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Una estación de tren, en el medio de un barrio residencial y tranquilo, de una de las ciudades más grandes del mundo. ¿Que variadas historias se forman sus usuarios?
«Es solo un ciclo de cuentos cortos»
Esto es, literalmente, un ciclo de cuentos cortos. Ya se darán cuenta por qué.
Son las siete y treinta y dos minutos. La plataforma se va llenando de pasajeros. ¿Estaré bien vestido?
Me giré para observarme en el vidrio de una de las máquinas expendedoras de bebidas de la plataforma. Corbata en orden, guantes bien blancos, traje en punto. Mis ojos parecen estar un poco cansados, pero es normal. Sombrero bien puesto. Gafas balanceadas.
Desde que conseguí este trabajo como asistente de esta estación hace tres años, he visto miles de personas entrar y salir, como un río de gente. Los trenes circulan uno tras otro como un reloj. Mi trabajo es sencillo, pero debo hacerlo a la máxima eficiencia, verificar que el tren esté bien, que no haya ningún peligro, que las puertas del tren no aplasten a nadie, que ninguna persona, borracha o no, se tire a las líneas, verificar que los trenes estén en buen estado, responder las preguntas de los extranjeros o foráneos, entre otras.
En mi mente repito el mismo mantra, todos los días. Es lo que me mantiene vivo. “Eficiencia y orden”. Si así no fuera, no tendría ni la mínima posibilidad que me asciendan a conductor de trenes y esa es la razón por la que hoy estoy de pie aquí. Por ahora, mi posición es estática, sin mucho movimiento. Vengo de mi casa a la estación y viceversa todos los días de mi vida. Deseo en un futuro poder moverme y poder transportar a nuestros pasajeros con eficiencia y responsabilidad a través de esta jungla de cemento.
¿Qué tanto ha cambiado esta ciudad? Todos los días hay una construcción nueva, una calle nueva. Se renueva, como un cuerpo vivo, quien deja morir las células que ya han cumplido su función y comienza a usar nuevas, recién creadas.
Hay algunos pasajeros que son asiduos usuarios del tren y ya comienzo a reconocerlos. Hoy ha llegado un poco apurado el señor Chaqueta Gris, la señorita Cola de Caballo mira distraidamente su teléfono como siempre y el niño de la señora Vestido Azul está hoy tan hiperactivo como siempre. Es bonito ver que siempre hay alguna constante entre tantas variables. Ellos son un poco como mi familia, aunque no pueda hablarles.
Mi estación no es tan grande como Ikebukuro o Shinjuku. Esas son como ciudadelas completas, con ecosistemas internos y todo. La mía es más reducida, más sencilla y no me gustaría estar en ninguna otra por ahora. Dos plataformas, una sola entrada, perfecto.
En mi reloj son las siete y treinta y cinco. El tren 1529G se avista desde la distancia, plataforma uno. Shirou, es tu momento de brillar.
Doy dos pasos al frente. Respiro profundo y analizo rápidamente a los pasajeros. Nada especial que reportar. Me acerco más a las portezuelas de entrada al tren y respiro profundamente. Hago la acostumbrada señal de bienvenida al tren. Este se detiene lentamente en la estación. La mecánica grabación que retumba por los altavoces me saca de mis cavilaciones.
—En breve, el tren con destino a Shibuya y Shinjuku se detendrá en la plataforma número uno. Por su seguridad, manténgase detrás de la línea amarilla.
Segundos después, el tren se detiene y se abren sus puertas. El conductor sale de su cabina para observar los pasajeros que entran y salen. Le hago una pequeña venia y él me responde. ¡Cómo desearía estar en sus zapatos en este momento! Mira con expectativa el resto de su tren, vigilante de que todos los pasajeros salgan e ingresen con bien. Yo le acompaño en sus observaciones. Una música suave comienza a sonar, indicando que el tren debe partir. El conductor hace una seña a ambos lados. Yo hago lo mismo.
—Plataforma número uno, las puertas se cerrarán. Por favor espere al siguiente tren.
El conductor ingresa en la cabina, hago una venia de nuevo y las puertas se cierran. El tren de color verde esmeralda arranca de nuevo. Doy un par de pasos hacia atrás. Bien hecho. Ahora, plataforma número dos, 1026G, dos minutos para arribar.
