. Su superficie era perfectamente plana. Solo había una abertura para la puerta y para las ventanas, lo que permitía que entrara la luz. El apartamento estaba levantado del suelo unos cincuenta centímetros. Cada cosa que observaba se volvía más una pregunta que una respuesta.
Seguí bordeando la terraza tratando de identificar mi localización. Al fondo, bordeando esta ciudad, había un par de montañas y un poco más cerca un par de letreros, los únicos que pude identificar. “Fume Cigarrillos Camel” y un anuncio para un automóvil. Ninguna de las marcas me sonaban. Me detuve a pensar un momento. ¿Fume cigarrillos? ¿Fumar? ¿Cómo humo? ¿Qué era un cigarrillo? ¿Qué demonios significaba eso?
Seguí caminando alrededor de la terraza. En una de las esquinas vi una pequeña edificación con una puerta. Posiblemente el ascensor para bajar de la terraza. Regresé al apartamento y di una vuelta adentro. Revisé de nuevo la cocina, la sala, la habitación vacía, el baño y la habitación del espejo. Aún no existía mi reflejo. Toqué la superficie de este con mi dedo como esperando un resultado, pero no ocurrió nada. El computador seguía indicando que estaba “sin conexión”.
Regresé a la entrada y pensé que hacer con la puerta. Si la cerraba, quizá no podía volver a entrar. Si la dejaba abierta, era posible que lloviera o alguien más entrara, destruyendo la escena. Me quité el abrigo y ajusté fuertemente el pestillo de la puerta contra una de las mangas de este. Era mejor pasar frío a perder el acceso. Ya que no tenía la pistola, dejé la funda al lado de la puerta. Me estorbaría muchísimo.

Verifiqué de nuevo que todo estuviera en orden y me dirigí al ascensor. Excepto que no había tal. Después de abrir la puerta observé una escalera. Los rieles eran sólidos y de madera. Bajé con cuidado sosteniéndome de la baranda. Después de veinticuatro vuelos y ninguna otra puerta alrededor, llegué agitada a un pequeño descanso. En una pequeña estantería habían unas cajas de cartón con aceite y unas tijeras gigantes, entre otras herramientas. Al final del descanso existía una puerta de metal. La abrí.
Una larga calle se abría a ambos lados. La misma calle que observé desde la terraza. Miré el edificio de dónde emergí. Estaba hecho de ladrillos y cemento, con ventanas marcando líneas en su sólida forma. Torné mi mirada al cielo. Parecía que estaba más iluminado. Sin embargo, no había ni un rastro de humanidad, así como dentro del apartamento. El viento me revolcaba el cabello. Decidí caminar hacia donde había visto los anuncios. El aire se sentía diferente, mucho más limpio. Era la primera vez en mi vida que respiraba aire puro. Desde pequeña, la bruma era lo único que llenaba mis pulmones.

Más adelante vi lo que parecía un negocio. Miré hacia adentro y no había nadie. Intenté abrir la puerta y estaba firmemente cerrada. Continué caminando. En mi recorrido vi otros lugares similares, pero el resultado era el mismo, incluso después de hacer mucha fuerza sobre las puertas.
Después de unos veinte minutos llegué a un espacio abierto, un parque con altos árboles, varios asientos y un pequeño lago. Definitivamente, esta no era mi ciudad. Miré a los edificios que le rodeaban, en los más altos estaban los anuncios que había visto desde la terraza. Traté de buscar algo que me indicara el nombre de la ciudad o la fecha, pero sin contar los anuncios que observé, no había más texto en las calles, ni siquiera nombres de los almacenes. No había ni un alma en el lugar y los basureros estaban vacíos y limpios, sin hojas de los árboles caídas en el suelo.

Me senté en una de las bancas del parque. El clima estaba precioso. Jamás en las ciudades donde he vivido sentiría algo así. Miré mis manos. ¿Qué demonios era lo que estaba pasando? Me sentía en uno de aquellos sueños extraños que tenía a menudo. Todo se sentía increíblemente artificial, como si alguien lo hubiera creado a modo de monumento, un recuerdo de un pasado que se ha ido. Me recosté contra el espaldar y miré al cielo de nuevo. Si esto fuera mi mundo normal no pensaría ni dos minutos en ponerme a ver la polución de que recubre la atmósfera.

