Tiempo aproximado de lectura: 39 minutos.
Nuestro protagonista ahora se enfrenta a doce huéspedes muy extraños, con situaciones más raras ocurriendo a su alrededor.
«Aquel hotel» —La cumbre animal—
—Buenos días, hotel.
Suspiré. Sentado en el incómodo banco de la recepción del hotel que era mi única fuente de ingreso, después de los dos días anteriores que habían ocurrido, mis charlas con el escritor, sus extrañas preguntas y ese trio de monedas que me dio, era muy extraño volver a la rutina de todos los días.
—Si, buenos días. Llamamos para confirmar una reserva, por doce habitaciones en su hotel.
Recordé las instrucciones de mi padre.
—No tenemos ninguna reserva asignada. El hotel está en renovaciones.
—El primero de nosotros llegará hoy a las tres de la tarde.
—Lo siento, pero no hay ninguna reservación asignada.
—Esta persona es Eronel.
—Creo que no me ha entendido. No hay ninguna reservación. El hotel está cerrado.
—Hasta luego.
Colgó. Abrí el gran libro de visitas, el del carnero en la cubierta. Revisé la última página, que era en práctica la quinta hoja por el reverso. La última entrada tenía, en pulso y letra de mi padre la siguiente entrada.
13 de octubre Maestro Hab. 34
Era una entrada muy sucinta. Me habían encargado no registrar su salida, hasta que todos los demás se fueran. “Es algo ceremonial”, me dijo mi padre. Me imaginé al escritor aún rondando por ahí en no se dónde recóndito del hotel. Hasta puede ser cierto que si exista un pasadizo para ir del cuarto treinta y cuatro al sótano. Me reí un rato por la estupidez de mis palabras.
Tenía libre hasta las tres de la tarde. Aun me sentía un poco mareado. ¿Qué demonios me había dado el maestro? Hasta creo que no fue el trago aquel, sino algo más. Sustraje las monedas de mi bolsillo y las observé encima del mostrador. De veras no podía reconocer ninguno de los símbolos. Estos eran hermosos, como si estuvieran tallados a mano. Un ramillete de flores en la dorada, unas ramas de trigo en la plateada y una especie de tortuga en la de bronce. Del otro lado, lo que parecía la denominación y otra información, aunque no podía leerlo, y en el canto una serie de símbolos, líneas diagonales y rectángulos. Supuse algún tipo de identificación táctil para los invidentes. Las volví a guardar.
Fui a la puerta, le puse seguro y me dirigí a la habitación. No había más que hacer, así que me desvestí, colgué el ajuar en la silla, conecté la extensión, me recosté en la cama y continué mi lectura de “Cumbres Borrascosas”.
Me despertó el timbre del teléfono varias horas después. Lo contesté enseguida.
—Buenas…
No sabía que hora era. Miré el reloj. Eran las dos y cuarenta y dos de la tarde.
—Buenas tardes, hotel.
—Buenas tardes. Estoy al frente de la puerta y está cerrada.
Era una voz diferente, una voz femenina que se me hizo muy conocida.
—Ah, disculpe, el hotel está en renovaciones. No tenemos servicio.
—Entiendo. Tengo una tarjeta roja conmigo.
—Creo que no me ha entendido. El hotel está cerrado.
Contesté mientras me subía los pantalones.
—Soy Rose.
Me ahogué. Pensé en la chica de los labios carnosos, la que me había entregado el dinero en la primera ocasión.
—Yo…
Tosí con fuerza.
—Un minuto por favor.
Colgué y me terminé de vestir. Salí de la habitación, y allí detrás de la puerta estaba ella. En esta ocasión vestía un mono de color azul oscuro, camisa blanca, un sombrero de paja y unas gafas de sol de tinte rosado. Sus labios, aunque al natural, se veían suaves y hermosos. Corrí a abrirle la puerta.
—Buenas tardes, y disculpas.
Se sonrió. Era una maravillosa sonrisa.
—Aquí está mi tarjeta.
Me extendió una tarjeta de cartón rojo con el signo del carnero en la parte del frente, del mismo que el escritor había usado previamente. Estaba firmemente adherida por todos los extremos. Según las instrucciones, la abrí y leí el contenido.
—De Kampar a…
—Dumai.
Respondió sin dilación.
—La isla es…
—Rupat.
—¿Y tú nombre es?
—Rose.
—Y duras…
—Cinco minutos, treinta y cuatro segundos.
Había confirmado todos los datos. Noté que la tinta en donde estaba impresa esta información se iba borrando lentamente, tal como me instruyeron.
—Bienvenida, Rose.
Ella entró, con una valija mediana detrás.
—Eres nuevo en esto, ¿no cierto?
Yo seguía mirando a su boca, mientras tomaba la manija de su maleta.
—Es mi primera vez.
Me puse rojo. Ella se quitó las gafas. Noté sus ojos verdes, brillantes como dos esmeraldas colombianas.
—Pues habrá que instruirte.
Mi libido se activó otra vez.
—Perdón por mi inexperiencia.
Tosió y miró alrededor.
—Supongo que Eronel no ha llegado aun.
—No, señora… ¿Señorita?
Me miró fijamente. Sus ojos tatuándome su apariencia detrás de mis párpados.
—Gracias. Señorita es adecuado.
Suspiré aliviado.
—Guardaré su equipaje en el cuarto de servicio. Mientras tanto, y los demás huéspedes llegan, la invito a tomar asiento en nuestro comedor o nuestra sala.
Repetí el libreto como me lo enseñó mi padre.
—¿Eronel no ha asignado habitaciones aún, entonces?
—No, señorita. Las instrucciones son esperar a su llegada.
Suspiró y caminó hacia la sala.
—Me entretendré entonces. A ver si algún día renuevan la selección de obras del maestro.
Anduvo por la biblioteca viendo las espinas de los libros. Arrastré la maleta hacia mi habitación y me senté en la recepción. Ya se acercarían las tres de la tarde.
