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Angela vuelve a ver al hada que la alejó de su familia y la convirtió en diosa y con ella aprende acerca de la magia.
«El club de los dioses» (parte 5)
Aquella hada… Aquella criatura que había dado paso al más terrible error de mi vida estaba allí, de frente a mi, congelada en el umbral de la puerta. Sentí como mi sangre comenzó a hervir. Su nombre era Millia, aparentemente, o ese era al menos el nombre que Masha le había dado.
Era más alta de lo que me había imaginado, pues aunque en la Tierra ella era como del tamaño de mi palma, en este mundo me llegaba hasta las rodillas. Estaba literalmente igual que como la había visto en la última noche. Sus alas parecían que habían perdido pequeños pedacitos allí y allá, y su piel, que en un principio parecía llana y clara, ahora estaba ligeramente demacrada, con grandes heridas y moretones por todas partes. Su cabello, que no había podido observar con claridad del otro lado, era una maraña de color castaño oscuro. De verdad, su ropaje estaba hecho jirones. A exceptuar la parte que se ajustaba como corpiño, ya presentaba roturas allí y allá.
El verla en ese estado bajó mis ánimos un poco. Se le veía aprensiva, como preparada para recibir una tunda, casi llorosa. Mi corazón que iba a mil, se frenó con rapidez. Me tumbé en la silla de nuevo, tomé la taza y sorbí un poco del té. Masha nos miraba a través de la mesa, ocultando su boca detrás de su vaso. Aunque mi cabeza estaba pensando en mil cosas, el sabor del té inundó mi mente. Era fresco, un poco agrio, un poco dulzón. Enjuagué mi boca varias veces con dicha bebida, como tratando de enfocarme en otra cosa diferente.
En tanto me senté, el hada se quedó un poco más tranquila. Durante un par de minutos nos quedamos en tablas, sin saber que hacer o decir. Masha quebró el hielo con su voz, imponente, pero calmada.
—Entra hija, y cierra la puerta.
El hada agachó la cabeza e hizo como se le instruyó. Como obligada por algo o alguien, se mantuvo con la cabeza gacha, sin mirarnos.
—Si, mi señora Sidhe.
Si mal no estaba, Sidhe era el nombre de la diosa del cielo original según la escritura que había visto en el libro uno.
—Y bueno, explícale a esta pobre niña que pasó… ¿Por qué perdió su apellido?
Yo seguía con la mirada cada reacción, cada expresión de la criatura. Quería saber que sentía, así fuese por las curvaturas de la cara. Atrás había quedado aquella expresión feroz que me había dado las últimas veces que le había visto.
—Señora, yo…
Parecía que un ratón se hubiera tragado su lengua. Hablaba despacio, en una vocecilla muy delgada, tan silenciosa que me costaba creer que era el mismo hada que me había gritado en esas voces ferales.
—Algo salió un poco mal cuando esta niña pidió su deseo.
—¿Y?
La criatura se agachó un poco como esperando el manotazo.
—Y… No la pudimos traer completa. Una parte de ella se quedó en el mundo de los humanos.
Masha se levantó de golpe. El hada se arrodilló, como si hubiera perdido su fuerza.
—En el nombre de Sidhe, no puedo creerlo. En miles y miles de años, en cientos de almas, es la primera vez que esto ocurre.
—Perdón, perdón, perdón…
Unas diminutas lágrimas comenzaron a llenar los ojos de la criatura, leves temblores moviendo sus ya delgadas carnes. La voz de Masha se tornó profunda, recordándome a la experiencia de la bruma de hace unos minutos.
—Esto es inexcusable, Millia. ¡Es como si hubieras nacido ayer! ¡Con razón esta niña no recuerda su apellido! ¡Vino incompleta!
Podía sentir mucha rabia, pero esto ya era mucho.
—Maria, calma, calma. Mira que la tienes achicada.
No podía creer que yo estuviese tan calmada. Respiraba profundo pero silenciosamente para componer mi mente.
—Hablemos con calma, con seriedad y con cabeza fría. Toma asiento.
—Pero…
—Pero no ganamos nada si nos tratamos de atropellar unas a otras.
Me giré hacia la criatura. Sus ojos estaban totalmente abiertos, como si no esperara la tranquilidad que yo sentía. Se puso de nuevo de pie y me hizo un ademán en forma de respeto.