—Señorita, buenos días.
Me levanté del asiento como un resorte. Por costumbre me mandé la mano al pecho. De nuevo, el arma no estaba allí.
—Tranquila, señorita. Pero nos preguntamos, ¿qué hace usted aquí?
Observé el sujeto que me hablaba. Era unos centímetros más bajo que yo, un poco gacho, tenía puestos una camisa de manga larga azul claro, pantalones de lino café claro y zapatos negros muy bien lustrados. A manera de bufanda llevaba una tela larga y extraña de color rojo que le daba dos vueltas alrededor del cogote y le caía a ambos lados del pecho.
Tenía el cabello cano, corto y un poco desordenado, con un espacio en la coronilla donde ya escaseaban los pelillos. Sin embargo, por más que intentara fijarme en su cara me era imposible. Miraba sus ojos y cada vez que yo pestañeaba o intentaba fijarme en otra de sus facciones, cambiaba súbitamente de apariencia. Igual pasaba con su nariz, con sus labios, con las ojeras, el mentón, las cejas y los pómulos. A veces todo parecía encajar perfectamente, pero en cuanto movía mi mirada, el conjunto desaparecía y volvía a ser una confusión de partes sin orden. Parecía ser un hombre, una mujer, un niño, o más bien una extraña mezcla de todos. Su cara parecía un caleidoscopio que nunca cesaba de girar.
Estaba estupefacta. No sabía que decir, no sabía que hacer. Cerraba mis ojos con fuerza. Aquella aberración me tenía alterada.

—Yo…
—Creemos que no debería estar usted aquí, señorita.
Recordé lo que había pasado. Me friccioné los ojos.
—No, señor, yo…
—No me entiende.
Abrí mis ojos. El señor tenía lo que parecía mi arma de fuego en su mano, apuntándola decididamente en mi dirección entre mis cejas.
—Usted no debería estar aquí, señorita.
La adrenalina recorrió mi cuerpo de pies a cabeza. Me puse en pose defensiva.

—Espere, espere, espere, señor.
—Sigue llamándome señor, señor… ¿Qué significa eso, señorita?
Noté como su ceño, si este existía en realidad, se curvó de forma inquisitiva.
—Yo, yo no sé dónde estoy. De repente aparecí aquí.
—¿De repente, dice? Nadie viene aquí de repente, señorita.
—Se lo juro, se lo juro. Hay un apartamento, no muy lejos de acá, hay un espejo…
Me tragué las siguientes palabras.
—¿Apartamento? ¿Espejo? No comprendo esas palabras, señorita.
Decidí que lo mejor era intentar quitarle el arma al señor. En mi posición intenté inclinarme hacia él. Si era lo suficientemente rápida se la podía arrebatar. Quizás si giraba hacia la derecha podría evitar que me disparara.
—Si, a unas cuadras de acá hay una casa en el techo de un edificio. Allí fue donde desperté en este lugar.
Seguía aproximándome despacio. Mis movimientos eran lentos pero calculados. Ya lo había hecho muchas veces en el pasado.
—¿En el techo? No sé de que me habla, pero es obvio que usted estorba en este lugar, señorita.
En mi posición un poco agazapada, concentré mi sangre en mis pantorrillas y muslos. Sentía como las hormonas hervían por mis venas.
—Si, si me lo permite lo llevaré, pero por ahora suelte el arma.
—¿El arma? Otra palabra que no puedo entender, señorita.
—Si, ¡el arma!
Mis músculos se dispararon como un fusil, como si tuviera dos resortes presionados en su máxima tensión. El tiempo se dilató. Mientras iba en el aire, di un giro hacia la derecha, esquivando la línea de vista del arma. Sentí cortar el viento con mis movimientos. Extendí mi brazo derecho, o izquierdo, no sé cual, para alcanzar el antebrazo del señor y apretarlo, mientras seguía girando. Mi ángulo estaba un poco bajo, posiblemente tenía que rodar un poco una vez recuperara la pistola.
¿Qué expresión estaba haciendo el viejo? No tenía ni idea, era imposible reconocerlo. Parecía congelado en su posición. Una vez alcancé con mi mano su antebrazo, le presioné con fuerza. Sin embargo, lo que presioné fue el viento.