Mientras ojeaba a Rose desde mi posición, quien ya había tomado un libro y lo leía con avidez, la puerta se abrió con fuerza. Un tipo como de dos metros de altura, de piel oscura y contextura musculosa entró. Vestía un sombrero sencillo, una chaqueta larga color caqui, camisa blanca, y pantalones de lino azules. No llevaba anteojos. Por su musculatura, pensé que era mejor mantenerme de buenas con él. Me aproximé en tanto se detuvo en la entrada.
—Buenas tardes.
—Buenas tardes.
—Aquí está mi tarjeta.
La misma ceremonia.
—De Muar a…
—Dompas.
—La isla es…
—Bengkalis.
—¿Y su nombre es?
—Eronel.
—Y duras…
—Dos minutos y treinta y cuatro segundos.
Aclaré mi garganta.
—Bienvenido, Eronel.
El tipo se quitó finalmente el sombrero, revelando una calva plena y brillante. Suspiró con fuerza.
—Eres nuevo, ¿no cierto?
—Si, mi padre me ha heredado el mantenimiento y gerencia del hotel.
—¿Entonces sabes qué hacer?
—He sido instruido en todo lo que hay que saber y hacer.
Eronel trucó sus dedos.
—¿Seguro?
—En el nombre de las dos generaciones que han llevado este lugar, si.
Leí el libreto que llevaba grabado en mi cabeza.
—¿Hay algo para mi?
—La señorita Rose ha llegado previo a usted, y el Maestro me ha dejado esto para usted.
Sustraje las tarjetas selladas del bolsillo de mi chaleco, las puse en orden y se las entregué. El hombre las tomó, las revisó sin abrirlas y asintió.
—Entrégueselas a Ruby en cuanto llegue.
Se salió del libreto. Improvisé.
—Pero señor, tengo expresas instrucciones de…
—Después de la reunión pasada, si usted hubiera estado, sabría que yo no soy el merecedor del ser el que da inicio a la ceremonia ya.
No entendía una coma ni un punto de lo que me decía. Decidí acogerme al libreto.
—Las instrucciones del maestro son claras y explícitas. Eronel es quien se…
—Yo sé quien demonios soy yo. Pero Ruby es quien debe dar inicio a la ceremonia ahora. Ella debe recibir las tarjetas, no yo.
Su voz se ponía más grave y golpeada. Rose había soltado el libro y se dirigía hacia nosotros. Yo estaba inseguro de que hacer.
—Hola Eronel.
—Hola Rose.
—Ven un momento. Permiso.
Asentí sin hablar. Ambos se dirigieron a la sala y comenzaron a cuchichear. Mientras tanto, guardé su equipaje en mi habitación.
La puerta se abrió de nuevo. En esta ocasión era un tipo larguirucho y desgarbado, que me miraba por unas gafas un poco sucias y con unos ojos vidriosos y cansados. Su atuendo era muy informal, una camiseta desgastada y unos pantalones de mezclilla medio rotos. La ceremonia se repitió por tercera vez.
—¿Y su nombre es?
—Misterioso.
-Bienvenido, Misterioso.
Tomé su equipaje, un morral pequeño y lo guardé.
Uno tras otro, ocho huéspedes más ingresaron a mi hotel. Mi habitación estaba ya llena de equipajes de distintos colores, nacionalidades, etiquetas y apariencias. La sala, que era un lugar que mantenía desierto en otras épocas, ahora era un lugar lleno de risas, gritos, charla y ruidos, con sujetos tan diferentes y especiales que jamás imaginaría concurrirían en esta ciudad y en este establecimiento.
April, una mujer como adinerada, de vestido escotado color verde prado, gafas con graduación imposible y cabello cenizo, y un collar de perlas que muchas personas envidiarían.
Skippy, un auténtico excéntrico, de ropajes remendados, como salido de los años sesenta, cabellos que le salían de cada uno de sus poros y un olor a cigarro que olfateaba aún desde mi distancia.
Evonce, una mujer morena atlética, alta y juvenil. Vestía un conjunto sencillo de un pantalón bermellón y camiseta rosada con unos dibujos animados.
Nutty, una verdadera chiquilla, aunque según su información ya entrada en sus treinta. Si no hubiera sabido, hubiera dicho que era una estudiante de secundaria. Vestía un vestido largo y amplio color azul cielo. Su voz era muy aguda y silenciosa, tuve que pedirle que repitiera su información varias veces.
Nellie, quien yo sin conocerla diría que es la “señora de los gatos” de mi cuadra. Una mujer ya entrada en años, su cabello enmarañado y sin color definido. ¿Era gris? ¿Era negro? No lo sabía. Su cuerpo arrugado y ya gibado llevaba un vestido rosa, en un tono que no discordaría con una poltrona de una venta de donativos.
Pannonica, una mujer que me pareció muy sospechosa. Su cabello recogido en un bollo y negro como el ébano. De pocas palabras y con una voz sin tono, como un robot haciéndose pasar como humano. Vestía ropa deportiva de tonos muy monocromáticos, un poco discrepante con el resto del elenco.
Bud, un joven como universitario. Vestía a la moda, un blazer negro de líneas grises muy sutiles, camisa cuello tortuga azul clara y pantalones largos grisáceos. Llevaba anteojos, pero parecían de adorno.
Y por último, Bemsha, un hombre ya entrado en años, pero bien cuidado y con una fragancia exquisita que jamás había olfateado jamás. Vestía un traje clásico color violeta oscuro, con una corbata perfectamente anudada.
Mientras no sonaba la campana de la puerta, pasaba yo con una bandeja que sustraje de la cocina, ofreciéndoles a los clientes un conjunto de aperitivos y copas de jugo, licor y tragos cortos. Una vez se acababan, regresaba a la cocina y servía más. Afortunadamente mi abuelo ya había preparado con suficiente anterioridad una cantidad bastante grande de aperitivos de diferentes tipos. Ellos tomaban los libros, los abrían, apuntaban a diferentes páginas, discutían, sonreían, peleaban. Jamás había visto el hotel así.
