Tiempo aproximado de lectura: 31 minutos.
Angela descubre algunos de los secretos de los antiguos dioses del lugar, y con ello una llamada de auxilio.
«El club de los dioses» (parte 3)
¡Feliz año nuevo 2.021 a todos mis lectores!
Esta historia fue originalmente publicada el veintiseis de enero de 2.021.
Continuamos caminando hasta llegar a casa de Larissa. Ella estaba sentada en el pequeño porche de la fachada de su choza, sosteniendo un vaso con algo y tomando cortos sorbos. Ambos la saludamos. Se le notaba igual que ayer, parte fácilmente enojadiza, igual parte feliz. Pensé en lo que hablamos anoche Vicente y yo, acerca del hecho que ella no dormía. Intenté verle algún detalle en la cara, pero no, era poro por poro la misma de ayer. Le confié mi jarra con agua, mientras que Vicente me indicó una práctica para poder usar los poderes como deidad.
—Enfócate. Cierra los ojos. Haz una imagen de lo que deseas en tu mente.
—Está bien.
Estábamos de pie al frente a los árboles frutales. Hacíamos una extraña pose, con una pierna hacia atrás y otra al frente, y los brazos hacia el frente, como si fuésemos a practicar un arte marcial de algún tipo.
—Cierra los ojos y respira profundo.
Así lo hice. Detrás de mis ojos cerrados, visualizaba los árboles del frente meneándose en el viento, pero su imagen era increíblemente borrosa.
—Desea con todas tus fuerzas lo que sea que quieres.
Apeñusqué los ojos, haciendo fuerza. Lo único que logré fue que la imagen se hiciera más imposible de comprender. Entreabrí un ojo para volver a ver la realidad.
—No, no abras los ojos. Todo debe ser en tu mente.
Los volví a apretar. Quería que una ráfaga de viento alivianara un poco el calor de la mañana que comenzaba a acumularse, que las hojas de los árboles se mecieran debido a la corriente de aire, pero me era imposible hacerme a esa imagen en mi mente. Era como un dibujo a crayones, incompleto, sobre un papel negro. Era más bien tiza sobre un tablero. Nunca llegaría a ser la verdadera imagen de la realidad.
—Debe ser una fotografía en tus ojos.
La pintura en mi mente era un mamarracho, como algo que yo de siete años hubiera hecho en la pared de la casa de mis padres. Mi cabeza no era capaz de más, mis capacidades artísticas nunca habían sido buenas y por eso me volqué hacia la computación.
—No puedo.
Vicente levantó la voz.
—¡Si puedes!
—No soy capaz de visualizar lo que me pides.
—No es difícil, enfócate.
—Es fácil para ti decirlo.
—Eres capaz, eres una de nosotros. Tienes todas las capacidades de un dios.
Abrí los ojos y me tiré al suelo.
—Quiero descansar un poco.
Vicente se giró hacia mi y me miró con un poco de rabia.
—No puedes.
—Cinco minutos.
Respiró profundamente.
—No eres una niña ya, Angela.
—Mira quien lo dice.
Vicente soltó una queja que sonó como si un ganso hubiera graznado.
—¡Ja! Aunque ahora que lo pienso, mira a Gyasi, parece de diez años y es capaz de hacer más cosas que tú. Pero te entiendo, te entiendo, si eso es todo lo que puedes dar.
Intentaba usar lógica negativa conmigo, lo sabía. Así habían hecho mis profesores y mis padres para obligarme a hacer las cosas por mi propia cuenta al comparándome con otros. Sin embargo, aún sabiendo la técnica que usaba, me subió mucha rabia.
—Espera y verás…
Larissa se levantó del porche finalmente e hizo un par de palmoteadas.
—Bueno, bueno, calma… Se están animando mucho ustedes dos.
—Pero Lar, no vamos a llegar a ninguna parte bajo estas circunstancias.
—¿Y quien dijo que tenemos una fecha fija para que Angela aprenda de sus poderes? ¿Así de tanto quieres librarte de tu doble responsabilidad?
—Pues…
Hizo su mirada a un lado.
—Sé que te cansas más rápido porque usas más de tu energía, pero ya verás. ¿No es cierto, Ángela?
Sentí un peso en mi pecho. Vicente estaba más cansado de lo normal debido a que estaba cumpliendo doble función. Debía existir una forma mejor de enfocar mi energía, de usar mis poderes, si era que existían.
—Entremos, quiero mostrarte algo.