Cuarenta años. Es casi una vida, por no decir dos. De hecho, si mi esposa no me hubiera dejado, pudieron ser tres. Ese es el tiempo que he dedicado como contador de mi empresa, la razón de mi vida y de abrir mis ojos por la mañana. No es mi compañía y no es mi dinero, pero desde que me contrataron hace parte integral de mi.
Recuerdo cuando aún vivía con mi esposa. Teníamos una casa de tres pisos en Takadanobaba. Cuando la compramos era un orgullo, un motivo de regocijo. Era la envidia del barrio y de nuestras familias. ¿Una casa nueva, recién construida en un barrio de altura, casado con una mujer hermosa, trabajadora e inteligente y bajo el prospecto de comenzar a formar familia? Hasta mis compañeros sentían envidia. Todo fue debido al fruto de mi labor y mi esfuerzo. Si no hubiera tenido tanto trabajo y si no me hubiera volcado en ello, no sería en absoluto posible.
Cuarenta años atrás, mi empresa despegó como un cohete. Japón tuvo una explosión económica sin par, ayudada por el crecimiento después de la guerra. La gente compraba más cosas a un mayor costo y las exportaciones incrementaron, especialmente de tecnología. Y con este crecimiento, la gente se animó a leer y aprender más. Allí fue donde entró mi empresa. Importábamos papel del exterior, especialmente de China, imprimíamos millones de tomos, de autores variados y de temas diversos, y se vendían como batatas calientes. No había una librería en todo el archipiélago dónde no hubiera cientos de libros que habíamos publicado o imprimido.
Tōkyō creció, convirtiéndose en una gran metrópolis de la noche a la mañana, una que era la envidia del mundo. Nuestro primer hijo nació en esta época de prosperidad. Con dicho crecimiento, mi trabajo se volvió un poco más agotador, pero desde que pudiera siempre traer luz a mi casa era algo justificado. Mi segunda hija nació unos años después, diez después de mi primerizo. El futuro era brillante y todos eramos felices.
Y entonces, la coyuntura llegó. Mientras antes todo lo hacíamos a pulso y letra, luego con aparatos mecánicos, llegó la alta tecnología y con ello, el advenimiento de la internet. Y en ese momento, mi empresa comenzó a flaquear. La gente comenzaba a leer en sus dispositivos y a usar menos y menos textos de papel. Las cuentas no cuadraban completamente y mis jefes se demoraron en ajustarse a la nueva realidad, a pesar de las múltiples advertencias. Eramos una imprenta, una publicadora y rápidamente los clientes dejaron de tocar nuestras puertas.
Ahora todo lo publican por internet y las personas lo consumen en sus inertes pantallas. Los niños ya no usan libros de papel y no entregan sus exámenes en hojas de respuestas que eramos los únicos que imprimíamos. De imprimir millones de tomos al mes, ahora si acaso vendemos decenas de miles. Mi empresa comenzó a recortar personal y pasamos de tener cuatro sedes y cientos de empleados, a ser una pequeña oficina con un par de docenas de personas. Mi trabajo me consumió, intentando ajustar las cuentas al máximo, pagar las deudas y cobrar a clientes. Comencé a hacer lo que diez o veinte empleados hacían antes. No podía prestarle atención a mi familia, y debido a ello, llegó un divorcio que me destruyó. Acepté múltiples recortes de salario para mantener la empresa a flote.
Mi ex-esposa se quedó con la casa, el automóvil y los niños. En aquella casa de tres pisos ahora viven mis ex-suegros. Ella se casó de nuevo y se fue a vivir a Saitama con su nuevo esposo. Los niños crecieron por su propia cuenta y no he vuelto a saber nada de ellos. Me mudé a vivir en un pequeño edificio en Mejiro, supuestamente con la excusa de que estando cerca, podía volver a verlos. Esto nunca ocurrió. El edificio es una literal ratonera, está a un soplido de caerse y el sector es un poco peligroso. De hecho, solo toco el piso para dormir. El resto del tiempo me lo paso en la empresa.
Al menos todavía tengo trabajo y un motivo.
Mi jefe me llama.
—Buenos días señor presidente, Amano habla. Ya estoy en la estación de tren y en breve llegaré.