Unas dos horas después, Ruby, la última huésped llegó.
Era ella una modelo. Estoy seguro que la había visto en la publicidad de una marca de automóviles conocida. Llegó con un vestido en flauta rojo muy ceñido a su cuerpo, su cabello perfectamente peinado, tacos altos y cuerpo monumental. Aunque Rose me había cautivado, era imposible negar la atracción que Ruby causaba en mi, por muchas razones.
—Bienvenida, Ruby.
—Gracias. Tienes todo lo de tu padre, es como haberlo visto hace dieciséis años atrás.
Era imposible que hubiera conocido a mi viejo todo ese tiempo atrás. Ella parecía de veinte, o máximo, treinta años.
—Me honra con sus palabras.
Ya se dirigía a la sala, con su sonrisa perfecta, cuando recordé las tarjetas rojas. Me metí la mano al chaleco y las sustraje.
—Disculpe, pero tengo algo para usted.
Le mostré la pila de tarjetas. Al principio parecía no entender lo que estaba pasando.
—No me digas que… ¡El tonto de Eronel!
Corrió como si la hubieran halado a la sala. Gritó con una voz autoritaria, que silenció al resto de los visitantes.
—¡Hey, Eronel! ¿¡Por qué no has recogido las órdenes!?
La respuesta no se hizo esperar.
—Tu me ganaste hace cuatro años… Te toca.
—Pero…
—Pero nada, las reglas son reglas.
Un par de silbidos se escucharon. Ruby regresó a mi, me miró como si ella hubiera lamido un limón y me extendió la mano. Le pasé las tarjetas. Las revisó, suspiró muy fuerte y se regresó a la sala. Según el libreto, este era el final de mi intervención. Solo debía encargarme de entregarles el equipaje a cada huésped y atender sus necesidades. Respiré aliviado y me senté en el banco de la recepción para descansar un poco. Desconecté el teléfono y lo redirigí al conmutador. Así debía ser hasta que el último de los doce huéspedes se fuera. Tomé mi libro y continué la lectura.
—Damos inicio a la… No se ni que número… Reunión de La Cumbre Animal. Hemos sido reunidos aquí como cada cuatro años, en nombre de nuestro Maestro.
—¡Salud y vida larga al Maestro!
El griterío interrumpió mi lectura. ¿Qué demonios estaban hablando?
—No es necesario pasar a lista, estamos los doce.
—Es importante conservar la ceremonia, Ruby.
—Nada, demos inicio a esto. Todos estamos emocionados por lo que el maestro nos ha dejado.
—¡Si!
—Doy lectura a la tarjeta número uno. Atención, todos.
—Dios mío, Ruby, estás volviendo de esto un jolgorio.
—Moción de votación. ¿Quién quiere hacer la ceremonia completa? Levanten la mano.
Después de unos segundos, una carcajada recorrió la sala.
—Dos votos, tu y April. ¿Qué opinas, Eronel?
—Haz lo que quieras.
Aclaró su garganta, el sonido de papel rasgándose llenó la sala que estaba en silencio.
—Los animales son… Oh, no.
-1- Los animales son April - Perro Bemsha - Mono Bud - Caballo Eronel - Dragón Evonce - Tigre Misterioso - Rata Nellie - Cerdo Nutty - Gallo Pannonica - Carnero Rose - Serpiente Ruby - Conejo Skippy - Buey
La algarabía aumentó. Había gente enojada, había gente emocionada.
—Eso decreta el Maestro.
—¡Pero si el Carnero siempre muere primero! ¡Es injusto!
—¡Eso decreta el Maestro!
—¡Hijo de…!
—¡Atención! ¡Tarjeta número dos!
Todos se pusieron en silencio. Ya me era imposible continuar la lectura. No tenía ni idea que estaba pasando en mi hotel, pero distaba completamente de una mera reunión de un club de fanáticos.
—Siendo las… Ocho y treinta y dos de la noche…
-2- Al sonar las doce campanas del reloj de la iglesia, quien no vista el traje ceremonial, ha de morir.
En tanto Ruby dijo eso, la algarabía aumentó, un tropel bullicioso corriendo hacia mi.
—¡La llave!
—¡Dame la llave, ya!
Me asusté, soltando mi libro al suelo. La silla también cayó al suelo a mis pies.
—¿Qué pasa? ¡Calma, calma!
—¡Rata! ¡Rata!
Parecían animales competiendo uno contra el otro. Hasta los imaginé mordiéndose, rasgándose uno al otro. Solo Rose y Eronel actuaban con tranquilidad, aún en la sala. Hasta Ruby, quien se veía tan regia en las publicidades parecía poseída, casi arrancando el cuello de mi chaleco. Yo estaba a punto de gritar, cuando alguien me ganó.
—¡Es que no saben si no comportarse como animales salvajes, me dan asco! ¡Todo el decoro por el suelo!
La voz de Eronel era grave, un grito profundo que hizo retumbar el suelo. Todos se quedaron congelados.
—Señor gerente. Haga el favor de tomar las llaves y distribuirlas en orden.
Aunque esto no estaba en mi libreto, asentí. Me giré, tomé todas las llaves de los casilleros, todas con una ficha roja, especial para el evento. Tomé una al azar.
—¡Ce… Cerdo!
Nellie levantó la mano. Le entregué la llave en silencio. Ella salió corriendo despavorida subiendo las escaleras.
Uno por uno distribuí las llaves, una reacción similar después de recibirlas. Las valijas seguían en mi habitación, pero era como si no les importaran en absoluto. Al final, solo Rose quedó.
Había un problema. ¿Donde estaba la llave para ella? Yo había podido jurar que había tomado doce llaves.
—¿Y mi llave? ¿La de la Serpiente?
No sabía que hacer.
—Es extraño, juro que estaba acá.