Me di de costado contra el suelo, arrastrándome unos tres o cuatro metros contra el prado del parque. Estaba disipando la adrenalina por los poros. Di un giro en el suelo y me arrodillé con velocidad. Volteé mi cabeza a todos lados, ¿dónde estaría el viejo?
Me puse de pie y miré a mi alrededor. Mis piernas se prepararon para huir. Y de nuevo, como un disparo corrí a toda marcha hacia uno de los edificios que rodeaban el parque. Me escondí detrás de la esquina de un edificio. Intentaba capturarlo todo desde mi punto de vista, pero no había ni sombra del sujeto.
Él seguramente tenía mi pistola, o alguna otra pistola. Mis sienes se habían puesto un poco pegajosas y mi aliento a licor regresaba lentamente.

—Ya ha pasado mucho tiempo aquí, señorita.
Mi corazón se detuvo. Me giré despacio. Detrás mío estaba el mismo tipo. Sentía como mis piernas comenzaban a ceder. El tipo seguía señalándome con el barril del arma, directo en la cabeza.
—No creo que sea buena idea que me dispare. Conversemos con calma.
¿Cómo se había aparecido este sujeto de la nada?
—Con tranquilidad, suelte el arma y hablemos.
Disminuí el tono de mi voz. La hice más acompasada, más sosegada, a pesar de tener mi respiración agitada.
—No es una buena solución, señorita. Usted es una intrusa.
—¡Pero no fue mi intención entrar a este mundo! Ocurrió por error.
—No pudo haber sido un error. De nuevo, aquí no se entra por error, señorita.
Boté todo el aire de mis pulmones y respiré profundo.
—Estaba en el apartamen… La casa del doctor Ibrahim Assaud. Estoy buscándole. Toqué un espejo, un aparato y terminé acá.
El tipo se quedó congelado y en silencio por lo que pareció una eternidad.
—¿Conoce al doctor Assaud, señorita?
—¡Si, si! Necesito verlo, necesito hablar con él.
De nuevo se quedó congelado.
—Quiere hablar con Dios, señorita.
Me asusté. Por inercia me puse en posición para volver a correr.
—No, no, no con Dios. Quiero hablar con el doctor Assaud. ¿Sabe dónde lo puedo encontrar?
—Si, sabemos. Pero no la podemos llevar allá sin permiso de Dios.
Recordé lo sedienta que estaba. Aclaré mi garganta.
—¿Y como obtengo el permiso de Dios? ¿Debo hablar con él?
El sujeto giró su cabeza a un lado, como si no comprendiera mis palabras.

—¡Ya basta!
Un grito como un relámpago cayó sobre ambos. Por instinto me cubrí la cabeza con las manos y me agaché un poco. Giré para ver la fuente de dicho vozarrón. No vi a nada, ni nadie.
—Permiso otorgado. Tráiganla donde mi.
Parecía que dicha voz hubiera surgido del mismísimo cielo. Me giré a ver el anciano. Aunque seguía apuntándome con la pistola, parecía atemorizado, un poco acurrucado incluso.
—Si señor, Shawn la llevaremos a la señorita, mi señor.

Después de un par de segundos y de no escuchar aquella “voz de Dios” de nuevo, me puse de pie. El “Shawn” volvió a su postura original. En ningún momento dejó de apuntarme con el arma.
—Ha de seguirnos, señorita.
El viejo comenzó a caminar de regreso hacia el parque. Noté que sus movimientos, que no había visto hasta ahora, parecían poco naturales, mecánicos, como un robot mal programado. Sus piernas se movían sin ritmo ni cadencia, más bien flotando y cojeando sobre el aire. Su cara, más bien su cabeza, se había girado para observarme a pesar de ya estar varios pasos hacia el frente, en un ángulo que sería imposible para un ser humano. No pude apreciar su cuello, cubierto por la frondosa bufanda roja. Su brazo derecho, o era el izquierdo, seguía apuntándome en una pose bastante innatural, que hubiera requerido que una persona se hubiera dislocado el hombro. La mirilla aún estaba fija en mi entrecejo.
Una vez se adelantó un poco, lo seguí. Su espalda, glúteos, pies y el otro brazo eran normales, eran lo que yo esperaría en un humano normal. Cruzamos la calle y regresamos al parque. Mientras la adrenalina se iba disipando, sentí un poco de dolor en mi brazo. En el intento de arrebatarle el arma había caído fuerte en mi hombro, y aunque estaba un poco acostumbrada a estos esfuerzos por mi línea de trabajo, el haberme contorsionado de esa manera y arrastrado por el suelo ya me estaban cobrando la factura.
Caminamos por un sendero, mientras el “Shawn”, fuera lo que fuese, nunca dejó de observarme. Pasamos al lado del pequeño lago que había en la mitad. Era increíblemente transparente, perfecto incluso, solo siendo revoloteado un poco por el viento. Podía ver el fondo, una fosa llena de pequeñas piedrecillas blancas. Durante este tiempo, me friccioné el brazo con la otra mano para que se me calmara un poco el ardor.
Mientras continuábamos caminando, noté que el parque era perfectamente simétrico. Los árboles, los bancos, el lago, todo era una repetición perfecta de lo que se vería de la otra acera. Comenzaba a perderme un poco. Los edificios del alrededor si eran un poco diferentes, pero si me dieran dos o tres vueltas con los ojos vendados, estaría completamente perdida.