—¿Acaso no quieres descargar tu rabia? Te hemos robado de tu familia, del mundo de los humanos… E incompleta para acabar de terminar.
De nuevo respiré profundo.
—Es cierto. En un principio quería agarrar a esta criatura a golpes, pero la verdad es que nada gano con venganza. Si, solucionaré mi enojo, pero es algo temporal, nada me va a regresar a casa de mi madre, de regreso con mi novio. No gano nada haciéndolo, ni siquiera es un paliativo.
Me levanté de mi asiento, taza en mano.
—Vamos, siéntate aquí. Hablemos.
Le apunté con la otra mano a la silla. El hada me miró asustada.
—Yo… Yo… No podría sentarme en la misma mesa que la señora Sidhe. No lo merezco.
Masha me miraba como si yo estuviera haciendo algo que jamás había visto en su vida.
—Y bueno, ¿dónde preferirías sentarte entonces?
—¿Sentarme? No, no hay necesidad.
Aclaré mi garganta y me acerqué. Sentí como ella se tensó e inclinó hacia un lado.
—Las conversaciones más provechosas se hacen sentándose, Millia, y mirándose a los ojos. Hacen que uno se enfoque y entienda lo que dice el otro. Puede que tu puedas volar sobre el aire, pero yo no. Igual, volando en algún punto te cansarás. ¿Ya ves por qué sentarse es más cómodo?
Me tiré en el suelo, sentada con las piernas cruzadas.
—¿Aquí está bien, no crees?
Miré a Masha. Por la expresión de su cara parecía que había visto un fantasma.
—¿Aquí está bien, Maria? ¿Podemos ella y yo hacernos acá?
Tartamudeó.
—Pues… Por mi no hay problema.
Hice un par de golpecitos en el suelo a mi lado para que el hada se sentara allí. Ella me miró y copió mi postura, acomodando sus delicadas alas para que no estorbaran.
—Ahora bien, cuéntame… ¿En realidad que fue lo que salió mal?
—An… Señora Ang…
Parecía incapaz de decir mi nombre.
—Angela está bien. Con calma.
El hada hiperventilaba un poco.
—Calma, respira con calma.
—Yo… Yo…
Se levantó y se postró en el suelo a mis pies, llorando.
—Perdón, te pido perdón, señora Angela. Perdón. Tu tenías tu familia que te amaba y te sacamos de allá.
Respiré profundo. Ahora si que era imposible enojarme con esta criatura.
—No te preocupes, ya lo hecho, hecho. Tu me trajiste con una intención y eso es lo que quiero comprender. Quiero saberlo todo. Yo siento que estoy acá por alguna razón superior y la quiero conocer. Levanta tu cara y hablemos.
Instintivamente mandé mi mano hacia la cabeza del hada. Antes de tocarla me frené, pero continué. Le acaricié el cabello. Estaba hecho un ovillo de lana, enredado, pero su cabello era fino, suave, terso como el de un niño recién nacido. El hada seguía llorando y temblando.
—Ya, ya… Vamos. Tema perdonado y superado. Siéntate.
Se irguió despacio, limpiándose los ojos con sus manos. De nuevo, me costaba comprender porque estaba yo tan calmada. No me giré a ver a Masha, pero ella se mantuvo en silencio.
—Ahora si, ya con eso fuera de tu sistema, ¿qué pasó?
Entre suaves sollozos, Millia me relató.
Cuando un ahijado humano pide un deseo, ocurren dos cosas. El hada levanta sus manos hacia Sidhe y pide con fervor el cumplimiento del deseo, marcando el alma del ahijado, que en a los ojos de ellas es una gran esfera de luces muy brillantes, con una mancha de una especie de tinta indeleble, una marca que indica que el alma será liberada al cielo en tanto el ahijado cumpla quince años de vida. Esta es la marca de Sidhe, la diosa del cielo. Esto lo llevan haciendo por miles de generaciones.
Si el deseo puede ser cumplido, la marca presiona el alma del chico y la condensa en una diminuta esfera. La energía que Sidhe extrae de este proceso entonces es capaz de cambiar la realidad, el flujo de los hechos y hace que se cumpla, de alguna forma, el deseo, sin importar las consecuencias. En el pasado, los deseos salen un poco mal para otros humanos, ocasionando peleas, guerras y desastres. Sin embargo, desde que se cumpla el deseo, todo es valedero para Sidhe. Esta esfera le acompaña al ahijado hasta su último día. Al final, ningún humano puede vivir sin su alma.