Me asomé en cada casilla, pero la llave no estaba. Revisé mis bolsillos, debajo del mesón. ¿Era posible que…
—Alguien la robó en medio de la confusión.
Ella no se equivocaba. Era la única posibilidad. Ella se veía confundida, preocupada.
—Me quieren sacar del juego temprano, eso veo.
—No entiendo.
—Y no tienes que entender.
Tuve una idea.
—Yo tengo la llave maestra, puedo abrir tu habitación.
Se sonrió.
—Parece que tu padre no te dio toda la información. Un hombre inteligente pero olvidadizo.
—¿A qué te refieres?
—Eres un mal observador. Las cerraduras de este hotel son especiales. Cada cuatro años, durante esta reunión, se reprograman las cerraduras. Solo se pueden abrir con las llaves rojas.
Me reí.
—¡Es imposible!
Me adelanté y comencé a subir las escaleras.
—Ven conmigo, ¿cuál es la habitación de la serpiente?
Me siguió detrás.
—Es la dos seis.
Después de los dos vuelos, caminé con rapidez hacia dicha puerta. Sustraje la llave maestra del bolsillo interno de mi chaleco, e intenté insertarla. Ni siquiera entraba.
—¡Qué demonios!
—Te lo dije. Ya estoy fuera de la competencia. Fueron unos buenos doce años.
—No entiendo.
—Y no tienes que entender. ¿Puedes entregarme el equipaje? Me iré antes que suenen las campanas.
Comenzó a caminar con lentitud hacia las escaleras.
—¿Y si hubiera otra forma de entrar? ¿Echar abajo la puerta? ¿Forzar la cerradura?
—¿Qué propones?
Sabía que las cerraduras del hotel eran de seguridad y reforzadas, pero en realidad eran muy sencillas. Saqué mi billetera, y de ahí mi tarjeta antigua de la universidad. Aún la tenía allí, nunca la saqué.
—Veremos si esto funciona.
La metí en el espacio entre el marco de la puerta y el pasador, y empecé a forcejear. Sabía que no estarían cerradas con seguro. Ella comenzó a susurrar mientras me observaba. Su voz me levantó los pelillos de la nuca.
—¿No te explicaron que ustedes deben ser neutrales? ¿Por qué haces esto? Todo vale en este juego y robar la llave es algo normal. Ya había aceptado mi fortuna.
—No sé que diantres está pasando en este hotel, ni que extraño juego macabro está ocurriendo, pero me da rabia que esto te haya pasado.
—Es normal, es normal. Es parte del juego. Yo debería estar buscando como poder entrar, tu debes ser neutro.
—No te preocupes.
La cerradura finalmente cedió y se abrió. Le pasé la tarjeta, ya bastante magullada. No la necesitaba.
—Esto va por mi cuenta.
Me levanté y me fui hacia las escaleras. Me sentía como el héroe de una novela o de una película. No mirar hacia atrás, esa es la regla siempre. Además, dejar la conversación en punta con un latiguillo.
Bajé al primer piso. Ordené la sala, que debido a las circunstancias pasadas había quedado hecha un desastre. Fui a la cocina, sustraje la escoba, el recogedor y comencé a barrer, acomodé las sillas y los libros que habían dejado desperdigados por toda la habitación. Alguien había derramado su trago, así que también trapeé.
Era raro que mágicamente se hubiese hecho el silencio en el hotel. Me fui para la recepción, levanté el taburete, mi libro y continué leyendo.
A eso de las diez y media de la noche, puse el pequeño letrero en el mostrador que decía que llamaran a recepción si necesitaban algo, cerré la puerta del hotel, y en medio de bostezos, me dirigí a mi habitación.
Era un mar de valijas, doce exactamente. Las esquivé, me desvestí, colgué el chaleco y los pantalones, tiré la camisa al suelo, conecté la extensión de teléfono y me metí bajo la cama, apagando la luz. Si alguno de los huéspedes necesitaba sus cosas, podía llamarme y se la llevaría a su habitación. Caí rendido con rapidez.
No se que hora sería, pero en medio de mi sueño sentí que alguien se metió en mi cama. Salté por el susto, me descobijé y encendí la luz de la habitación.
—¿Qué demonios?
Era Rose. Estaba vestida con una especie de túnica blanca con detalles rojos. Llevaba la caperuza puesta. No se mostraba sorprendida.
—Señorita Rose, ¿qué demonios haces acá?
—Lo siento, debo mantener mi cubierta. Quien haya robado mi llave para sacarme del juego, se lo creerá una vez se encuentren en la sala al sonar las campanas.
—Pues si necesitabas esconderte, no era necesario meterte en mi cama.
Ella se quedó mirando a la pared.
—Pues, tienes la razón.
Las campanas de la iglesia sonaron, como usualmente lo hacían a las doce de la media noche.
—¿Será que debo salir?
—No, no es necesario. Sigue durmiendo.
Ella no tenía ninguna intención de levantarse de la cama. Comencé a escuchar pasos provenientes de los pisos superiores, la madera doblándose y crujiendo bajo su peso. Oía voces, también amortiguadas.
Rose se levantó por fin y se dirigió a la puerta para escuchar. Mi curiosidad me ganó y fui con ella.
—Por cierto, me gustan tus pantaloncillos, se ven muy cómodos.
—Gracias, supongo.
Del otro lado, la fuerte voz de Ruby retumbó en mi oído.
—Han sonado las campanas. Y estamos solo nueve. ¿Quién falta?
—Bud, Nellie y Rose.
—Les daremos cinco minutos para que lleguen.
Yo estaba seguro que les había dado sus llaves a los otros dos, así que me sorprendió que no hubieran bajado aún. Rose miraba su reloj de pulso. Al observar su ademán noté por el escote que no vestía nada debajo de la túnica. Por pena me giré a ver el techo. Sus senos eran pequeños, y sus pezones rosados y redondos.
—Es raro que ni Bud ni Nellie hayan bajado. ¿Quién les habrá hecho un juego sucio?
—¿A que te refieres?