El anciano se detuvo en frente de un edificio, el que tenía en la parte de arriba el aviso de “Fuma Cigarrillos Camel”. Al frente, había una entrada bastante sencilla, dos puertas de vidrio con unas manijas de metal muy bonitas y brillantes. Eran tan perfectas que me daba pesar tocarlas con mis manos sucias. El edificio tendría doce o trece pisos. Del otro lado se observaba un espacio brillante e incólume.
—Ha de entrar en este lugar, señorita.
—Está bien, Shawn.
Me sonreí para mis adentros.
—Adelante.

Me apoyé contra una de las manijas y la puerta se abrió sin mucho esfuerzo. Al otro lado existía una habitación inmaculada, como ya había visto, las paredes eran de mármol gris, asimismo el suelo. Unas columnas en estilo clásico se elevaban en cada una de las esquinas y el cielo raso era de color blanco mate. Además de esto, no había ningún otro adorno y ninguna forma de iluminación. No obstante, el lugar estaba bien iluminado. En medio de mi sorpresa, por inercia di un par de pasos al frente. La puerta se cerró con un golpe detrás mío. No había más a dónde ir. No había puertas ni ventanas. Me giré a observar el anciano.
—Hey, aquí no…
En tanto dije estas palabras, el suelo y el techo comenzaron a moverse suavemente hacia abajo, la puerta de salida elevándose por encima de mi cuerpo. Me moví como un rayo, pero lo que alcancé a tocar de la puerta se deslizaba con rapidez hacia arriba. Una pared exactamente igual a la de los lados se iba revelando lentamente en su lugar, mientras el suelo seguía moviéndose, como un ascensor. Me giré. Cada una de las demás paredes se iba moviendo hacia arriba. Lo único que era continuo en este elaborado elevador eran las columnas y yo.
Me paré en el centro de la habitación con mis piernas de nuevo preparadas para la acción. Daba vueltas despacio sobre mi propio eje, preparándome para lo peor. Un sudor frío comenzó a manar de mis axilas y mi frente. Olvidé que lado era el frente. Ya sumergida varios metros bajo la tierra, no había forma de identificar que orientación tenía o por dónde había entrado.
Después de un par de minutos, dejé de sentir el vértigo del movimiento del piso.

—Bienvenida, agente Hoellingberg.
La misma vozarrón surgiendo de la nada.
—¿Cómo sabe mi nombre?
—”La mejor detective de Sajonia”, ¡quién no la habría de conocer!
—Ugh.
Odiaba ese apodo. Pero se había equivocado, era de “Nueva Sajonia”. Sajonia era el país que existía antes de la guerra. Me giré a todos lados. No pude encontrar la fuente de aquella voz.
—Espero pueda disculpar mi pobre comité de bienvenida, a veces me es imposible controlar lo que Shawn hace.
Quien fuera que fuera, me conocía y era considerado por el anciano como el Dios de este mundo.
—¿Quién es usted?
Una carcajada fuerte que hizo retumbar el suelo rebotó por las paredes del recinto.
—Los Shawn me consideran su Dios, pero solo soy un pobre tipejo que dio con este lugar por accidente.
—¿Doctor Assaud?
En cuando dije esto, una de las paredes detrás mio se abrió con un golpeteo. Me torné a mirar. Detrás de dicha muralla había un espacio amplio de paredes de mármol café y suelo similar al del ascensor. El techo era unas dos o tres veces más alto, de color anaranjado como la terracota. Aún no pude identificar fuentes de luz, pero todo adentro estaba completamente iluminado. Ocho columnas de mármol parecían sostener el techo. Al fondo del recinto, un pequeño altillo daba hacia una mesa. Me aproximé con mucha cautela.