En ese momento, el hada regresa, se despide de su ahijado y sustrae el punto de energía, ya totalmente comprimido, lo toma en sus manos y lo consume. Al hacer esto, lo transporta a un espacio llamado “el purgatorio” y lo suelta allí. Esa es la representación del vacío absoluto, en el cual solo brilla el alma del ahijado. Esa energía va liberando pequeños hilos de luz, que se convierten en sustento para todas las hadas, pues ellas solo pueden consumir la vida humana. Un tiempo después que aquella energía se ha agotado y se vuelve oscuridad, el alma del ahijado vuelve a tomar forma humana, se convierte en un dios y desciende al mundo de las hadas, que es este. En este lugar, como dioses, han de moldear la existencia de las criaturas y coexistir con ellas.
—El problema con esta explicación… Señora Angela, fueron dos cosas. Primero, tu deseo. Me pediste que crecieras en un día lo de un año. Yo, ni ninguna de mis hermanas durante tantas generaciones había hecho eso jamás. Por eso dudé que fuera posible.
Pausó un momento.
—Cuando lo pedí a Sidhe, el deseo fue aceptado. No me lo esperaba. Sellé tu alma, que tuvo un solo día para comprimirse. Tu cuerpo creció, tu mente maduró, y con ello la cantidad de energía que acumulaba tu alma, con lo cual comprimirla fue más difícil.
Ella gesticulaba con sus manos. A mis ojos parecía que viera como ocurría todo, como si un globo se llenara de aire entre sus palmas y sus dos manitas intentaran apretarlo.
—Luego, el momento en que cumpliste quince años, que fue en la noche siguiente, la esfera de energía era gigante. Nunca había visto ello. Normalmente son diminutas.
Extendió sus brazos totalmente y luego me mostró entre su pulgar y su dedo índice un tamaño muy pequeño.
—La energía se desbordaba, pero yo no tenía más remedio que consumirla. Lo intenté, pero la marca de Sidhe no tuvo tiempo suficiente para ser efectiva. Así que tuve que dejar algo de esta energía en el mundo de los humanos.
—Y eso ocasionó…
—Que estés una parte aquí y otra allá, señora Ángela.
Se le encharcaron los ojos de nuevo.
—Perdón de nuevo.
Suspiré profundo.
—¿Y eso significa?
—No lo sabemos todavía. Es la primera vez que nos ocurre.
Pensé en el sueño que tuve esa noche. Miré a Masha. Ella me miró también. Súbitamente, como si hubiésemos comprendido algo elemental, aspiramos al mismo tiempo.
—¡Santo padre! ¡Yo estoy aún viva en la Tierra!
—Святой Отец! Ты ещё жив!
Millia se encogió de hombros.
—No sabría decírtelo, señora Angela.
—Medio viva en realidad, si es que mi alma se partió en dos. Y es por eso que aquella noche tuve ese sueño.
Exhalé todo mi aire. Era algo que era imposible de comprender totalmente. Las capacidades que había visto en Vicente y Gyasi, todo este tema de almas, el purgatorio, escapaba mi capacidad de raciocinio. Sin embargo, era totalmente real, lo había visto. Había salido magia de mi incluso.
Masha se levantó de su asiento.
—¿Quieres pastel, Angela?
—Te ayudo. ¿Nos ayudas, Millia?
Masha seguía estupefacta con mis proposiciones. Era como si rompiera una regla de etiqueta intrínseca, como si fuera un sistema de clases que estoy destruyendo con mis actitudes.
—No, no, para mi seria imposible, señora Angela. El hogar de la señora Sidhe es un lugar santo. De hecho me siento una intrusa y enormemente honrada de solamente poder sentarme aquí.
Sonreí, levantándome del suelo y extendiéndole la mano.
—Esto no es nada, no hay problema, ¿no cierto, Maria?
—Ah, no, creo que no.
—Ya ves, vamos.
El hada me miró, sus cejas encorvadas como si dudara. Después de un momento, se levantó dándome la mano. Era una manita diminuta, tan chica que sentí que la podía romper de solo presionarla un poquito más duro. Sus deditos eran largos y suaves.
Nos dirigimos al hogar y Angela comenzó a ordenarnos que hacer para elaborar la tarta. Mientras yo revolvía un par de cosas, Millia nos traía los ingredientes, y Angela preparaba el horno y una parte de la masa. Durante ese periodo continuamos hablando.