Larissa se internó en su casa seguida de Vicente. Yo me quité la arenilla de los pies antes de entrar y dejé mis zapatillas y el cantarillo con agua en el porche. Ella estaba en la cocina, buscando uno de los tomos que moví ayer. Lo examinó, le dio un par de vueltas y con él en la mano, estiró su brazo hacia mi.
—Comienza con este.
—¿Y esto es?
—El primer libro. Los primeros antecesores que pensaron en escribir detalles de sus existencias en este lugar elaboraron este libro. Creo que será bastante fructífero para ti leerlo. Es un poco largo, y en partes confuso, pero quiero que si te surge alguna pregunta me la hagas. He leído y releído todos estos libros muchas veces.
Tomé el cuaderno en mis manos. Era muy similar al tomo que guardé en mi hogar esta mañana, dos pastas de un cartón color marrón claro ligeramente duro, agarradas en uno de sus extremos por una liana gruesa que los encuadernaba con firmeza, la cubierta ya bastante desgastada, doblada y arrugada de tanto uso.
—Yo creo que es mejor un entrenamiento práctico que teórico.
—Vicente, intentemos diferentes maneras de entrenamiento. Eventualmente ella tendrá que leer todos los libros.
—¿Todos?
Solté una queja que rebotó fuera de la casa. Larissa hizo una sonrisa un poco malvada.
—Si, todos. Es una regla, todos debemos leer los libros. Contienen toda la información que necesitamos para entender el por qué de este lugar.
El por qué de este lugar. ¿Así que tenía que leer todos estos tomos para poder entenderlo todo?
—¿Hasta Gyasi?
—¡Uy, él se los consumió en dos o tres días!
—El problema es… Aun así no sabemos porqué existe este lugar. Nadie en miles de años ha entendido nada. Sigue siendo un misterio.
Lo que Vicente dijo se sintió como baldado de agua fría.
—Es cierto, pero al menos hay información invaluable allí, siglos de dioses han escrito sus experiencias allí. Así que sigue valiendo la pena leerlos.
Al menos me podía formar una idea leyéndolos.
—¿Puedo llevármelo a casa? Quiero leerlo con tranquilidad.
Larissa lo pensó un poco y dudó. Noté de inmediato su reacción.
—Hagamos algo. Larissa, te doy permiso de entrar a mi cabaña en cualquier momento. Así, si quieres recuperar el libro, puedes entrar y recogerlo, ¿te parece?
No parecía muy convencida. Tenía que ofrecerle algo de más valor para que accediera.
—Está bien, ven.
Le agarré la mano y la arrastré hacia la puerta.
—Espéranos acá, Vicente. Es una negociación privada.
Le guiñé el ojo y salí con Larissa fuera de la casa, giramos hacia la izquierda y nos paramos a la sombra contra una de las paredes. Hablé suavemente, casi en el oído.
—Tengo algo más para ofrecerte y para que confíes en mi.
—¿A ver?
—¿Recuerdas la pregunta que me hicieron ayer? ¿Aquella que no quise contestar?
Larissa suspiró.
—¿Me guardas el secreto?
Asintió.
—No soy virgen. Justo el día antes de mi quinceavo cumpleaños hice el am… Tuve sexo con mi ex-novio.
Larissa tomó una bocanada de aire en sorpresa.
—Si no me equivoco… Tú sientes curiosidad por estos temas.
Observé su cara, estaba un poco roja, pero tenía un brillo en sus ojos, como si la curiosidad se quisiera desbordar.
—Yo… Quiero saber. La verdad…
Asentí.
—Leerlo de los tomos no es lo mismo… Es muy clínico y poco emocionante.
—Lo sé.
—Además, no hay muchos detalles, solo un par de datos allí y allá.
—Entonces, tu nunca…
Larissa se puso roja como un tomate maduro.
—¡Jamás!
—¿Y Vicente?
—¿A qué te refieres?
—Larissa, a mil kilómetros de distancia se ve que te gusta él.
Se tapó la cara con las manos. Hasta las manos estaban tintadas de carmín.
—No…
—Si quieres guardarlo como un secreto, de mi no saldrá. Es hasta posible que él te corresponda, él se ve muy receptivo y te tiene en alta estima.
—No entiendes…
—¿Qué no entiendo?
—Tomo doce. En el tomo doce hay algunas cosas que alguien escribió respecto de las relaciones entre dioses…
—¿Doce de cuántos?
—El que estoy escribiendo es el veintidós.
Exhalé con desesperación. Muy bien, Angela, bien. Tenemos lectura para uno o dos años.
—¿Y qué dice?
—Dice que es imp…
—¡Ah! ¡Jefa! ¡Y la nueva diosa del aire!