Me necesita.
—Claro que si. Allá estaré. Hasta luego.
Al menos todavía tengo trabajo y soy necesario. Hoy, desde hace cuarenta años.
—En breve, el tren con destino a Shibuya y Shinjuku…
No debí haber bebido tanto anoche. Yo sabía que hoy tenía que trabajar, ¿y entonces, por qué lo hice? Mis amigas son un peligro. Sé que me querían animar, pero no debimos habernos dejado llevar. Ellas no tienen que madrugar tanto como yo. Bostecé exhalando un vaho agrio. ¡Qué asco! Tengo que lavarme la boca lo más pronto posible, o enmascararlo con café u mucha agua.
El dolor de cabeza no me ha abandonado aun, ni siquiera con la medicina que compré en la tienda por conveniencia. ¡Qué día más largo va a ser hoy! Ya presiento que mi jefa me va a gritar hasta en la espalda. Veamos mi horóscopo.
Uh, si, es un día terrible. Mala suerte en el amor y en el dinero. Mi salud estará bien, al menos. Un articulo de suerte de color violeta. ¿Qué ropa interior me puse hoy?
Maldito Kei. Lo odio tanto. ¿Por qué tuvo que haber terminado conmigo? Yo lo amé mucho y nuestra compatibilidad era increíble. Me entregué en cuerpo y en alma a cada una de sus locuras. No olvidaré el día que me instó a llamar al trabajo a decir que estaba enferma para que nos fuéramos de paseo al monte Fuji. Me divertía mucho con él. Mis amigas envidiaban que estuviera saliendo con un tipo alto, fornido, con una musculatura definida y sonrisa radiante, activo y buen deportista, gran amante. Era perfecto. Quizá se cansó de mis imperfecciones, de mis celos, de mi fealdad.
No, no, Hanako, estás en la estación de tren. No vamos a llorar más. Estamos ya maquilladas y nos espera un día largo de trabajo. Distraigámonos.
Así que ya comenzó a publicar fotos con su nueva novia, ¿no? ¿En el monte Fuji? ¿Eh? ¡Le hizo la misma! ¡Qué tipo! Uh, ¡qué rabia la que siento! Pero más tonta soy yo, ¿por qué me martirizo? ¿Por qué aún le sigo? ¿Por qué me duele tanto?
Yo no soy fea en realidad, me considero bonita. Mis amigas siempre me lo han dicho, aunque no tenga el cuerpo perfecto. Soy trabajadora, responsable y amigable. Hay miles de hombres en esta ciudad, mucho mejores, más inteligentes y más respetuosos. Por ejemplo… A ver, ¿quién hay a mi alrededor?
Bueno, este es un barrio tranquilo y esta es una estación pequeña. No hay mucho material. Cuando pasemos por Harajuku ahí si que me fijare y quizás por qué no, coquetee un poco. Es la mina de los hombres bellos.
Ah, ¿a quién engaño? Anoche ni me bañé, hoy tomé una ducha rápida, me maquillé a la carrera y me puse lo primero que vi. Más atractivo tiene un saco de arroz. Pero bueno, hay que ser práctica en la vida.
Por cierto, ¿hoy tengo aquella entrevista? Le escribiré a mi jefa.
Que tedio me dan las entrevistas, personajes públicos haciéndose de famosos y respondiendo lo que les da la gana, para que después me toque editar todo y dejar una sola página. Y después, inicia el juego de tenis de mesa en el que el representante lee la entrevista, pide cambios, los hacemos, el editor se queja y pide más cambios, y se repite todo en un ciclo sin fin. No me gusta, no me gusta para nada.
Shinagawa, diez a.m. Entendido.
Está bien, Hanako, hoy sera un día largo, pero lo daré todo de mi.
Maldito Kei, adiós. Yo puedo valerme por mi misma.
—En breve, el tren con destino a Shibuya y Shinjuku…
Otra vez está ella esperando el tren a la misma hora. Me da muchísima pena y espero que no se entere que la miro todos los días.
Ha de constar que no salgo a esta hora a tomar mi tren a la escuela porque la quiera ver. Ha de constar que no obligué a mi mejor amigo a despertarse más temprano para tomar este tren a esta hora.
Por cierto, Kiyokazu es muy ruidoso.