—Entonces, los poderes mágicos que tenemos acá…
—Son la expresión del infinito poder de la diosa Sidhe. Es necesario que ustedes tengan esos poderes para poder moldear este mundo y crear. En otra época, cuando mis hermanas y yo eramos millones, vivíamos en el bosque, en el río, en aquella villa, entre ustedes.
—¿Y qué pasó?
Mientras cargaba un par de las bayas con sus manitos y me las entregaba, se giró a mirar el suelo.
—Hubo un desacuerdo con la señora Larissa.
Masha asentía, como si esto lo supiera de primera mano. Me giré a verla.
—¿Y bueno?
—¿Era esta otra de las preguntas que tenías?
—Pues, ¡por supuesto!
Masha exhaló.
—Cuando yo llegué a este lugar, aquella bruja que llamas “Larissa” ya estaba aquí. Igual que como la ves el día de hoy. En cientos de años no ha cambiado ni un milímetro. Ella se cuida mucho de ello.
—Veo.
—¿Sabes? Todos los dioses tenemos la capacidad de hacerlo todo. No solo controlo el cielo, pero como podrás recordar, controlo el aire. Así mismo el agua, la tierra, incluso la vida. Lo único que no aprendí a controlar del todo es el tiempo. Es una tarea muy difícil y muy agotadora y el mago de Agaro lo hace muy bien, así que lo dejo.
—¿Y entonces por qué…
—¿Por qué los roles? Fue algo que los primeros dioses, por su naturaleza de humanos, que quisieron dividir y crear. En especial ese bastardo de Haoma. Pero en realidad no es necesario. Se podría quedar aquí uno solo de nosotros y sería capaz de hacerlo todo.
Millia interrumpió.
—Si me permiten hablar, señoras.
—Adelante.
—No es buena idea que solo quede uno de ustedes. No creo que la energía vital sea suficiente para todas las actividades que deben hacer. Morirían con rapidez.
—Espera, espera, ¿morir?
Mi pregunta salió como caballo desbocado.
—Así es, señora Angela.
Masha sonrió, dirigiendo un molde de metal que hacía flotar con su magia hacia dentro del horno. Apuntó a su cara como si la exhibiera.
—¿Por qué crees que estoy así?
—No quería hacer ningún comentario, ¿pero es esa la razón por la que estás envejecida?
Masha echó una carcajada que sonó como un trompetazo.
—La pregunta debería ser más bien… ¿Por qué los magos de Agaro y Plata, y la bruja de Creta no han envejecido?
Suspiré profundamente. Un olor a masa de tarta inundaba la casa.
—Pues, me imaginé que era porque somos inmortales.
—¿Inmortales? No, no niña, es porque la bruja de Creta está haciendo algo muy malo.
—¿El qué?
—Niña, ¿no lo comprendes? ¡Está usando sus poderes para alargar la vida de los dioses que viven con ella allí! Por eso no tienen que comer.
Aspiré agolpada, tapándome la boca con la mano.
—¡Por Dios! Pero, ella… Ella llegó, en mil ochocientos treinta y algo, ¿no?
—¿Eso fue lo que ella te dijo? Bruja de Creta, ¡cuántas más mentiras has de decir!
—¿Es mentira?
—Angela, no sé la cifra exacta, pero aquella “Larissa”… Lleva aquí más de cuatrocientos años.
—¿Qué? Es decir, ¿desde mil seiscientos? ¿O algo así?
—Uy, yo creo que mil quinientos cincuenta o alrededores.
Me mandé la mano a la frente. Miré a Millia. Ella sabía que pregunta iba a hacer.
—Señora Angela, nosotras no sabemos mucho de años en el mundo humano. No sabría decirte. Lo único que sé es que muchas generaciones de dioses han pasado por acá, y ella aún vive.
—¡Pero! ¿Y Vicente?
—El mago de Plata… El llegó unos años después de mi llegada. Y me imagino que debe parecer como un chiquillo de esos, como tú.
—Así es… Como de dieciséis años.
—Ya tu ves.
Mi cabeza daba un poco de tumbos.
—Mi señora Angela, ese fue el desacuerdo con la señora Larissa. Por eso fuimos desterradas de la villa aquella.
—Y por eso me fui de allá, en cuando me di cuenta de esa cruel realidad. La bruja de Creta quiere vivir para la eternidad.
—¿Y qué gana con eso?