Me giré. Gyasi nos veía a lo lejos con sus ojos brillantes como siempre, saludando con su brazo entero. Corrió a nuestro lado.
—Uy, jefa, ¿pasa algo? Estás roja como el atardecer.
—En absoluto, Gyasi… Debe ser el calor del sol.
—Pues, ¡entremos a la casa!
—Yo…
Era hora de escaparme.
—Yo voy a regresar a mi cabaña. Tengo mucha lectura por delante.
Larissa miró el libro en mis manos.
—Hablamos ahora más tarde.
—Claro que si.
Posé mi otra mano sobre su hombro y lo apreté con suavidad.
—Nos vemos más tarde, Gyasi, Larissa.
—Claro que si, hermana Angela.
Me dirigí al porche, tomé mis cosas y me fui agitando la mano. Ambos se despidieron de la misma forma y se internaron en la casa. Observé como Vicente se acercaba a la puerta con cara de preocupación. ¿Ellos dos han convivido casi cien años, y en todo este tiempo no se han dado cuenta de sus sentimientos mutuos? ¿No han sentido esa chispa extraña que ocurre cuando uno está a solas con el otro? Recordé el día que mi novio y yo nos acostamos juntos, desnudos y abrazándonos sobre mi cama. Continué caminando.
—¡Angela!
Me giré a ver a Vicente, quién corría hacia mi.
—¿Qué pasó ahora? ¿Por qué Larissa estaba así?
Sonreí.
—No puedo decirte nada… Charla privada entre chicas.
Vicente encorvó sus cejas.
—¡Qué diantres!
—Así es. Voy para mi casa, necesito leer este tomo. Hazme saber si necesitas algo.
—Se me ocurrió una idea.
—¿La cual?
—Desde hoy finaliza mi encargo como dios temporal del aire. Ya es tu responsabilidad.
—¡Pero…!
—Ya te imaginarás que pasará si nadie hace este trabajo, ¿no?
Miré al cielo. No había ni una nube. El sol atravesaba el firmamento y brillaba fuertemente, quemando el suelo. Observé los árboles del bosque. Estaban quietos, como si estuvieran congelados. Las hojillas pequeñas del prado, tiesas y erectas.
—Esto es injusto.
—O te entrenas, o nos vamos a cocinar vivos.
—¡Me estás lanzando al mar a nadar, sin siquiera saber chapotear!
—Ya tú verás.
Se tornó y comenzó a caminar hacia la casa de Larissa. Cerré mis ojos. Apenas llevaba un día aquí, ¿qué podía yo hacer? Ni siquiera conocía las reglas del todo. ¿Por qué estaba tan impaciente? ¿Habían sido así mismo con Mikhail? Tenía toda la razón en irse.
Una vez llegué a casa, me desvestí para quedar en ropa interior, me serví un poco del agua del cántaro, la tomé de un solo golpe, me tumbé en la cama y abrí el tomo que Larissa me había entregado.
Las primeras páginas eran unas hermosas ilustraciones, llenas de pequeños detalles que intenté deshilvanar. La primera era una ilustración de lo que parecía una de aquellas hadas, sus alas grandes, soltando unos brillos que se extendían por toda la página. Alrededor de ella otras hadas más pequeñas flotaban, también emitiendo pequeños fulgores. En la parte de abajo, una especie de árbol, y hacia un lado un riachuelo que fluía de este. La cara del hada parecía viva, como si me observara desde la hoja.
La siguiente página tenía aquel hada en una esquina, mirando hacia un lado, de nuevo sus brillos atravesando toda la página. Las largas saetas que emergían de ella eran como si iluminaran todo lo existente. Ella extendía su mano hacia la derecha, y de esta emergía una especie de fluido parecido al agua en dicha dirección. Varias de las hadas siguieron el comando, flotando desperdigadas en dicha cardinal. En la parte de abajo, el mismo árbol estaba, con el mismo riachuelo fluyendo de él, aunque ahora habían una serie de puntos en este. Pensé que eran polvo y por inercia los traté de barrer con la mano, pero descubrí que estaban hechos de tinta.
La tercera página tenía en la parte inferior el árbol, ya un poco más grande, y el mismo riachuelo con los mismos puntos. Sin embargo, los puntos no eran tales, eran pequeños facsímiles de humanoides. Tuve que acercar la cara a la página para poder notar el diminuto detalle de sus brazos y su cabeza. De la parte de arriba, una gran congregación de hadas descendían a través de unas líneas alargadas de la parte superior hacia la composición inferior.