El piso rechinaba con cada paso de mis zapatos deportivos.
—¿Doctor?
Todo alrededor estaba increíblemente limpio. El aire no tenía ningún aroma, solo podía sentir el olor de mi sudor y de mi aliento. Giré mi cabeza hacia atrás, aún estaba el ascensor detrás mio.
Una vez llegué al altillo me aproximé a la mesa. No era tal. Era un ataúd levantado muy por encima de la superficie del suelo. No parecía tener tapa ni cerradura, pero si tenía una ventana de tamaño completo de un vidrio incólume en la parte de arriba. Debajo de la ventana estaba el cadáver de alguien. Busqué en mis memorias. Una chispa cayó como un rayo en mi mente. No tenía a Rouben, pero esta persona la recordaba claramente.
—¡Doctor Assaud!
Debajo de la ventana de vidrio estaba el cuerpo, aparentemente sin vida, del doctor Ibrahim Assaud, el mismo sujeto que me habían encargado buscar. ¡Por fin lo había encontrado! El mismo sujeto que se apareció hace unos días en el edificio de la Academia, el mismo que el señor Buster me había dicho que no había visto desde hace seis días.
Lo observé detalladamente. Estaba vestido igual que el viejo Shawn, una camisa color azul claro, pantalones café claro, medias azules, zapatos negros, bufanda apretada alrededor del cuello. Su tez era viva, no maquillada. No parecía un cadáver, parecía como si respirara, como si en un minuto fuese a saltar fuera del féretro. Sus brazos a ambos lados se extendían naturalmente, su cabello blanco bien peinado, su cara con un semblante apacible. Noté su cara, una cicatriz en la ceja derecha, sin un dedo en la mano derecha.
No pude ver ningún otro detalle adicional que fuera significativo. Sin duda alguna, este era el doctor Assaud. Respiré profundo. Mi sudor se volvió un poco pegajoso. Sentí un poco de asco. Intenté mirar si él respiraba, pero no vi ningún movimiento en su pecho. Apreté los ojos.
Levanté la mirada. Me asusté un poco y di un paso hacia atrás.

El anciano sin cara, casi clon del doctor Assaud, me apuntaba de nuevo con mi pistola en el entrecejo.
—Un momento, un momento.
—Si, ese cuerpo era yo, agente Saundra Hoellingberg.
La misma voz que emergía del vacío. Miré la cara del cadáver. No se había movido ni un milímetro.
—¿Sorprendida?
Si, pero más que sorprendida, estaba asustada. ¿Quién era esta voz? ¿De dónde salía?
—Pero usted está…
—¿Muerto? Claro que si, he fallecido. No hay otra forma de decirlo.
—Y entonces, ¿desde dónde…? ¿Cómo?
Mi corazón comenzaba a bombear sin límites. El sudor frío llegó a las palmas de mis manos y lo sentía ahogando mis pies dentro de mis medias. Escuché una carcajada más.
—Tranquila agente. Déjeme explicarle. Tome asiento.
—¿En dónde, en el suelo?
—Mire detrás suyo.
Efectivamente, el “Shawn” estaba detrás de una gran silla con cojines carmesí, su estructura de madera marrón tenía tallados motivos florales bastante elegantes. ¿De dónde había salido esta silla? Había jurado que no había nada en este recinto más que el altillo, las columnas y el ataúd. Este Shawn seguía apuntándome con una pistola. Me giré. El Shawn al otro lado del ataúd seguía allí. ¿Eran dos?
Me senté en la silla. Me resultó muy cómoda.
—Debe tener sed. Es usted una auténtica atleta.
—No se burle de mi, doctor.
Escuché en vez de una carcajada, una risita melodiosa.
—¡No me burlo, agente! La forma como se lanzó y trató de agarrar al Shawn fue increíble. Si hubiera sido un humano corriente, le hubiera robado la pistola sin que se diera cuenta.
El Shawn se acercó a mi, trayendo en una mano una bandeja con un vaso con agua. En su otra mano, la pistola seguía señalando a mi cabeza. Tomé el vaso y sorbí un poco. Era definitivamente agua, aunque quizá un poco más sabrosa de lo normal. Miré al frente, el otro Shawn seguía apuntándome desde el otro lado del féretro. Era increíblemente atemorizador. Es como si hubiese múltiples copias del mismo tipo, sin cara alguna.
—Se lo contaré todo, agente.
—Está bien.
Sorbí un poco más.