—En este juego todo vale, como ya ves. Prepárate para ahora más tarde o mañana entrar a esas habitaciones.
—¿Perdón?
—Mañana nos daremos cuenta.
Rose se levantó. Yo aún pensaba en sus senos.
—Perdón, voy a salir.
Asentí y me hice detrás de la puerta. Ella la abrió y emergió dando unos pasos largos, como si se paseara.
—No me descuenten.
Se escucharon un par de suspiros.
—Pensábamos que estabas fuera del juego.
—Pues no, aquí estoy.
—Bueno, creo que tenemos que matar a Bud y a Nellie. ¿Alguna objeción?
No entendía que querían decir con matar.
—Obvio que no habría ninguna objeción. Leeré la tercera tarjeta.
-3- La mejor comida, el mejor día de la semana, la mejor calle, la mejor cerveza. La clave de tu caja fuerte es esta, antes que abran el mercado.
—¿Qué demonios?
—¿Otra cosa críptica?
—Es el maestro, me preocuparía que no fuese así.
Si no me equivocaba, se referían a las cajillas de seguridad que están en el ropero de cada habitación, es una cerradura de combinación de cuatro números. Además, el mercado lo abren a las seis.
—¡Ya lo sé!
De nuevo pasos apurados por el suelo de madera, subiendo la escalera, haciendo un redoble de tambor. ¿Mi padre tendría algo que ver con este acertijo? La clave de las cajillas de seguridad se la pone cada huésped cuando las va a usar por primera vez. O… ¿Acaso lo había hecho el escritor? Yo no había entrado a ninguna habitación mientras él se hospedó aquí, no era necesario, pues entre mi padre, mi abuelo y yo habíamos dejado las habitaciones limpias.
Escuchaba pasos de aquí a allá. De nuevo, si alguno de los huéspedes me necesitaba, me llamarían. Me metí de nuevo en la cama y apagué la luz. La imagen de Rose perduraba detrás de mis párpados. Finalmente me quedé dormido.
Sonó el teléfono. Eran casi las cinco de la mañana. Contesté apurado.
—Buenos días, hotel.
—Habla Rose. ¿Puedes venir un momento a la recepción?
—Por supuesto.
Me vestí con rapidez, cambiando mi camisa de vestir, pero usando el mismo chaleco y pantalón. Salí. Ella aún vestía la túnica y tenía lo que parecia una tarjeta en su mano.
—Buenos días, señorita Rose.
—Buenos días.
Susurré.
—¿Dónde dormiste?
—En la sala, ya que me echaste de tu habitación.
—Pues yo no te eché de mi habitación.
—Te vi incómodo.
—Mira, ¿y por qué no dormiste en tu habitación?
—Debo mantener mi cubierta. ¿Sabes algo? No hablemos de esto ahora. Necesito un favor.
—¿No que nos debíamos mantener neutros?
Se quedó pensando un momento.
—¿Reconoces este lugar?
Ignoró mi comentario. Miré la tarjeta, era una foto instantánea de algún lugar, una especie de montaña con un lago al lado. No se me parecía a nada que hubiera visto antes.
—Lo siento, no parece ser de por aquí.
—¿Seguro?
—Muy seguro.
—Revísala bien.
—Estoy muy seguro. No hay un lago ni remotamente cerca a esta ciudad.
—Diantres, quería adelantarme. Tendré que esperar a las seis para la reunión.
Hacía un poco de frío. Ella se abrazaba para mantener el calor.
—¿Te presto un abrigo?
—No, no es necesario.
—¿Una bebida caliente?
De nuevo miró al vacío.
—Chocolate.
—Ya regreso.
En tanto regresé, ya Misterioso y April estaban en la sala también, vistiendo una túnica similar.
—Buenos días.
Ninguno me contestó. Le entregué la taza a Rose, quien me hizo un ademán en silencio. Sonó el timbre. Me dirigí a la entrada y le quité el seguro. Era mi padre.
—Buenos días.
—Buenos días. ¿Ha pasado algo?
—Dos huéspedes no han aparecido desde anoche.
—¿Sabes los animales?
Traté de hacer memoria.
—Son Caballo y Cerdo, gerente padre.
Nos giramos a ver la fuente del vozarrón que escuchamos. Era Eronel, quien bajaba la escalera.
—Buenos días, Eronel.
—Buenos días.
—Buenos días, gerentes. Querrán reponer la cajilla de seguridad de mi habitación.
Fruncí el ceño.
—Ha ocurrido un pequeño desliz, y se ha roto.
¿Se ha roto? ¿Una caja fuerte de paredes de pulgada y media de grosor? Mi padre se adelantó a responder, con una voz tranquila.
—Claro que si, Eronel, así lo haremos.
Eronel siguió caminando hacia la sala. Mi padre se acercó a mi oído.
—Voy a hablar con el cerrajero para ver si él puede echarle un vistazo ahora más tarde. Mientras tanto, calienta los elementos para el bufé.
—Está bien.
Las campanas de la iglesia repicaban para indicar que eran las seis de la mañana. Mi padre y yo habíamos organizado el samovar para el bufé, con él preparando los alimentos y yo sirviéndolos a los huéspedes. En la sala y el comedor habían siete huéspedes.
—¿Y Ruby?
—Ni idea.
—Iré a buscarla.
—Voy contigo.
Eronel y Nutty se fueron, subiendo las escaleras. Rose se acercó a la mesa del bufé y me hizo una seña con su mano, como diciéndome que necesitaba hablar conmigo. La seguí a la recepción.
—¿El maestro no te dejó más tarjetas?
—No, solo dejó un conjunto de ellas.
—Oh, no… El fiasco de hace ocho años otra vez.
—¿A que te refieres?
—No tienes que entender.
La miré directo a los ojos.
—Rose, quiero entender.
Se dio media vuelta y regresó a la sala. Era demasiado misteriosa y comenzaba a enojarme. Regresé al lado de mi padre atendiendo el bufé.