—No tengo ni idea. Ese día fue horrible. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer.
Mientras Masha continuaba en su elaboración de la tarta, yo picaba ingredientes y sorbíamos otra taza de té, me contó dicha historia.
Hay un libro que Larissa oculta en algún lugar de este mundo. En este tomo se cuenta la verdadera versión de todo lo que los dioses pueden hacer. Hay en realidad tres formas para salir del valle de los dioses.
La primera es por cansancio o por voluntad misma del dios. Para ello se camina en la dirección en que se oculta el Sol. Hacia allá hay un camino plano en línea recta que continúa por unas horas, rodeado de un espeso bosque a lado y lado. Una vez se llega allá, hay un precipicio, que es como el fin del mundo. Este acantilado está asegurado con una pesada puerta de metal, y una cerca que se extiende por un par de millas a lado y lado. El dios abre esta portezuela y se arroja al vacío. Se podría decir que es una especie de suicidio y se necesita mucha valentía para lograrlo. Con ello se logra morir y regresar al seno del árbol de la vida, Haoma.
La segunda es cuando se es expulsado por los demás dioses. Esto ocurre cuando uno de los dioses hace algo malo, o utiliza sus poderes para el mal. Con el poder de los demás dioses, se elimina al dios infractor, regresándolo a Haoma a la fuerza.
Pero la otra, es la forma natural, por vejez. Aquí se crece proporcionalmente a la cantidad de energía que se usa. Los dioses del tiempo envejecen mucho más rápido, pero pueden usar su capacidad para frenar el envejecimiento. Los dioses de la vida, al controlar el crecimiento de sus cuerpos, en teoría podrían vivir para siempre, sin embargo, nadie lo ha logrado jamás. Al fin y al cabo, la energía no es infinita. Es Larissa, la que quiere contravenir la ley natural. ¿Cómo? Masha no lo sabía.
Ella ingreso a la cabaña de Larissa sin permiso, encontró y leyó dicho texto. Una vez confrontó a Larissa acerca de lo que había leído, ella no aceptó su culpabilidad. Las hadas no sabían tampoco acerca de esto.
—Señora Angela, a nosotras se nos hacía muy extraño un humano tan longevo, pero como no sabemos del todo como funcionan ustedes los humanos, así que nunca nos cuestionamos nada. Igual, ustedes son dioses.
—Yo entonces iba a confrontar al mago de Plata con dicha información, pero él estaba, y está aún supongo, totalmente controlado por la bruja de Creta, así que no me prestó atención. Después fui a buscar al mago de Calcuta. Ante esas amenazas, la bruja de Creta utilizó su poder para debilitarme. Por primera y única vez la vi utilizar magia de tiempo para congelarnos.
Suspiré. Supuse que Rahul sería el mago de Calcuta.
—¡Ella nos amenazó de muerte! Nos gritó que si decíamos una palabra en contra de ella, básicamente tenía la capacidad de aniquilarnos, deteniendo nuestras vidas.
Millia asintió.
—Así que para evitar que ella nos hiciera daño, le respondí gritando que hiciera lo que quisiera, pero que nos dejara a mis hijas y a mi tranquilas, y nos retiramos hacia el bosque.
—Entonces ustedes habitan acá desde hace…
—El mago de Agaro es la persona idónea para medir el tiempo, pero yo diría que unos sesenta años, más o menos.
La casa se llenó del olor de las bayas frescas, la tarta ya se estaba cocinando en el horno. Caminamos hacia la mesa de nuevo. Tomé una de las frutas, una pera, y se la dirigí a Millia. Ella me observaba preocupada, negando con su cabeza, como si estos frutos fueran de consumo exclusivo de los humanos, como una ambrosía.
La miré con mi ceño encorvado, insistiendo con mis manos que la tomara. Reluctante, la recibió, hizo una señal de apreciación hacia mi y Masha, y tomó un mordisco diminuto. Un par de lágrimas salieron de sus ojos, como quien prueba algo que solo comió en su niñez.
—La bruja de Creta nos ha atacado en múltiples ocasiones. En una de ellas causó un incendio forestal. Creemos que fue el mago de Plata quien lo ocasionó por orden de ella. Afortunadamente, gracias a Sidhe, he sido dotada de mucha energía mágica, así que pude detenerlo. Heme aquí, después de cien años, aun dando de que hablar.