—¿Sabe de que trata mi investigación? Supongo que Rouben la puso al tanto.
Me puse al borde de la silla, casi a levantarme.
—¡Rouben! ¡No he podido contactarlo desde que llegué acá!
—Todo a su tiempo, Saundra. ¿Lo sabe?
Me volví a sentar.
—Si. Usted es un investigador jefe de la Academia de Ciencias. Su especialidad es óptica. Su investigación principal es…
—Ah, si… Transportación inalámbrica de partículas elementales. Si todavía tuviera boca, se me llenaría hablando de esto.
—¿Y eso que tiene que…?
—Todo. Todo tiene que ver. Estimada agente, ¿usted de que está hecha?
—Pues… De… ¡De lo que soy yo!
—¿Y eso es?
—Hum… ¡Déjese de rodeos!
De nuevo una carcajada.
—Más allá de pedazos de cuerpo, carne, huesos, lo que sea, usted está hecha de, oh curioso, partículas elementales. Finos hilos de energía primaria que componen los quarks, que componen los átomos, que componen las moléculas, que componen las estructuras, que componen sus órganos, que la componen a usted. ¿Me equivoco?
Entendía pero no entendía a la vez. Si, esto era física de escuela, pero… Oh, Dios.
—¿El espejo me transportó?
—Si tuviera manos le aplaudiría, ¡exacto!
Escuché un par de aplausos alrededor mío. Me giré a ver. Lo que eran dos o tres Shawn ya eran diez o doce. Los tres alrededor mío seguían señalándome con armas mientras los demás aplaudían.

—Ahora bien, siguiente pregunta del examen. Imagine un agujero negro. Cuando la luz, que está hecha de fotones, partículas, y a su vez de hilos de energía, pasa cerca, sin caer hacia este, ¿qué ocurre?
Respondí decidida.
—Cambia su trayecto. A los ojos observadores, pareciera que se deforma. Pero esto no solo ocurre con la luz. Hasta la misma gravedad, todo se deforma.
—Es una respuesta adecuada, incompleta, pero adecuada. Ahora bien, si pudiera extraer los hilos de energía en sus partículas y los pudiera convertir a luz y deformarlos, ¿esto violaría las leyes físicas?
Pensé un momento.
—Pues de ser posible, no, creo que no.
—Ahora bien, ¿qué hace un espejo con la luz?
—La refleja.
—¿Segura?
—Muy segura.
—¿Y si las partículas que componen el espejo pudieran, como dice, deformar la luz?
Me comenzó a dar un poco de dolor de cabeza.
—Espere, espere… Pero todo esto que estamos hablando es teórico.
—Lo es. Todo es un simple y llano escrito, una explicación de miles acerca del universo. Y sin embargo usted está aquí. El espejo no es tal, es un sistema de conversión de sus partículas en luz y de transmisión de dicha luz a través del espacio.
Mi boca se abrió. Meneé mi cabeza como tratando de quitarme una venda.
—Un segundo, pero esto no explica porque…
—¿Usted no tenía un reflejo?
Otra vez se me robaba las palabras.
—Lo que emite el espejo, estimada agente, no es un reflejo. Es la viva imagen de lo que hay al otro lado. La luz no rebota en este espejo, porque no es un espejo.
—La luz se transmite a través de él.
—Exacto.
De nuevo aplausos, aunque con más fuerza que la vez anterior. Volví a girarme. Había incluso más Shawn alrededor mío.

—Y por eso no había reflejo, porque yo en realidad no estaba del otro lado. O de este, más bien.
—Así es. ¡Pero este mundo no es en verdad un espejo del otro!
—De nuevo, el espejo no es tal.
De nuevo meneé mi cabeza para recobrar mi borrosa visión.
—Pero un momento, ¿por qué Rouben no identificaba la anomalía?
Una risotada muy fuerte hizo vibrar el piso.
—¿Tú crees, estimada agente, que iba a permitir que Rouben, un subsistema que está conectado con todos los sistemas del mundo, controlando y vigilando cada uno de los latidos y pasos de los que lo tienen instalado; informara a diestra y siniestra, a quién sabe qué manos y qué intereses, la naturaleza de mi investigación? ¿La naturaleza de este mundo? ¿De los Shawn?