—Otra vez estás mirando a la chica aquella, ¿no?
—Cállate, Kazu.
—¿Cuándo te van a crecer los huev…?
—Cállate, Kazu.
Él tiene la razón. Debería simplemente hablarle. Se ve que vive cerca porqué siempre se le ve radiante, bien arreglada, muy madura, nunca agitada. Hoy está un poco sombría, con el ceño un poco curvado. ¿Algo le habrá pasado?
—Y aún sabiendo que tú le gustas a Murata de la clase tres.
—No molestes, Kazu.
—¡Es verdad! Me lo dijo Sakiko, que es amiga de ella.
¿Qué le habrá pasado? ¿Estará enferma? ¿Tuvo una pelea con su novio? ¿Tiene novio? ¿Peleó con sus amigas? ¡Cómo desearía ser adulto y poder hablarle!
—Deberías comenzar a salir con Murata, ella es bonita. Nunca tendrás la mínima posibilidad con esta chica. Ella es una adulta, y tú eres un mocoso.
—Igual que tú, tonto.
—Pero al menos yo lo admito, por eso salgo con Sakiko. Además, ¿has visto a Murata últimamente? ¡Increíble par de tet…!
—Cállate, Kazu.
Voy a hablarle. Si, hoy es mi día.
—Espérame acá.
—¿Qué?
—Ten mi morral.
—El tren ya va a llegar, Ryou.
—No demoro.
La estación está un poco llena, pero no hay ningún problema. Solo tengo que llegar… Alcanzar…
—En breve, el tren con destino a Shibuya y Shinjuku se detendrá en la plataforma número uno. Por su seguridad, manténgase detrás de la línea amarilla.
Miré hacia el horizonte, el tren frenaba con rapidez. Debo lograrlo.
—Disculpe…
Se giró despacio. Sentí que el corazón se me encajó en la garganta. Su belleza me atemorizó de inmediato y se me congelaron todos los músculos. De frente era más bonita, sus ojos y sus labios brillantes me cegaron.
—¿Si?
—Ah… Yo…
—Perdón, debo tomar el tren…
—Yo…
—Plataforma número uno, las puertas se cerrarán. Por favor espere al siguiente tren.
Y sin esperar entró al carruaje.
—¿Estás bien?
No se si me escuchó, pero se me quedó mirando mientras las portezuelas se cerraban y el tren se iba. Resignado, expelí una palabra soez en voz baja y regresé hacia Kiyokazu. Su cara era una mezcla entre una burla y una sonrisa sincera.
—¿Qué?
—¿Y?
—No alcancé a decirle nada.
Se carcajeó mientras me entregaba el morral.
—Eres un mocoso.
—Igual que tú, tonto.
—Piénsalo, olvídate de esta chica, ni conoces su nombre siquiera. En cambio, Murata…
—Ya para, Kazu.
Todavía sentía los latidos de mi corazón en mis oídos. Solo escuché un par de sus palabras de su boca y su voz era tal como la había imaginado. Simplemente hermosa. Nunca olvidaré este encuentro, por más fallido que hubiera sido.
—En breve, el tren con destino a Ikebukuro y Ueno se detendrá en la plataforma número dos…
—Y entonces, ella me dijo, “vamos a jugar un juego”. ¡Qué miedo!
—¿Con ese tono de voz?
—Si, con ese mismo. Casi se me sale el corazón.
Me reí del comentario de Paloma, mi mejor amiga.
—¿Hoy para dónde es que vamos?
Por fin, después de tanto trabajar y cansarme el lomo, se cumplió uno de mis más grandes sueños. Después de cantar canciones sin saber que era lo que decían, de ver personajes de animación hacer proezas imposibles, leer cómics manga y más de cien series, además de hacer un buen esfuerzo ahorrando, había por fin tocado suelo nipón. Llevábamos menos de doce horas en Tokyo y estábamos cargadas de energía.
—Hoy vamos para el palacio Imperial. Tenemos que estar allá a las nueve, es la cita que tenemos.
—Entendido.
Mi mejor amiga me copió. También es igual de fanática a la cultura japonesa, aunque ella me gana. Por poco y el día de hoy sale haciendo cosplay. Yo la obligué a que se cambiara el disfraz de una protagonista de una serie popular de animación por ropa más común, antes de salir del apartamento que rentamos.