—Si todo es tan hostil… ¿Por qué sigues aquí? ¿Por qué no te has ido por el camino del Sol?
Masha sorbió otro poquito de té.
—Porque si me voy, ¿quién va a protegerlas a ellas? ¿A las criaturas que viven en el bosque y que no conoces?
—Pero… El bosque es silencioso, casi parece un cementerio. Mientras veníamos para acá, se me hizo extraño el no escuchar el rumor de los grillos o el gorjeo de los pajarillos.
—¡Por la misma influencia de la bruja de Creta! Ninguno de ellos tiene permitido siquiera acercarse a la villa. Todas las criaturas lo saben. Ya más adentro del bosque si podrás disfrutar del canto de las aves y de los ruidos de los animalillos corriendo de un lado a otro.
Millia seguía sentada en el suelo absorta comiendo la pera, pero parecía ser solo un bocado, como si un pajarillo hubiese picado la fruta. Era hipnótico verla comer con esa alegría. Un pensamiento me golpeó.
—Cuando ahora más temprano te referías a un visitante inesperado, era…
—El mago de Plata los siguió hasta la casa del mago de Agaro. Lo vi a través de los ojos de las lechuzas. Luego, tuve que crear esa bruma espesa, no solo para probarte, maga de Berlin, pero para proteger mi pequeño bosque y hacer que se perdiera él. No me imagino que hubiera pasado si hubiese podido llegar a este lugar.
—Maria, llámame Angela, por favor… Esos nombres rimbombantes no me gustan.
Masha se sonrió.
—Eres única, bruja de Berlin, Maryland.
Se levantó de la mesa para ir al horno. Me giré a ver a Millia, que ya había terminado. Solo había comido lo que parecía un mordisco de tamaño humano. Hablé en un tono bajo.
—Millia, te voy a pedir un favor.
—Dime, señora Angela.
Mientras se ponía de pie, me entregaba el sobrante de la pera. Negué con mi cabeza y la detuve con la palma de mi mano.
—Llévale esto a tus hermanas. Diles que las quiero conocer.
Con sus ojos se giro a ver el lugar dónde Masha estaba, sus cejas mostrando preocupación.
—No hay nada que temer. Soy yo quien las quiere conocer. ¿Pasa algo con Masha?
Tornó su mirada al suelo y negó con su cabeza.
—¿No puedes hablar?
Negó de nuevo.
—¡Falta muy poco! Se ve que esta tarta va a quedar muy buena.
Masha se regresó hacia nosotros, sosteniendo un cuchillo para tortas, ligeramente embarrado con jugo de bayas.
—Maria, necesito pedirte un favor.
—¿El qué?
—¿Puedo quedarme aquí un tiempo? Quiero que me enseñes como usar la magia.
Se rió con fuerza.
—¿Qué quieres que te enseñe, por Sidhe, si casi acabas con el bosque ahora más temprano?
Solté una risita patética.
—Eso simplemente salió, no sé de dónde o como. Quiero controlar ese poder y no simplemente que sea un tema de impulso.
Se quedó pensando un poco.
—Me caes muy bien, Angela. Eres muy diferente a todos los demás. No sé que ha pasado en tus Estados Unidos en la era que viniste, pero al parecer la gente es bastante diferente. Quiero que me cuentes de ello.
Miré a un lado.
—Creo que no te va a gustar todo lo que te puedo contar.
De nuevo se carcajeó.
—Pruébame.
—Pero no te vas a enojar, ¿vale?
Tomé otra fruta entre mis manos, una manzana roja, y me giré hacia Millia.
—Muchas gracias por tu ayuda. Llévale esto a tus hermanas y compártanlo.
Millia dudó un poco, pero me la recibió. Se lanzó al suelo, hizo una señal de adoración para Masha y para mi. Después de unos segundos, se levantó.
—Con su permiso, señoras.
—Bendiciones de Sidhe.
—Amén.
Se dio media vuelta, abrió la puerta, volvió a hacer una venia y salió, cerrándola con suavidad.
—Святой Отец, Анжела! ¿Qué demonios eres tú?
Miré a Masha con extrañeza.
—¿A qué te refieres?
—De todas las personas, de todos los dioses que han venido aquí… Eres la persona más atípica. Todos vienen con odio y muchos descargan su rabia en las pobres hijas de Sidhe, ¿y tú vienes acá y eres todo amor y tranquilidad?
Lo pensé antes de contestar, un poco distraida también por el delicioso olor que emanaba el horno.