La cuarta página mostraba el árbol con lujo de detalles, diminutas hojas definiendo el contorno y poblándolo en pequeños manojos. El riachuelo que fluía de este ya se podía observar con mayor detalle, los puntos de la página anterior se podían identificar más fácil como cuerpos, las hadas flotando encima del río, alargando sus manos hacia las de los humanoides. En un par de casos, dos hadas flotaban encima de una sola criatura de aquellas. Las líneas de la página anterior continuaban descendiendo desde el borde superior, más y más criaturas siguiendo las saetas.
La quinta hoja mostraba un detalle del riachuelo, hombres desnudos siendo extraídos de las manos por dichas hadas. En el primer plano, un hada levantaba a un hombre. Las caras de los hombres me parecían grotescas, bestiales, como perros mostrando los colmillos. Las de las hadas eran pulidas y prístinas, sonrientes. Sus alas eran hermosas, a tal punto que casi podía ver el tornasol a través de la tinta negra del dibujo. En el fondo, otras halaban a mas hombres fuera del riachuelo y los hacían flotar en el aire.
La siguiente página me impactó de inmediato. Él árbol tenía una llama en la parte superior, las hadas seguían extrayendo hombres. Un par de hombres que ya habían salido del río, llevaban en sus manos lo que parecían ramas del árbol encendidas, como antorchas. Del borde superior ya habían dejado de descender hadas.
En tanto torné la página, lágrimas ya estaban brotando de mis ojos. Él árbol estaba consumido en llamas, el riachuelo parecía que había mermado su flujo, todos los hombres que estaban afuera ya blandían ramas encendidas, y parecían perseguir a las hadas, quienes huían hacia la derecha. Un par de hombres que aún estaban en el río estiraban sus brazos hacia las hadas, pero debido a lo que acontecía, no los rescataban. Me limpié los ojos y giré la página, insegura de lo que continuaría. En tanto vi la ilustración, cerré el libro, me giré en la cama y clavé la cabeza en la almohada.
Temblé como si tuviera frío. Mi voz ahogada sonaba como bocanadas de aire de alguien que se ahoga. Húmedas lágrimas brotaban de mis ojos, empapando las telas. Mi cuerpo comenzó a manar un sudor pegajoso, como si llorara al compás. Lo que seguía era tal como lo había imaginado. Una vez gané compostura, volví a tomar el libro y lo abrí.
Un hombre sostenía la rama encendida, quemando las alas de una de las hadas. La cara de esta contrastaba de la que había visto páginas atrás, se veía el dolor, el sufrimiento, la pérdida de algo trascendental. Era imposible contener mis lágrimas al ver esta escena. En el fondo de la lámina, otros hombres hacían sufrir a las demás hadas de igual forma. Algunas huían, intentando regresar a la fuente de la luz, otras flotaban hacia otros lados.
En la siguiente página, las hadas que habían perdido sus alas estaban de pie, al lado de los hombres, quienes con su otra mano seguían sosteniendo aquella rama con fuego. De este emanaba un oscuro tizne negro que subía hacia la parte superior. El hombre le agarraba fuertemente la mano a la criatura. Noté que la estatura de ambos era igual, a diferencia de la que yo había visto, que era diminuta. La luz proveniente del “cielo”, disminuía, no habían tantas líneas como antes.
La página número nueve, mostraba un niño entre el hada y el otro más adulto. Todas las parejas ya tenían también un chiquillo. El “cielo” ya estaba inundado de humo negro y ya muy poca luz bajaba a la tierra. Las caras de las hadas ahora eran tristes, hundidas, marcadas por el dolor.
La décima página estaba rota. Alguien la había rasgado por la mitad. Lo único en lo poco que había quedado aún agarrado del encuadernado era tinta negra por todos lados, como si alguien hubiera querido tachar la ilustración, y en su intento se rindió, al final decidiendo rasgar la hoja.
De aquí en adelante, era solo texto.
Queridas hermanas, estimados hermanos. Estas cortas palabras dan inicio a este documento que he querido compartir con todos ustedes. ¿Quién había hecho esos dibujos anteriores? No lo sé, no nos ha dejado ninguna pista. Dioses desterrados, robados de la tierra por estas criaturas, almas perdidas de Dios. La avaricia les trajo acá, y solo con ello la luz regresará a vuestros ojos. Escribid tus historias y tus lecciones, para los pobres desalmados que siguen. Con infinito amor, Haoma.