—Y después de ello, nos vamos para Akiba.
Solté un corto chillido. Esa palabra detuvo mi aliento.
—¿Akihabara?
Ella se sonrió. La adoro con todo mi corazón, me conoce muy bien.
—La Meca del mundo de manga y el anime.
La abracé. Sentí que los ojos de más de uno se posaron sobre nosotras. Me subió un poco de pena y me alejé.
—Gracias.
—No, no. Si es nuestro primer día real en Japón, es de lógica que vamos a ir al lugar más importante para nosotras.
Me preocupé un poco.
—Tengo un poco de miedo, ¿me gastaré mucho dinero?
—No te preocupes, entre las dos nos tenemos que controlar.
La miré de reojo.
—Sabes que es más fácil que los cerdos vuelen que podamos controlarnos la una a la otra.
—Y sabes que, ¡estamos en Japón! ¿No escuchas la gente a nuestro alrededor? ¿Qué están hablando? ¿Ves los letreros que nos rodean? ¿Qué dicen? Creo que nos merecemos esto, merecemos gastar un poquito. Darnos la buena vida. Despreocúpate.
Sabía que así debía ser. Sentí un remolino de felicidad en mi pecho. Todavía no lo había dimensionado. Estaba en Japón, con la persona que más quería. Con vuelos de veintiséis horas y dos paradas desde Madrid, fue un sacrificio muy difícil. Si no hubiera sido por ella, me hubiera enloquecido.
—Quiero ir a Harajuku.
—¿Eh? ¿Y a qué viene ese comentario?
—Quiero comprarte algo en Takeshita-dōri.
Se sonrió y acercó su cara a la mía.
—Gracias.
El mundo se detuvo, el ruido de nuestro alrededor se desvanecía. No pude hablar.
—Y yo te compraré un crépe de aquellos famosos.
Asentí y sonreí.
—Mamonaku, ichibansen ni, Shinjuku, Shibuya hōmen yuki ga mairimasu. Abunai desu kara kiiroi tenji burokku made osagari kudasai.
El intempestivo anuncio nos sacó de aquella burbuja en la que habíamos entrado. Entendía un par de palabras de aquel mensaje, pero en su total era difícil de interpretar.
—The local train will arrive shortly on track one. Please stand behind the yellow line.
—¡Ya llega, ya llega!
—Si, ya llega.
Era mi primera vez montando un tren de la famosa línea Yamanote. Estaba muy emocionada.
—Prepara la cámara.
—No, después habrán más oportunidades.
Seguí tomando su mano fuertemente. No la quería soltar. Ella me correspondió.
—¿Es ese Hayami?
—Si, es Hayami.
—Pero está con Inamura, ¡qué tedio!
—Hey Rie, estás hablando de mi novio.
—Pero sabes por qué lo digo, ¿no?
—Si, si, aun así, es mi novio. Explícame, ¿qué le ves a ese cerebrito?
—Sakiko, es una buena persona, es respetuoso, amable y muy inteligente.
En realidad siempre lo había admirado. Simplificar mis sentimientos hacia él era un acto de cobardía. Lo conozco desde la escuela primaria, estuvimos en la misma clase por dos años y vive cerca de mi casa. Sin embargo, siempre me ha sido difícil hablarle. En los exámenes siempre está dentro de los primeros cinco, aunque es un poco malo para los deportes. Vive con su madre y su hermana menor. Tiene un trabajo de medio tiempo después de clases para poder ayudar en casa. Es una lástima que no hemos podido compartir clase desde aquél curso en primaria.
—¿Y entonces? ¿Por qué no te confiesas?
—No, no, es imposible. Estamos en clases diferentes, además…
Mi corazón lo sabía. Estaba perdidamente enamorado de aquella mujer. Todos los días la observa directamente, como si no quisiera quitarle la mirada de encima. La busca con sus ojos a través de esta pequeña estación. No tiene ojos para nadie más y mucho menos para alguien tan plana y básica como yo. Rie se giró a verlo.
—El cobarde, sigue mirando a la dicha modelito como todos los días.
—Espera, Sakiko…
—No, es que en tanto le diga… ¿Sabes que?