—¿De qué hablabas con Rose?
—Me preguntó algo, nada raro.
—Hijo, ten mucho cuidado. No puedes interferir con los eventos que están ocurriendo.
Tragué saliva.
—No te preocupes. Era solo una pregunta acerca de las tarjetas que el escritor me dejó y que le entregué a Ruby.
—Veo. Igual, ten mucho cuidado.
Eronel y Nutty bajaron corriendo.
—Señor gerente, necesitamos abrir la puerta de Conejo. También de Buey y Mono.
—Yo me encargo.
Se giró hacia mi.
—Tu sigue aquí. Yo voy a mirar que pasa.
—¿Tienes las llaves?
—Tengo maneras de abrir las puertas.
Pensé en la tarjeta que le dejé a Rose. Quizá yo no era el único que lo había hecho y mi padre sabía de ese pequeño defecto.
Un par de minutos después, mi padre bajó un poco apurado y tomó el receptor del teléfono. Eronel y Nutty bajaron seguido.
—Ruby, Bemsha y Skippy murieron.
—¿Cómo?
Un frío recorrió mi sangre al escuchar esas palabras. Bemsha y Skippy eran humanos, y seguro tendrían familias quienes los extrañarían… Pero Ruby era una modelo reconocida. El mundo no se iba a quedar en silencio si se dieran cuenta que ella ha fallecido. ¿Era ese el destino de Rose, de cada uno de ellos, si no completaban el juego?
—Nutty, el gerente padre y yo damos fe de lo sucedido.
April se veía consternada. Evonce estaba tranquila. Pannonica parecía contando algo con sus dedos.
—Aquí tengo las tarjetas. Debemos continuar la reunión. ¿Alguna objeción?
El silencio reinó de nuevo.
—Lo tomaré como un no.
-4- La imagen es tu altar. Busca el altar y toma la estatuilla. Con ella abrirás tu equipaje. Tienes hasta la media noche.
Y como era usual, una vez una proclamación de esas se escuchaba, todos se abrían a correr. Cinco de ellos salieron despavoridos por la puerta, algunos sin completar su desayuno. Rose y Misterioso se quedaron en la sala. Escuché su conversación mientras recogía el menaje utilizado que estaba regado por toda la sala y el comedor.
—Así que fuiste tú, maldita sabandija.
—No sé de que hablas.
—Bueno, tus tácticas serán tu caída, te lo juro.
—Promesas vacías, Sonya.
—Ya veremos.
Rose se levantó y salió por la puerta. Misterioso se quedó un rato mirándome. Me comenzó a enojar un poco.
—Señor, ¿necesita algo de mi?
Se sonrió y se levantó, caminando hacia mi, susurrando.
—Así que ya ella te encantó. Ah, Sonya, ¿cuántas tácticas sucias vas a seguir usando?
—¿Qué está insinuando?
—No será muy bonito que todos se enteren que el juego está arreglado por el gerente del hotel. Es posible que no despierte mañana… Como aquellos cinco. Le recomiendo que se aleje, huya si es posible. Sonya… Rose… Es un peligro.
Di un paso hacia atrás.
—Me ofende, señor. Yo he observado las reglas de este juego al pie de la letra.
—¿Oh? ¿Será eso cierto? Espero que el veneno que mana como flujo de su cuerpo no te mate, carita tierna.
Misterioso se fue de la sala, subiendo las escaleras hacia los pisos superiores. Mi padre regresó a mi lado.
—La ambulancia particular ya viene. Me encargaré de todo, tú termina de organizar.
—¿Tenemos cinco muertos en el hotel?
—No, no son muertos, muertos… Digamos que están… Dormidos.
—¿A qué te refieres?
—No te puedo explicar ahora. Y descansa un poco, te veo cansado.
—Está bien.
Después de recoger la mesa del bufé, los platos, eliminar los residuos, guardar la comida aún buena y lavar todo, regresé a la sala. Barrí y trapeé el suelo, organicé las sillas y ordené los libros de nuevo. En tanto terminé, mi padre cuchicheaba con un tipo en la entrada, entregándole algo en la mano.
—Ya sabes, absoluta reserva.
—Entendido.
—Nos vemos después de la media noche.
—¿Así no hayan cuerpos?
—Es mejor prevenir.
—Entendido.
Me hice el que recogía algo en la sala para continuar escuchando. Después que el tipo se fue, entré a mi habitación.
Algo no estaba bien. Alguien había movido los equipajes de lugar, diferente a como los había dejado. Además cada uno tenía una serie de cintas rígidas y bien aferradas con una cerradura que jamás había visto. Salí y me dirigí a la recepción.
—¿Tú hiciste eso?
—¿De qué hablas?
—El equipaje en mi habitación. El equipaje de los huéspedes… Alguien lo estuvo manipulando.
—¿Qué mierdas hablas?
Caminó hacia mi habitación y la abrió.
—Ah, supongo es la siguiente parte del juego.
—Pero… Pero…
—Ya te dije… No te cuestiones nada de lo que está pasando en este hotel.
—Gente muere, tipos sospechosos vienen y tu cuchicheas cosas que solo el malo de una película diría, cosas se mueven solas, ¿y tú dices que no me cuestione nada?
Mi padre me agarró del cuello de la camisa y me arrinconó contra la pared.
—Te dije… No te cuestiones nada de lo que está pasando en este hotel. Si no te gusta, vete. ¿Pero si te vas, no regreses, me entendiste?
Jamás en mi vida mi padre me había maltratado. Ni de pequeño cuando era mal estudiante. Era ya adulto, así que no me sentí mal por su actuar. Lo que me preocupaba era que ya habían cinco muertos y mi padre sería cómplice de todo. Yo sería cómplice de todo.
Me soltó.
—¿Y bien?
—No quiero ser cómplice de asesinatos.
—¡Qué no hay muertos!
—¿Y entonces qué fue eso ahora?
—No te preocupes, solo entiende, no hay muertos. En un par de días te darás cuenta.