Me pareció un párrafo rimbombante e innecesario. A continuación, Haoma había escrito un análisis acerca de las páginas anteriores, mezclada con su conocimiento. Según él, las criaturas fueron creadas por una diosa primigenia, la reina de todas las criaturas. Se llamaba Sidhe. Esta diosa en su cielo, al ver la creación de la tierra, se sintió acongojada por la soledad que había en ella. Allí solo había un árbol, el árbol del mundo, y un río, el río del inframundo. Ella derramaba su luz sobre toda la creación. Un día, el río comenzó a llenarse de lodo, así que ella, para limpiarlo creó pequeñas divisiones de ella, y las envió a la tierra para limpiarlo.
Allí, aquellas divisiones suyas comenzaron a extraer la impureza, que súbitamente se convirtió en seres al ser tocados. Sus criaturas, sin saber que otra cosa hacer, extrajeron a aquellos seres de lodo del río, quienes comenzaron a secarse en la rivera y tomar vida.
El árbol al observar esto, despertó de su largo letargo, y siendo él el responsable de todo lo que hay entre cielo y tierra, se enojó al ver que la reina del cielo se había inmiscuido en su dominio. Resultado de su enojo, una llama se formó en sus hojas. Los seres de lodo siguieron tomando vida. Algunos de ellos notaron el fuego en el árbol y lo robaron, arrancando pequeñas ramas. En tanto, el árbol no detuvo su conflagración. Más de los hombres aquellos obtuvieron antorchas encendidas.
La reina del cielo observó lo que ocurría y dejó en dividirse. Su energía había disminuido y estaba cansada. El árbol estaba completamente en llamas, y aquellas criaturas, con curiosidad asesina, atacaron a las “hadas”, quemándoles lo que a sus ojos era diferente entre ellos, sus alas. Al no poder volar o escaparse, los hombres las convirtieron en sus esposas, y resultado de la relación entre cada pareja, resultó una pequeña criatura, parte humano, parte hada.
La diosa del cielo estaba drenada de energía por el abuso que sus divisiones habían recibido, y pernoctó, sumiendo al mundo en oscuridad.
Cerré el libro y sentí muchísima rabia. Así esto fuera solo una leyenda, era increíblemente deprimente. Lo que me quedaba de tristeza había sido reemplazado por ira. ¿Quién o qué había creado este mundo? Fui al hogar y saqué el tomo que había escondido allí. Respiré profundo y bebí otro vaso de agua. Me recosté de nuevo y continué leyendo el tomo de los dioses de aire.
Haoma escribió un par de líneas muy bonitas en el libro que él está escribiendo. Nosotros somos los representantes de aquel árbol, el que se encendió en la ilustración que Atenea hizo. Nadie más lo sabe, pero yo te lo puedo decir, la vi dibujándolos a escondidas. Supuestamente, una de las hijas de Sidhe, le contó el secreto. Hasta dónde es verdad lo que esas criaturas nos dicen, no te podría decir.
Estaba más confundida de lo normal. ¿Grian? ¿Atenea? Parecían nombres de dioses griegos o romanos, o no sé de que origen.
Tenemos una guerra fija con los dioses del cielo, los representantes de Sidhe, la diosa sol. Está dicho en las leyendas que entre cielo y aire no nos podemos llevar bien. Nut no me gusta para nada, se cree el encargado de todo. Hace dos días se le olvidó hacer madrugar y los pajarillos y los gallos estaban confundidos. Después vino a decir que estaba ensayando para crear un eclipse. No sabe dibujar una estrella en el cielo, y ahora quiere hacer un eclipse.
Parece que en el pasado los dioses la tenían más difícil.
Atenea vino a mi ayer entre lágrimas, Haoma le pidió que se fugaran juntos. ¿Se irán por el camino del sol? No me gusta para nada esa situación. Haoma es…
Lo que seguía estaba manchado de tinta hasta hacerlo imposible de leer. La narración seguía un poco más allá.
Pero a Atenea le gusta Hauhet. Estoy segura de ello. Las he visto como sonríen juntas, como se han besado, como se han tocado y como se han consentido. Hauhet estará furiosa si se entera.
No sé quien es quien, pero hay otra diosa en la mezcla. Nut era el dios del cielo y Aura la del aire. Haoma, Atenea y Hauhet, no tenía ni idea quienes eran. ¿Quizá Haoma era el dios de la vida en ese instante? Mi cabeza comenzó a doler un poco. Si algo, este tomo era solo un chismorreo continuo, y con mucha razón lo quieren mantener en secreto. Solté el libro sobre la cama y me tiré contra la almohada. Escuché algo tocar el suelo.
Me incliné a ver y era una hoja del cuaderno doblada múltiples veces. Me estiré con esfuerzo, la recogí y la desdoblé.