Sentí un mareo. Sabía que esto era real. Sabía que Rouben capturaba mi día a día, que tenía acceso a toda mi información, a mis cosas personales, a mi imagen, mis pensamientos, a mi cuerpo desnudo. Estaba integrado en mi. Sabía mi conteo calórico, el número de glóbulos rojos en mi sangre, de mis vellos púbicos. Me recogí con miedo en la silla. Me abracé. Comencé a sentir un leve temblor.
—Rouben fue un proyecto que me obligaron a colaborar en su creación, agente. En todos tus implantes, incluyendo el que te da la capacidad de verle y hablarle, en alguna parte dejé mi huella. Y es por ello que no pudo detectar anomalías en el espejo. Y es por ello que en este universo, ninguno de tus implantes funciona. Están desactivados.
Sentí mucho frío. Uno de los Shawn se me acercó y me puso el cortavientos encima. ¿Cómo lo había traído desde la terraza? No quería pensar. Yo estaba acurrucada. No comprendía nada.
—¿Sabes que significa Rouben?
Mis dientes tiritaban. Respondí con poco aliento.
—Es solo un nombre.
Escuché una risita.
—Si, claro, es solo un nombre. Eso es lo que le dicen a todos los que le sirven de terminal. En inglés diría yo, hum, Realtime Observation Unit, Behaviour Enforcer and Neutralizer. Unidad de Observación en Tiempo Real, Ejecutor y Neutralizador de Comportamientos. ROUBEN.
Aspiré profundamente. El temblor era ya real. Sentí muchas náuseas. Sentí como mi estómago se revolcaba. Me caí de la silla.
—No, no, no, agente. ¡No me defraudes!
Varios Shawn me rodearon, se me acercaron, me tomaron de los brazos y el torso; y me levantaron. Me dejé levantar como un títere con las cuerdas rotas. Me sentaron de nuevo en la silla. Mi cabeza estaba tirada a un lado, mi mirada apuntaba al vacío. No veía nada. Era como si mi cerebro estuviera desconectado del resto del cuerpo.
—No, no, Saundra. Pensé que de todas las personas del mundo tu serías la única que comprendería.

Aquellas palabras me hirieron. Sentí como mis mejillas se ruborizaban y como la sangre volvía a mis músculos. Sentí mi cabeza arder. Mi rabia súbitamente se alzó. Mi corazón comenzó a latir a mil por hora. Me levanté con fuerza de la silla. Grité con fuerza.
—¿Y por qué yo? ¿Por qué de todo el mundo, de las doce mil millones de personas que habitan en él, por qué yo?
Una carcajada más fuerte.
—¡Por qué eres la mejor detective de Nueva Sajonia!
—¡A la mierda con las etiquetas, doctor!
El temblor en mi cuerpo desapareció. Solo mi puño firmemente apretado temblaba bajo la presión de mi ira.
—¡Y aún así, no me equivoco!
—¿De qué diantres habla?
—¡De qué tu eres la única, la inquisidora, la que fue, es y será, la única que lo cuestiona todo!
De mi pecho salió un grito enfermo.
—¿De doce mil millones una? ¡No me haga reír!
—De todas las personas en Nueva Sajonia, de tu edad y de tus capacidades, de tu inteligencia y perspicacia, de tu integridad como ser humano y como investigadora, de tu compromiso por la causa de la justicia, eres la única en que puedo… No, en que podemos confiar, investigadora agente Saundra Hoellingberg.
Y de nuevo aplausos. Muchísimo más fuertes. Me giré a mirar alrededor. En este lugar habrían cientos, si no miles, de Shawn aplaudiendo. Caí de rodillas. Le di un par de golpes secos al suelo. Mis puños se apretaron al punto de doler.

—Digamos que le creo, doctor. Sin embargo, tendrá muchas más cosas que explicar.
—Con mucho gusto, te responderé lo que quieras. Pero de veras, necesitamos de tu ayuda.
Le di otro golpe al suelo. Pequeñas lágrimas empañaron mis ojos.
—¿Qué necesita de mi?
—Levántate, toma asiento y escucha.

Las personas, lugares y eventos descritas en esta historia son ficticias, y cualquier similitud con cualquier lugar real, persona real, viva o fallecida, sus vidas y eventos es solamente coincidencia.
© 2.020 Ilustración por Jhon Manuel Daza