—No, no…
A Sakiko se le subió el color y comenzó a caminar hacia ellos. La detuve del brazo.
—Espera, no digas nada.
Infló sus mejillas y me miró directamente.
—¿Qué? ¿Tú crees que es bueno para mi verte como sufres por este tonto?
—No digas nada, Sakiko. Por favor.
Me giré a verlo de nuevo. Le había entregado el morral a Inamura, y se dirigía con paso decidido hacia la chica aquella. Un dolor sordo se me clavó en el pecho. Hayami había encontrado la respuesta en su corazón.
—En breve, el tren con destino a Shibuya y Shinjuku se detendrá en la plataforma número uno. Por su seguridad, manténgase detrás de la línea amarilla.
Sakiko se quedó también callada, observante de la situación. Veíamos que le hablaba, pero no sabía que era lo que estaba pasando. El ruido de la gente y de la estación no me permitía escuchar la conversación. Se le notaba tenso, tembloroso, congelado. La chica aquella le dijo algo e ingresó al tren una vez se detuvo. Él se quedó en la plataforma, mirándola fijamente a través de la compuerta del tren. Sentía que mis ojos se llenaban un poco de lágrimas y mi boca se abría.
—Plataforma número uno, las puertas se cerrarán. Por favor espere al siguiente tren.
Finalmente el tren partió, la mirada de Hayami siguiendo la silueta del carruaje irse en el horizonte.
—Rie…
Observé como si él hubiese dicho algo al aire, mientras se daba media vuelta. Inamura seguía observándolo, sosteniendo su morral en la mano.
—Rie…
Inamura se burlaba de él, tenía ese ademán que siempre hacía cuando se mofaba de alguien. Me enojaba. ¿Se había declarado? ¿Qué le había dicho a la chica? ¿Por qué se le había quedado mirando tan fijamente? Se le veía decaído, triste. ¿Qué había pasado? ¡Hayami, cuéntame, habla conmigo!
—¡Murata Rie! ¡Me vas a arrancar el brazo!
Salí de mi estupor y le solté el brazo a Sakiko. La observé, le habían quedado las marcas de mis dedos en él.
—Lo siento, Saki, lo siento.
—Tenemos que hacer algo, Rie, por tu bien.
Se masajeó con fuerza el lugar dónde la comprimí.
—¿Qué habrá pasado?
—Ya lo investigaré. Por ahora, tranquilízate. Le preguntaré a Kazu.
—Gracias.
—Para eso estoy, para eso estoy. ¡Aw, casi me revientas el brazo!
—En breve, el tren con destino a Ikebukuro y Ueno…
¡Allí está! ¡Con ese porte y esa altura! Señor asistente de estación, ¡cómo se ve de bien hoy!
Él es nuevo en ese trabajo, solo lleva tres años, dos meses y cuatro días en el puesto. Al principio se le notaba muy inseguro, muy rígido. Ahora se comporta como un natural en su cargo. He visto su evolución desde su llegada y claramente, es loable.
Ah, se está revisando como siempre en la máquina expendedora. Está usted radiante, téngalo por seguro. Y yo, como una tonta fisgoneándolo desde mi apartamento afuera de la estación. En esto entretengo mi vida, encerrada en estas cuatro paredes, confinada a una vida atrapada bajo la sombra de la familia de mi esposo. Si mucho, salgo a hacer las compras, pero de resto, es innecesario usar el tren. Además, no tengo el derecho de hablarle. No se me ocurriría jamás, solo adorarlo desde la distancia.
Si solo mis padres no me hubieran casado a la fuerza y si tan solo mi esposo fuera una mejor persona. ¡Cómo sueño el día que usted viene, toca a mi puerta y me saca de este encierro, señor asistente de estación!
No me considero su admiradora, sería iluso pensarlo. Y no se si tenga esposa o hijas. Lo único que sé, es que vive cerca y que hace su trabajo con perfección y dedicación, como nadie más pudiera hacerlo. Quisiera hablarle, pero no puedo. Vivir juntos, prepararle la comida, despedirlo día tras día y recibirlo con amor por la noche cuando termine su turno. De solo pensar en ello me emociono. Pero por ahora, solo me contento al verlo a través de mi ventana y de mis binoculares.
—En breve, el tren con destino a Shibuya y Shinjuku…