Amado nuevo dios del aire. Que Aura te bendiga. Ayuda a Masha, por favor. Pídele ayuda a Gyasi, si es que él está aún allí. Yo no pude hacer nada por ella, he llorado por los últimos cinco días, así que mañana he decidido ir por la senda del sol. Con cariño, Mikhail Molchalin.
¿Qué significaba esta nota? Tomé el cuaderno de nuevo y leí las últimas páginas, desde el punto en el que Mikhail tomó actividades como dios.
No sé que escribir acá. Mi nombre es Mikhail Molchalin, y soy el nuevo dios del aire. Larissa, la diosa de la vida, y Vicente, el dios de la tierra, me recibieron con alegría. Encontré este libro bajo la cama.
Soy un estúpido. Sé que las condiciones en mi patria no estaban bien, pero matarme por hacer que mi mamá tuviera dinero fue la peor decisión de mi vida. Quiero regresar y escoger un deseo diferente.
Anoche tuve un sueño. Vi que mi madre enterraba un cajón de madera con mi cuerpo en medio del frío del invierno bajo el cerezo al frente de nuestra casa. Varios soldados de la madre Rusia la acompañaban en la ceremonia. No era igual que cuando nosotros enterramos a nuestro padre, que lo hicimos solos. ¿Qué había cambiado?
Vicente, el dios de la tierra, me ha enseñado como enfocar mi energía en mis actividades. Es difícil, porque el aire no es algo que se vea, pero solo se siente. Solo hasta después de tres horas lo pude lograr.
Conocí a Hugh, el dios del tiempo. Es un cerdo capitalista, que cree que lo puede hacer todo. Justo estaba mofándose de mi existencia. Me preguntaba acerca de todo, de dónde vivía y si lo único que podía comer era pan. Era tal y cual el líder nos había dicho en sus comunicados, los yanquis nos amenazan día tras día. Si solo supieran que nosotros fuimos los que acabamos con los alemanes.
Cerré mis ojos. No sabía como interpretar todo esto. Si habla de la segunda guerra, significa que Mikhail venía de mínimo mil novecientos cuarenta y cinco, máximo mil novecientos ochenta y siete, como yo. Era un soviético, a todas vistas, y a mucha honra. Me adelanté y decidí leer solo lo último.
Antes de Hugh marcharse, me había dicho que él esperaba volver a sus padres una vez cruzara el portal de salida. ¡Cómo me haces falta mi amigo! Gyasi es muy diligente, pero nadie podrá reemplazarte. Espero verte en el otro lado.
Otro sueño. No había soñado en varios meses. Vi a mi madre en un hospital muy bonito en Moscú. Tenía un chico joven a su lado en la cama, quien le sostenía la mano con fuerza. La vi muy enferma y se le notaba la piel llena de manchas como moretones. El tipo se le veía triste, pero muy bien vestido. Creo que ella morirá. Quiero verla. ¿Se me cumplirá el deseo cuando cruce la puerta de salida?
Hoy, otra vez fui a ver a Masha. Como siempre, estaba llorando. En cuanto me vio, me abrazó y me besó. Era como si temiera lo que iba a pasar. Le acaricié su largo y sedoso cabello blanco y la besé más. Le pedí que me disculpara y le entregué mi carta. Le dije que la amaba y me regresé a casa.
Esta es mi despedida. Amado dios del aire por venir, espero que las circunstancias sean mejores para ti en el futuro. Perdón. Perdón. Perdón.
Mis ojos se encharcaron un poco. La nota finalizaba con un boceto de la cara de un chico, delgado y un poco ojeroso, de cabello a media nuca. Su boca no mostraba ninguna expresión. En una esquina firmado por Mikhail.
—¡Masha!
Me levanté de la cama como un resorte. Me vestí con rapidez y salí. El sol estaba casi en el cenit. Corrí a toda prisa hacia la casa de Larissa. La puerta estaba cerrada, así que toqué con fuerza.
—Larissa, es Angela. ¿Has visto a Gyasi?
Del otro lado, Larissa me contestó, un poco agitada.
—Ya voy.
Un par de segundos después, Larissa abrió. Estaba tal como la había visto en la mañana, aunque con el cabello un poco enmarañado, un poco sudorosa y visiblemente sonrojada, su voz temblando un poco.
—No le he visto desde hace una hora. Se fue con Vicente, supuestamente a ver un problema en el río.
—¿Sabes hacia dónde? Necesito hablar con él.
—Ni idea. Posiblemente si vas al río, podrás cruzarte con ellos.
—¡Gracias!