Suspiré. Pensé en Rose. ¿Por qué me empecinaba en pensar en aquella chica? Ni siquiera me daba la hora del día y actuaba bastante sospechosa. Además, estaba lo que Misterioso dijo. Armé mi mano en un puño.
—Me quedo.
—A dormir entonces.
Me empujó hacia la habitación.
—¿Y si llega alguien con la estatuilla para abrir su equipaje?
—Pues te despiertas y ya.
La insistencia de mi padre se me hizo un poco extraña.
—Está bien.
—Yo me encargo de todo.
Abrí la puerta de mi habitación y la cerré detrás mío. Ignoré las valijas, me quité el chaleco, lo colgué y me acosté sin dormirme.
Unos diez minutos después, escuché que mi padre abrió la puerta de mi habitación. Me hice el dormido. La cerró con mucho cuidado. Escuché que alguien subía las escaleras, seguramente él. Me incorporé con rapidez, abrí la puerta y lo seguí de cierta distancia.
Vi que se internó en la habitación once, justo al lado de las escaleras. Me acerqué a la puerta agazapado.
—Todo en orden, mi estimado.
—Así es, exceptuando que la imbécil de Sonya se salvó por alguna razón. Creo que tu hijo la ha estado ayudando.
Esa voz me sonaba. Era la voz de Misterioso.
—Buscaré la forma para sacarla de la ecuación.
—¡O saca a tu hijo de la ecuación! Mejor dicho, te lo dejo en tus manos. Ya suficiente tuve con Sophia y Brad.
—¿Tu los envenenaste?
—Fue muy fácil, increíblemente fácil. Apenas Brad vio que el vino era Gran Reserva, se lo tragó como si no hubiera un mañana, hasta gárgaras hacía.
—¿Y Ruby?
—A ese muerto no lo cargo yo.
—Víctima de su propio…
—Totalmente.
Los dos se reían a carcajadas. ¿Quién demonios era mi padre, y por qué demonios se estaba aliando con este tipo?
—¿Y qué vas a hacer con la tarjeta?
—Pues… Ya tengo a mis hombres haciendo la pesquisa. Veremos que resulta.
El teléfono comenzó a repicar. Me asusté y comencé a bajar las escaleras, dando pasos largos, como de gato. Me metí en la habitación tratando de no hacer ruido, mientras mi padre descendía también.
—Buenos días, hotel. Claro que si. Un momento por favor.
Me acosté de nuevo, dándome la vuelta y respirando despacio, a pesar que mi pulso estaba a mil por hora. Mi padre tocó la puerta.
—Hijo… Tienes una llamada.
Me giré despacio y luciendo dormido, le di una mirada vacía.
—Que tienes una llamada, al teléfono.
Simulé levantarme como un resorte y tomé el receptor de la extensión. Mi padre cerró la puerta.
—¿Hola?
—Tú, en quince minutos, librería Eaton.
—¿Perdón?
Colgó. Era la voz de Rose, estaba seguro. ¿Y ahora qué diantres quería? Quería ir, pero no quería a la vez. Sentía que ella me estaba usando. Además, tenía muchas cosas en la cabeza en este momento. Aquella conversación en el segundo piso me tenía pensativo, asustado.
Me cambié, poniéndome un conjunto más casual, un pantalón suelto, una camisa de mangas cortas y un suéter de cremallera al frente. Mi padre estaba en la recepción, mirando una revista. Yo seguí derecho sin hablar mucho.
—¿Para dónde vas, muchacho?
—Voy a caminar un poco, tomar un respiro fuera de estas cuatro paredes. Regreso antes del almuerzo.
—Ojo con ir hablando cosas que no les incumben al resto del mundo.
—Ya entendí, ya entendí. Adiós.
Salí del hotel. Hacía muchos días ya que no veía la luz del sol. La librería Eaton quedaba un poco lejos, y posiblemente me demoraría un poco más de quince minutos a pie. Mi cabeza estaba inundada con todas las cosas que ocurrían. Rose era críptica y a todo respondía que no tenía yo necesidad de entender. Mi padre me daba la verdad a cuentagotas y aparte hablaba frases que jamás había escuchado de su boca. Tenía muchas ganas de irme y no volver.
Llegué a la librería, el sol de la mañana reventando en el cielo. La ciudad parecía un poco más vacía de lo normal para la hora. No había nadie en la entrada, así que ingresé. Le di un saludo vacío al dueño del lugar, quien, aunque vivimos en la misma ciudad, hacía muchos años que no le veía. Parecía un poco impaciente, quizá enojado. Anduve por los diferentes pasillos, hasta que vi a la chica. Estaba sentada en una escalera, ligeramente desgarbada, con la misma vestimenta, con seis o siete tomos a sus pies.
—¿Y bueno?
—No se me ocurrió un lugar mejor para buscar esto.
Me extendió la foto. La tomé.
—¿Quizá más bien la biblioteca de la ciudad? Por ahora, pónte esto.
Le lancé el suéter.
—¿Por qué?
—Primero, se te ven los pezones a través de la tela, y segundo, pareces salida de una película de la época de la Inquisición.
—Ah. No lo había notado.
Actuaba como si no le importara.
—¿Los demás también están desnudos debajo de la sotana esa?
—No lo sé. Quizá.
—¿Y bueno, qué necesitas?
—Llévame allí.
Apuntó de nuevo a la foto.
—Un “por favor” ayudaría mucho, ¿lo sabes? Además, ya te decía, no tengo ni idea esto dónde queda. Hay un lago, pero está por ahí a unas ocho o nueve horas de distancia. Y no sé si es el que aparece en la foto.
—Llévame allí.
—No me estás escuchando.
—Necesito ir allí, es importante.
—¿Por qué te empecinas en ganar este juego? ¿No escuchaste que ya hay tres muertos? ¡Y no me digas que no tengo que entender! Si ya me involucraste en tus intereses personales, ya estoy suficientemente hundido.