—La verdad, yo misma me sorprendo. De veras que al principio quería acribillarla, pero después me lo pensé bien. Ellas no tienen la culpa que dentro de su naturaleza tengan que hacerlo. Si un humano tiene que mendigar para sobrevivir, ¿por qué otro tipo de criatura no haría algo similar? Además, Millia se nota muy atormentada por lo que hizo. La comprendo. Si mi muerte física dio vida al sostenimiento de varias de ellas, al menos algo positivo salió.
Masha seguía meneando la cabeza.
—Eres un bicho muy raro, Angela.
—Estaría mintiéndote si te dijera que no extraño a mi mamá, a mi novio y la Tierra, pero hay una mínima esperanza, ¿ya ves?
—¿Aquello que tu alma está aquí y allá?
—Por eso quiero saber como funciona la magia, por eso te pedí que me acogieras por un tanto.
Suspiró.
—¿Sabes qué esto va a ser un problema? El hecho que no regreses por varios días alertará a la bruja de Creta. Ni Mikhail o Rahul pasaban más de dos horas acá.
—No te preocupes por ello. Tengo una idea. Después te la comento.
Continuamos hablando acerca de la existencia de la magia y su origen. Una vez la tarta estuvo, partimos unas porciones, la servimos con mas té y nos la comimos mientras charlábamos.
Según la explicación de Masha, ella reiteró que era importante entender que la magia es la expresión real del poder infinito de Sidhe, la diosa del cielo. En el principio, cuando Sidhe hizo descender a sus hijas al río del inframundo, comenzó a esparcir sus rayos por toda la tierra. Estos rayos se alojaron no solo en el aire, pero en el suelo y en el agua, y aún hoy, estos rayos siguen descendiendo.
Usar la magia, es utilizar esas cantidades de energía de Sidhe y usar el cuerpo como conexión para controlarla y usarla para transformar lo existente. Este poder no tiene limitantes, más que la energía que se extrae de la naturaleza, que se desgasta y toca esperar que se renueve; la energía corporal del mago, que se desgasta y no es posible renovarla con facilidad, a excepción que llegáramos a entender como Larissa lo ha logrado por tantos siglos; y la voluntad del mago, que sea capaz de enfocar la energía de la forma como lo desea.
Por ello, un mago es capaz de hacer lo que su corazón desea, independientemente de si es considerado por el resto del mundo como algo bueno u algo malo. El mago es el conducto, el que instruye la energía de Sidhe a convertirse en algo, lo que este desea. Masha lo describió poéticamente como una tubería de agua que simplemente lleva el agua de un punto A a un punto B, mientras que una fuente de un parque, siendo también tuberías, le da a las aguas unas formas armoniosas y agradables. El mago transforma la energía en una forma específica. Todo depende de la voluntad del mago.
Esto para mi era demasiado teórico. Para hacerme entender, Masha me mostró varias formas de magia en acción. Puso a flotar cosas muy pesadas por encima de mi cabeza, hizo crecer un árbol en el claro del bosque desde solo una semilla, creó una figurilla de barro que caminaba por si misma en el suelo, la puso a escupir agua como una fuente, detuvo en el tiempo una hoja que caía de uno de los árboles de alrededor e hizo una espira de fuego verdosa que estalló como fuegos artificiales.
Antes de concluir la noche, y ya un poco agotadas, me pidió que intentara prender en llamas una pequeña rama que había caído de algún árbol, solo con el poder de mi magia. Por una hora lo intenté, pero me rendí. Era como si pujara contra la corriente. Hice movimientos de manos, cerraba mis ojos e intentaba concentrarme, nada funcionó. Antes de internarnos en la casa para por fin descansar, tomé la rama para guardarla para mañana.
Una vez ella bajó el fuego de la hoguera, Masha se acostó en la cama y yo me tiré en el suelo con solo una cobija encima. Puse la rama a un lado de mi cabeza.
—Angela, es cuestión de foco, nada más. Deja que tu corazón sea el que ordene, el que transforme.
—Lo sé.
La escuché bostezar profundo.
—Afuera te están esperando. No creas que no me di cuenta.
—¿De qué hablas?
—Yo tengo ojos en todo el bosque, no lo olvides.
Tragué un poco de saliva y me volteé. Ella musitó un par de palabras.
—Oh, gran Sidhe, gracias. ¡Gracias!
Masha se había quedado profunda.