Comencé a girarme para correr hacia el río. Larissa me agarró de la camisa antes que pudiera marcharme.
—Ángela… Yo…
—¿Sí?
—Tengo una pregunta…
Hasta el día de hoy jamás había visto una persona tan roja en mi vida. Posiblemente la blancura de su piel hacía que se viera más roja de lo normal. Parecía del color del atún fresco.
—¿Dime?
Respiró fuertemente.
—No, disculpa. Después hablaremos de ello. Ve, antes que les pierdas la pista.
—Gracias. ¡Cuídate!
Una vez me soltó arranqué con rapidez camino al río. Caminé por la ribera, alejándome un poco del área del árboles de frutos e internándome un poco en un bosque a la par. Después de unos treinta minutos de caminar y a punto de darme por vencida, les vi a la lejanía, aunque lo que presenciaba escapaba mi imaginación.
Vicente estaba en la postura que me había enseñado más temprano ese día, sus brazos y manos posicionados como si estuviera agarrando dos melones invisibles. A su lado, Gyasi observaba atento. Y a un metro más allá, al frente, un bloque gigante de tierra y rocas, como si flotara por encima del aire, moviéndose con lentitud por encima del río hacia el otro lado del cauce. Caminé con lentitud hacia ellos, tratando de no distraerlos.
—Así va bien… Así…
Vicente tenía sus ojos bien cerrados y estaba sudando fuertemente, Gyasi concentrado en sus indicaciones.
—Un poquito a la derecha, continúa.
El bloque de lodo seguía moviéndose en el aire. Solo en películas había yo visto algo así.
—¡Ah!
Gyasi me vio. Me puse un dedo en los labios y le guiñé el ojo. Asintió con su sonrisa radiante como siempre.
—¿Pasa algo?
La voz de Vicente se notaba un poco carraspeada, demostrando el esfuerzo titánico que hacía.
—Ah, no, no pasa nada, quizá un poco más a la derecha y ve bajándolo un poco.
El bloque hizo tal y como Gyasi indicó. Yo estaba maravillada. Aunque ya los había experimentado, al ver esto me daba cuenta que los poderes de los dioses eran reales y tangibles.
—¿Un poco más hacia adelante?
Gyasi comenzó a caminar hacia el río. Me asusté un poco. La corriente en este lugar era fuerte y Gyasi era pequeño, se lo habría de llevar en nada. Estiré mi mano hacia él y expelí un quejido sordo. Gyasi sonrió aún más, si eso era posible, y comenzó a levitar por encima del cauce, a un par de centímetros por encima. El grito se me salió sin querer.
—¡No!
—¡Si!
—¿Qué pasa? ¿Quién hay ahí?
Me mandé la mano a la boca. El chico no aguantó la risa. El cubo de tierra comenzó a temblar un poco.
—No te desconcentres, hermano Vicente, ya vamos a terminar.
—Larissa, ¿eres tú?
—Soy yo, Angela. No me prestes atención.
El cubo de tierra se mecía de un lado al otro. Vicente estaba perdiendo su concentración.
—¡No, hermano Vicente, no!
Vicente soltó un suspiro explosivo y tomó una bocanada de aire. Se puso rojo y comenzó a sudar más fuerte.
—Vamos, izquierda un poco y más hacia el frente.
El bloque tomó su rumbo de nuevo. Unos minutos después, el cubo descendió hasta su posición final, el chiquillo observándolo de cerca, aún flotando sobre la corriente.
—¡Perfecto!
Vicente suspiró de nuevo y soltó sus brazos. El bloque que antes era tan perfecto bajo su influencia, se desarmó soltando rocas y sedimento alrededor. Aplaudí sin pensarlo.
—¡Wow! ¡Eso es increíble!
Abrió sus ojos y me miró como condenándome, su voz cortante como un filo.
—Casi me haces perder la concentración, Ángela.
—Perdón, perdón. No fue mi intención. ¡Pero de verdad que es increíble ver esto!
Gyasi regresó a nuestra orilla.
—Y tu, por Dios, Gyasi, ¿sabes flotar por el aire?
Sonrió aún más.
—¡Y puedo flotar un poco más alto! ¿Ves?
Así mismo hizo, levantándose unos treinta centímetros sobre la tierra. Aplaudí de nuevo.
—¡Angela!
El regaño llegó sin esperar. Vicente refunfuñó.
—Esto no es nada. Nuestros poderes son limitados solo por nuestra energía. ¡Tú podrías hacer esto y más! ¡Entiéndelo!
—Lo sé, lo intentaré.
—Gyasi, continuamos.