Seguía ojeando un libro en el que figuraban mapas y fotografías de lagos alrededor del mundo.
—Y ahora para colmo, no me hablas. Me voy.
—Espera.
Se levantó despacio, agarrando el suéter. Se lo puso, subiendo la cremallera y cubriéndose la cabeza con la capucha. Caminó hacia mi y me habló al oído.
—¿Hay algún lugar, alejado de todo, dónde podamos hablar, un lugar seguro, dónde nadie nos pueda escuchar?
Asentí.
—Vamos allá.
Salimos de la librería sin anunciarnos. Le tomé la mano y comencé a caminar con rapidez serpenteando por algunos callejones, tratando de evitar alguien nos siguiera o nos viera. Llegamos a nuestro destino jadeando, unos veinte minutos después. Era el garaje de una casa derruida, lo único que había quedado de pie antes que el resto de la mansión se fuera abajo.
—¿Y este lugar?
—Es mi escondite secreto. Prácticamente nadie lo conoce. Quizá solo mis amigos más cercanos. Todos creen que son unas ruinas.
—Entendido.
Cerró sus ojos y se sentó en una banca de madera que yo había puesto allí hace muchos años. Se formó en su cara una sonrisa plena. Me recordó a aquella que había visto la primera vez que la vi.
—Escucha bien, esto no lo repetiré dos veces. Me estoy arriesgando mucho diciéndolo.
—Está bien.
—La cumbre animal se hace una vez cada cuatro años en el hotel. Ya se lleva haciendo unos treinta y seis años, es decir nueve reuniones. Doce miembros del club de fanáticos del maestro reciben una invitación para participar. Están los que sobreviven al evento pasado, los que no han muerto y están en buena salud a la fecha del evento, y nuevos reclutas para completar la cuota de doce participantes.
—¿Cuándo hablas de…?
Me ignoró.
—Todos deben enviar una carta de aceptación de las condiciones a un casillero de una ciudad. Ambos cambian todos los años. Si no se recibe la aceptación, otro participante es invitado. A menudo no participan por falta de dinero o porque no conocen el lenguaje. Es costoso venir de nuestros países hacia aquí, y el lenguaje de este país es particularmente extraño y difícil. Si alguno no llega al día y hora de la cita en el hotel, se le descarta de inmediato. Las reglas son muy sencillas. El maestro deja las pruebas que debemos ejecutar en las tarjetas, aquellas que tienen tinta que se evapora.
Parecía emocionada. Casi ni respiraba recitándome las reglas.
—La reunión es liderada por los ganadores del año pasado. Ellos son los que se encargan de abrir las tarjetas en orden y leerlas en voz alta. Cada tarjeta tiene su objetivo y un tiempo límite para cumplir el objetivo. Si algún participante no cumple el objetivo, muere y sale del juego. Igualmente, si un participante no llega en el momento en que se ha convenido en la tarjeta, muere.
—Hablas de muerte, morir, sobrevivir… Y aparte esta mañana, cinco personas no aparecieron para desayunar.
—Pues Nellie, Ruby, Bud, Bemsha y Skippy murieron.
—Cinco personas murieron en el hotel?
—Si.
Me di un golpe en la frente.
—Sabes que Ruby es una modelo muy famosa. Ha aparecido en publicidad para una marca de automóviles.
—Así es. Y no solo eso, ella va a aparecer en una película muy pronto.
—¡Peor! Imagínate si sus fanáticos se dan cuenta que ha fallecido y en circunstancias tan sospechosas. Se darán cuenta que vino acá, me meterán a mi y a mi padre a la cárcel, le echarán fuego al hotel, quien sabe que más cosas.
Se quedo mirando al vacío, como hacia con frecuencia.
—Ah.
—¿Qué?
Rose se reía. Era una sonrisa real, brillante, hermosa. La cadencia de sus carcajadas era perfecta, no muy rápidas para parecer convulsiones, no muy lentas para demostrar ironía. Las arrugas que se le armaban en sus ojos cerrados eran perfectas, líneas leves de expresión que no titubeaban. No era una risa burlona, no era una risa falsa. Era ciento por ciento genuina. Salí de mi estupor.
—¿De qué te ríes? ¿No ves que es algo serio?
—Creo que nos has malinterpretado. No se trata de muerte, muerte.
Recordé a mi padre y me subió un poco de rabia.
—Es una palabra que usamos, nada más. Si alguien muriera de verdad, ya hubiéramos avisado a las autoridades.
—¿Y entonces? ¿Por qué no bajaron a desayunar? ¿Por qué Eronel anunció a los cuatro vientos que habían muerto?
—Esa es la palabra que usamos.
—Mi padre mencionó algo acerca de una ambulancia… ¿Qué hace una ambulancia en el hotel?
—Nellie y Bud fueron envenenados. Se quedaron dormidos y muri… Salieron del juego. No pudieron cumplir el objetivo de la media noche, ese mismo que la rata de Misterioso intentó evitar que yo cumpliera.
Estaba supremamente confundido.
—¿Y Ruby, Bemsha y Skippy?
—Ruby estaba bien. Supongo estaba muy enojada o triste y nunca bajó. Ellos tres probablemente no pudieron cumplir con el objetivo de la media noche.
—¿Y por qué no bajaron a desayunar?
—Seguramente por vergüenza. Nosotros doce fuimos seleccionados de entre todo el mundo para participar de esto.
—Pero Eronel…
—No te preocupes. Usualmente, nadie muere, literalmente, en la cumbre animal.
—¿Y qué ganan con esto? ¿Por qué ir hasta estos límites de engañar, robar o maltratar a otros humanos?
—El objetivo del juego es muy sencillo.
Rose se levantó y me abrazó, poniendo su cara en mi oreja. Me congelé por su súbito actuar. Básicamente tenía a esta misteriosa mujer, prácticamente desnuda, abrazándome en este desierto lugar. Su voz era melodiosa como melancólica.
—Al ganador se le cumple uno de sus deseos.