—Espera, espera, tengo un par de preguntas.
—¿A ver?
Aclaré mi garganta.
—¿De dónde sacaste la tierra?
—Fácil, del fondo del río. Me enfoco en lo que quiero extraer y lo voy moviendo.
—Espera… ¿Y cómo lo mueves?
—Eso es lo que no se como explicarte muy bien. Simplemente deseo moverlo y es como si mis manos mismas lo estuvieran haciendo. Deseo moverlo un poco al frente, un poco a la derecha. Me imagino yo mismo levantando la tierra sobre el aire, lo visualizo como si fuera un pedazo compacto y simplemente ocurre.
—Ya veo.
—Lo mismo con flotar, mi hermanita Angela.
El niño comenzó a bajar a la tierra.
—Deseo hacerlo y simplemente pasa.
Volvió a repuntar hacia el aire para volver a caer en el suelo.
—¡Se necesita práctica!
—¡Exacto! Por eso te lo estaba recalcando, Ángela. No es por molestar, nada más.
—¡Ya veo, ya veo! Tomaré más en serio las lecciones. Pero por lo pronto, Gyasi…
El niño me miró, con su cara inquisitiva.
—Necesito un gran favor.
—¿Dime, hermanita?
—Necesito ver a Masha, rápido.
—¿A la hermana Masha? ¿Por qué?
—No te puedo explicar ahora. ¿Cómo llego allá?
—Uff. No es fácil.
—Como sea debo ir allá.
Vicente interrumpió.
—De veras, es peligroso ir. Yo solo he ido una vez y casi me perdí. No hay nada de bueno en ir allá.
—No importa, solo necesito ir.
Gyasi cerró sus ojos un momento.
—Tendrás tus razones. Mañana salimos temprano entonces.
Sonreí. Vicente susurró en su típico tono grave.
—Es una caminata de todo un día.
—Debemos llevar provisiones entonces. Necesitamos más que todo agua.
—Y un cambio de ropa.
—Exacto. Y quizá un poco de fruta, algo para Masha.
Estaba bastante contenta.
—Lo alistaré todo desde hoy.
—Madrugaremos. Salimos a las cinco de la mañana. Voy por ti a esa hora.
—Entendido. ¡Gracias!
De nuevo sonrió. Una corriente de viento suave comenzó a tocarnos. Se sentía fría, evaporando el sudor de mi piel. Gyasi estaba feliz también.
—Ah, qué fresco, ¡por fin!
—¿Eh?
Vicente se notaba sorprendido. Yo estaba sonriendo de alegría, moviendo mi torso al ritmo de alguna cancioncilla en mi cabeza.
—Angela…
—¿Dime?
En tanto me detuve, el viento cesó.
—Tú… El viento… ¿Tú?
—¿Qué?
Aclaró su garganta y miró hacia otro lado.
—No pasa nada.
—Eh, ¿¡dime!?
—¡No pasa nada! Seguimos, Gyasi.
—Está bien.
Me senté a la sombra de un árbol cercano y los seguí observando. Al cabo de unas tres horas habían construido una especie de puente para ir de una orilla a la otra. Se veía bastante rígido. Observé los sutiles movimientos de Vicente, las claras explicaciones e indicaciones de Gyasi. Deseé que mis poderes se activaran, deseé ser útil. Sin embargo, como era ahora, era imposible. Miré al cielo entre las hojas de los árboles. Vicente se paraba encima del arco, pisando con fuerza, Gyasi lo examinaba.
Después de otro rato, nos regresamos juntos a la villa. Vicente seguía explicándome cosas que pasaban por encima de mi cabeza, aunque de una forma u otra las comprendía a mi manera. Mi conclusión era que el acto de desear lo mejor, de desear con fervor, como si uno rezara por uno mismo, era lo que activaba los poderes.
Una vez llegamos a la villa, me despedí, le volví a recordar a Gyasi de nuestra expedición de mañana y me regresé a la casa. Saqué un par de botellas que vi a un lado del fogón, fui al río, las lavé y las llené, regresé a casa y las puse en un mantel que encontré en la cómoda. Regresé afuera, tomé algunas frutas, duraznos y manzanas, además de algunas bayas que encontré al lado de mi cabaña. Las empaqué junto con los cántaros y cerré el mantel en forma de bolsa.
Seguí leyendo un poco el libro uno, aunque no pude recordar nada de lo que leí. Me quedé dormida sobre la cama en mi ropa interior.
A las cinco de la mañana, sin siquiera aclarar el cielo, Gyasi tocó a mi puerta. Era hora de que nuestra pequeña excursión comenzara.